«Cuando ya no sabemos a quién pedir, Dios provee. Cada día es un milagro»
El SOS de las Hermanitas de los Pobres ·
Siete monjas, algunas mayores que los ancianos a los que cuidan, piden ayuda para sacar adelante un asilo en el que se han disparado las facturasA sus 85 años, las hermanitas de los pobres sor María Emilia y sor Adelina se han pasado todo el verano bajando a la Costa ... a pedir limosna a la puerta de las iglesias, porque Granada capital ya la tenían exprimida y no podían esperar a que volviese la gente de vacaciones en septiembre. Viven en una emergencia económica diaria. Necesitan fondos para sacar adelante a los noventa ancianos sin recursos que cuidan en su residencia del barrio del Zaidín y los consiguen a pico y pala, pidiendo puerta a puerta.
«Somos monjas mendigantes a mucho orgullo. Los pobres son nuestros señores», reivindican estas monjitas herederas de Santa Juana Jugan, que fundó la Orden en 1839 y no dudó en limosnear por las calles. «Un día un señorito le propinó una bofetada, ella le respondió 'esta para mí, ahora dame algo para mis ancianos'», cuentan emocionadas.
Ese espíritu de la fundadora lo mantienen vivo en Granada siete hermanitas, todas por encima de la edad de jubilación salvo la benjamina, que tiene 55 años, y algunas incluso mayores que los ancianos a los que cuidan. Más que una obra social incomensurable lo suyo es un milagro diario: sacan adelante la residencia sin subvenciones públicas, ni soporte económico la iglesia.
Los residentes aportan el 85% de su pensión «porque no es digno dejar a alguien sin nada en el bolsillo», explica sor Ana María, que dirige la casa de las Hermanitas y hace malabares para estirar cada euro que entra. La mayoría de los usuarios de la residencia tienen pensiones mínimas y a otros los han sacado de la indigencia. Ninguno podría vivir por sus medios en una vivienda propia o residencia privada.
Entre todas las pensiones de los residentes no cubren ni la mitad de los gastos de una residencia con una plantilla de 50 trabajadores que cobra su nómina religiosamente y que suma gastos que rondan los 200.000 euros mensuales. Siempre han dependido de los benefactores, de las donaciones de las empresas, de las cofradías y de la caridad de los granadinos.
Pero ahora las Hermanitas de los Pobres de Granada son más pobres que nunca. La inflación ha golpeado duro a la residencia donde se han disparado las facturas de la electricidad, el gas, la limpieza o el personal.
«Tienen que estar bien atendidos en todos los sentidos, si no este esfuerzo no vale la pena. Tenemos que mantener la dignidad de hijos de Dios», explica Sor Ana María.
La tradición de legar fondos a las Hermanitas que sugerían los propios notarios se está perdiendo, hay benefactores que van falleciendo y los porteros automáticos y la desconfianza también merman el puerta a puerta y hacen más difícil el limosneo.
Por eso, a sor Ana María se le ocurrió lanzar este verano la campaña por las iglesias de la Costa, para lo que pidieron permiso a los sacerdotes de cada una de las parroquias y al Arzobispado. Este mes de los cultos a la Virgen, les han autorizado además para pedir en la puerta de la basílica de las Angustias en la capital y están muy contentas. Y es que en la casa de las Hermanitas de los Pobres Dios aprieta pero no ahoga. También les llegan bendiciones. Hace dos años apareció Mercadona tocando a su puerta para ofrecerles comida de tres supermercados. Desde entonces sus neveras y congeladores están llenos de bandejas con la pegatina 'bajada de precio' pero con comida en perfecto estado. «Mercadona nos ha caído del cielo, nos ha salvado la vida porque es todo bueno. Si hubiera que comprar comida sí que ya no llegaríamos», relata Sor Ana María.
«Ahora comen lo que nunca, merluza, tortillas de camarones, fresas... Estamos encantados», añade la hermana, que también destaca las donaciones de El Corte Inglés y el Banco de Alimentos. Cuando algo no llega de estos supermercados, llaman directamente a alguno de sus benefactores. «Ay Josefina, que nos falta leche...». Y la leche aparece en la casa del Zaidín.
Si es dinero lo que falta para terminar el mes, tienen el recurso de llamar por teléfono a la madre superiora provincial para que salga al rescate, aunque intentan evitarlo por todos los medios. Y lo último, si todo lo humano falla, es encomendarse a San José. «Es nuestro bienhechor principal. Cuando ya no sabemos a quien pedir, Dios provee. Cada día es un milagro », cuentan.
Además de recaudar fondos, las hermanitas trabajan a destajo en la residencia, junto a los profesionales. «Es extraordinario cómo nos cuidan. Mi señora estuvo veinte años en la cama y se fue al otro mundo sin una llaga», dice Pepe, que lleva 26 años en la residencia.
«Pedimos a los granadinos que las sigan ayudando porque aquí tenemos unas paguitas muy cortas», dice Antonia Molina, otra residente de 85 años, que se emociona al hablar del cariño con el que las tratan. Sor Adelina se desvive en mimos hacia ella y hacia su compañera Antonia Sánchez, de 91 años y con problemas de movilidad. Todos los días, la hermana la levanta, la peina y la asea.
El amor a Dios y a los ancianos les dan fuerzas y solo piden poder seguir así de activas mientras surgen nuevas vocaciones que les den el relevo. Las hermanitas dan las gracias una y otra vez a los que donan fondos «porque sin ellos no podríamos hacer nada». Lo suyo, aseguran, no es mérito. Es fe.
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