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Relato de verano

El rastro de los lirios

maría jesús López Peregrín

Domingo, 18 de julio 2021, 00:22

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Veo mis manos y observo cómo han envejecido. Es la maldición de la tierra seca. Creo que a él le ocurrió entonces lo que ahora ... me pasa a mí. En el mes de junio de 1940, mi padre todavía era joven. Con el brío de sus brazos cargaba al aire una cosecha entera de tápena. Se dice pronto. Yo tenía once años, pero a esa edad era capaz de oler el sudor agrio que resbalaba por su espalda como un reguero de hormigas. Nunca levantó la testa del suelo, ni se enfrentó a quien le daba las cuatro perras gordas para que pudiéramos comer los cinco que éramos en casa. Con mi madre hablaba lo justo. En el hilo de sus conversaciones amarraba frases que yo apenas entendía. Cuando estaba de mal humor la miraba fijamente. Le decía que quería los cardos en paz, pero ella respondía que vivíamos en un atolladero porque el amo nos trataba como a bestias de albarda.

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