La otra tragedia de la familia de la niña asesinada en Huétor Santillán
Un hermano Anabel, la niña asesinada en 1985, perdió cinco años después una pierna por el estallido de un saco de bengalas en la cabalgata de Reyes
Hay una familia en Huétor Santillán cuya historia podría contarse en tres actos con las páginas de este diario como libreto. El primero, el más ... trágico, es el asesinato en 1985 de la pequeña Anabel. El segundo, la explosión pirotécnica en la cabalgata de Reyes del año 1990, que conmocionó al municipio y volvió a sacudir a esta casa: el hermano de Anabel perdió una pierna. En el tercer acto, ocurrido hace justo una semana, el padre de ambos se encontró fortuitamente -así lo defienden su abogado y el entorno familiar- con el asesino de la niña, a quien causó heridas con arma blanca tras un forcejeo en Pedro Antonio de Alarcón.
El asesinato de Ana Isabel sacudió a la provincia en mayo del 85. «El asesino de Anabel la arrojó viva a un pozo tras intentar violarla», titulaba IDEAL en sus páginas interiores. El 12 de febrero de 1986, el asesino de la menor, primo de la madre de la chica, conoció su condena: cuatro décadas de cárcel por los delitos de violación frustrada, abusos deshonestos y asesinato, además de una indemnización de dos millones de pesetas a la familia.
Cinco años después, en la tarde de Reyes, llegó el segundo suceso que marcó por siempre la vida de esta humilde familia que regenta una carnicería en Huétor Santillán. Juan Bautista, hermano de Anabel, resultó herido -junto a otras 29 personas- en la explosión de un saco de bengalas durante la cabalgata. A causa del estallido perdió la pierna izquierda. «Sentí que algo me lanzaba hacia el cielo», dijo en declaraciones a IDEAL unos días después.
El entonces alcalde del municipio, Carlos Liñán, precisó que el niño llevaba el saco de bengalas a cuestas, abierto. Pero las causas de la deflagración fueron durante semanas objeto de discusión. El suceso abrió un amplio debate social acerca del uso de pirotecnia por parte de menores y en lugares concurridos. La Escuela de Salud Pública pidió regular el uso y venta de petardos a niños. Las bengalas y cohetes quedaron de lado en los posteriores desfiles navideños en la localidad.
En 1994 fueron juzgados el alcalde de Huétor Santillán y el concejal de Cultura del municipio, que se enfrentaban a una petición de 300 millones de pesetas por daños y secuelas. El asunto se enredó en una maraña judicial, en la que la interposición de recursos tanto por parte del Ayuntamiento como por los afectados retrasó el pago de las indemnizaciones. En 2010, este periódico contactó con Juan Bautista y otros afectados, y aún no habían recibido el total de las indemnizaciones.
El tercer acto en el cruel relato de esta familia se desarrolló la semana pasada. El padre de Anabel y Juan Bautista, de 74 años, caminaba por Pedro Antonio de Alarcón cuando se dio de bruces contra un hombre de unos 50 que -según su abogado, el entorno familiar y algunos testigos- portaba una navaja. Este hombre intentó presuntamente robar al anciano, lo cual habría desencadenado un forcejeo en el que el padre de Huétor Santillán hirió al indigente.
Ninguno de los allí presentes -sostiene la defensa que ni siquiera el mismo anciano se percató en un primer momento- conocía la relación entre ambos implicados. He aquí el último giro en la historia: el varón más joven era el asesino de la menor, la hija del septuagenario y hermana de Juan Bautista. El vecino de la localidad, primo de la madre de la víctima, que a mediados los 80 intentó violar a la niña de cuatro años y luego la arrojó a un pozo.
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