Fango, barro y palabra
La DANA eleva el papel del periodismo comprometido, de servicio, el que se mancha la suela de los zapatos y no habla de oídas. Fundamental para una sociedad y una democracia que, a ratos, pierden el sosiego
Acudo el lunes a la presentación de la sociedad Fabiana, auspiciada por Antonio María Claret García, histórico líder del socialismo andaluz –antes que presidente de ... CajaGranada– y estudioso del partido. El nombre proviene de un grupo de intelectuales ingleses defensores de las tácticas del general romano Quinto Fabio Máximo 'el Contemporizador', que desgastaba al enemigo sin hacerle frente en el campo de batalla. No siempre le salió bien.
Las espadas son más duras que las palabras –¿con qué elegirías que te apuñalaran por la espalda?–; pero son las palabras las que perduran y vencen en el tiempo.
Me encuentro el lunes con socialistas de otros tiempos más reposados y reflexivos –me refiero a los tiempos–. Javier Torres Vela –que habría sido un buen alcalde aunque quizás no fuera el mejor candidato–; Juan Montabes, Ángel Gallego –a quien el PP aguantó en el Consejo Económico y Social porque mantenía en calma a los sindicatos–. A los exrectores Pascual Rivas y David Aguilar; primer presidente de aquello que vino a llamarse la conmemoración del Milenio –que es de esperar que no guarde ningún paralelismo con la Capitalidad Cultural–. O a la exeurodiputada Paca Pleguezuelos –también gerente de aquel consorcio de 2013 y una de las diputadas granadinas que mejor he visto controlar los números de un presupuesto del Estado–. «Pretendemos influir en la sociedad, no somos una facción de nada», abre la palabra Antonio María Claret por si acaso alguien pudiera darse por aludido. En tiempos de congresos internos, más de uno es conspiración.
[Paréntesis precongresual: Claret ha sido el socialista granadino con mayor rango orgánico dentro del partido en Andalucía junto al maracenero Noel López, al que esta semana se le ha visto 'amistosamente' enfrascado con el onubense y otrora influyente Mario Jiménez, portavoz de la gestora que precedió a Pedro Sánchez; alguien que cuando no está en los círculos de poder hay que buscarlo en el sector crítico. Pero, en eso, Mario no es ni excepcional ni único. «Querido Mario, cuando uno está en su proyecto personal, a veces, no tiene tiempo para trabajar en un proyecto colectivo», le ha escrito Noel, de camarada a camarada. Se cierra el paréntesis y vuelta a los 'fabianos'].
La lección magistral la impartió Elisa Pérez Vera, primera rectora española de una universidad pública y actual consejera del Consejo de Estado. «Querría ser amiga de todos los que están aquí y también de los que no están. Somos seres humanos, por eso somos amigos». Anoto la frase, por obvia azotadora de conciencias.
El objetivo de los 'fabianos' es pensar y provocar que otros piensen. Y esto es la mayor provocación en los tiempos que corren; porque reflexionar es cansado e incómodo; un exceso inútil e improductivo porque la sociedad ha hecho de la estulticia un estandarte del triunfo.
«Atrevámonos a contrastar nuestras ideas. Tal vez convenzamos a alguien; tal vez alguien nos convenza». Elisa Pérez Vera, que se declara diminuta tras el estrado, se hace grande en aforismos y sentencias. Y habla de la crisis de la democracia para, acto seguido, advertir que la democracia siempre estuvo en crisis. Los oficios más nobles y las empresas más necesarias se piensan a sí mismas en retroceso y amenazadas, a punto de la extinción. También se decía del periodismo antes de que empezara a dejarme el hígado en esta profesión hace un cuarto de siglo. Y aquí seguimos; mis transaminasas y yo. Sucede que hay advenedizos y mercaderes interesados en que fracasen las causas justas.
Voy camino de Madrid en un AVE con parada en Córdoba el miércoles de la DANA. El que salía de Atocha no lo ha hecho porque, aunque la vía estaba expedita, iba enganchado al de Málaga y este trayecto sí estaba cerrado. Que ya podría haber salido el tren directo para Granada, sin desdoblarse en Antequera. En el viaje –de cuatro horas– subrayo un párrafo en el magistral ensayo 'Nexus', de Yuval Noah Harari, a propósito de las redes de información a lo largo de la historia: «Es habitual que, para socavar la democracia, los hombres fuertes ataquen uno a uno sus sistemas de autocorrección, a menudo empezando por los tribunales y los medios de comunicación. El típico hombre fuerte, o bien priva a los tribunales de sus poderes, o los llena de gente de confianza e intenta acabar con los medios de comunicación independientes mientras construye su propia y omnipresente maquinaria de propaganda». Suena demasiado actual y reciente.
«La democracia ya no es lo que era porque nunca ha sido lo que fue», remata el trabalenguas Elisa Pérez Vera en el salón de la Facultad de Derecho.
De plena actualidad en estos días en los que las pancartas pregonan que solo el pueblo salva al pueblo y proliferan los apóstatas del sistema y del Estado. El pueblo puede empujar escobas, retirar el barro a paladas, llevar un mendrugo de pan y algo de caldo caliente. Pero los puentes, la carreteras y los edificios se reconstruyen a base de millones de euros.
La política es necesaria; aunque algunos políticos resulten prescindibles.
LEER PARA SER CULTOS
Participo el martes en el congreso de Rafael Alberti para hablar de escritores y periodistas. Hay conjunciones aún más forzadas, como distinguir entre periodistas y personas.
Me planteo si todos los que participan en la elaboración de un periódico no son ya de por sí escritores –buenos o malos– o se quedan en meros escribidores de chismes y noticias. Tampoco se me ocurren muchas tareas más atractivas que esta última.
Anoto la reflexión de Carlos Aganzo, colega y poeta: «Antes leíamos porque queríamos ser cultos». Leíamos libros, periódicos, ensayos. Leí a Umbral para escribir columnas que estaban por encima de mis posibilidades. Dice Aganzo que ahora la mayoría de los libros que se venden son de autoayuda. La demanda ha crecido un 47% en menos de un año. «El lector de hoy lo que busca es salvarse».
Cada vez que se forma un corrillo de reporteros tienden a disparar a matar al periodismo; como si fuéramos seres aviesos que buscamos manipular la mente de los ciudadanos bienpensantes con fake news y textos de baja estofa. No conozco un solo periodista que se levante cada mañana sin la pretensión de hacer bien su trabajo.
Justo en estos días se ha comprobado la utilidad del periodismo como servicio público; cuando un cronista es la principal conexión del ciudadano con la realidad en mitad de una tormenta. En IDEAL hemos contado el temporal como manda el viejo adagio: manchándonos las suelas de los zapatos. Nada de tocar de oídas, de ser replicantes de las voces oficiales o propagadores de bulos que se viralizaban por las redes sociales, con vídeos de diluvios en la Granada caribeña.
La administración aconsejaba teletrabajar y algunos políticos convocaban ruedas de prensa de autobombo nada más escampar. Pero los reporteros estaban en las ramblas y los barrancos; contando los problemas de otros. Porque el periodismo no es una causa propia.
Pero hay que hacerse más preguntas, por incómodas que resulten. ¿Dónde queda la responsabilidad del lector? ¿Verdaderamente está dispuesto a comprometerse –y pagar– por el periodismo?
Porque informar cuesta dinero. Manipular es más barato.
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