Ver 15 fotos
Pepa, la granadina que pinta obras de arte en los contadores de su pueblo
Entre las calles de Moraleda de Zafayona se esconden diez obras de arte. Cada una de ellas cuenta con muchas horas de trabajo que Pepa ahora recuerda con orgullo. «Esto ya lo hacían en Cadaqués y mis hijos me animaron a hacerlo aquí», cuenta
Leticia Martín Cano
Domingo, 20 de julio 2025, 00:25
Entre el murmullo del viento y la caricia del sol andaluz, la Alhambra vuelve a nacer. No en lo alto de la colina, sino en ... un lugar insospechado. En la esquina, un toro observa en silencio a cada transeúnte, como si esperase su turno para recorrer el pueblo y un gato curioso se asoma tras un tronco, mientras las mariposas revolotean en la eternidad de un vuelo que está en pausa. Un poco más lejos, dos frutas descansan expuestas como si formaran parte de una muestra silenciosa antes de la degustación. Entre ellas, tres figuras campesinas se inclinan sobre la tierra, atrapadas en el gesto de la cosecha, una escena cotidiana en un lugar donde el campo aún marca el ritmo de la vida. No son figuras reales, ni monumentos, ni alimentos al alcance de la mano. Son fragmentos de arte que se muestran en algunas calles de Moraleda de Zafayona. Un arte firmado por Pepa.
En este pequeño pueblo de Granada, algunos de los contadores de la luz y el agua de las casas tienen una esencia especial. Sobre ellos, Pepa Gutiérrez, de 65 años y vecina del pueblo, ha plasmado el arte que brota casi en modo automático de su pincel. Paisajes, animales o comida. Entre las calles del municipio se esconden diez obras de arte. Cada una de ellas cuenta con muchas horas de trabajo que Pepa ahora recuerda con orgullo. «Esto ya lo hacían en Cadaqués y mis hijos me animaron a hacerlo aquí», revela.
En la esquina de su casa brota un campo de amapolas sobre el contador de la luz. Contrasta con el color ocre de las piedras rústicas que revisten la fachada de su hogar y, al lado, en la tapa del contador del agua, una gallina observa con atención a todo aquel que decide pasar cerca. No se trata de una pegatina como algunas personas han llegado a pensar. Es una imagen perfecta donde no falta ningún detalle. «Fueron los dos primeros y los pinté tirada en el suelo. Fue mucho trabajito», resalta Pepa Gutiérrez a regañadientes.
No le gusta llamar la atención y la magia del anonimato la vuelve misteriosa. Dar con ella en un municipio tan pequeño puede parecer sencillo, pero cuando lo único que deja tras de sí es arte colgado en las paredes —firmado con una clave silenciosa—, encontrarla se vuelve un juego de pistas invisibles. Cuando se corrió la voz, fueron los vecinos de las casas colindantes los que pidieron una obra similar. En su misma calle, lucen cuatro de ellas. Algunas, elegidas por Pepa y otras, elegidas por los dueños. Arte con historia.
«Yo le encargué esa pintura porque mi perra murió. Era parte de la familia», comenta Socorro, una amiga de Pepa y vecina del pueblo. En su contador de la luz se muestra la imagen calcada de una fotografía que Socorro le entregó. Un pastor alemán que habla con la mirada. El guardián del hogar que nunca se fue y que hoy sigue presente en casa de sus dueños. Cuando Pepa se lo entregó, toda la familia se emocionó. Lana, la perrita, siempre estaba en la explanada de al lado y gracias a Pepa sigue allí. Donde siempre estuvo.
En este caso, la autora pudo pintarlo desde casa al descubrir que podía quitar las puertas de los contadores. Como inspiración, siempre se fija en una simple imagen desde el móvil. «Voy tocando la pantalla a cada instante porque se va apagando», explica mientras muestra las fotografías en las que se basa. Utiliza el acrílico para las pinturas en la calle, pero domina el óleo, pastel o acuarela. Ninguna técnica se le resiste, de hecho, ya se ha iniciado con las mixtas - técnica que combina diversos materiales y métodos-.
Pepa nació en Moraleda de Zafayona, pero se marchó a la Costa Brava en busca de un futuro mejor. Con 18 años comenzó a pintar, pero con toda una vida dedicada a la hostelería y a sus hijos, no le quedó más remedio que renunciar a eso que le encantaba: el arte. Fue en mayo de 2003, como firma tras el lienzo de su primera obra, cuando retomó su afición.
Se estrenó con unas alpargatas alpujarreñas, muy de Granada, de donde estaban sus raíces y a donde pudo volver cuando la jubilación le dio un respiro. Tejas, pequeños lienzos, tapones de botellas o contadores. No hay reto que no supere Pepa, que con una humildad sincera repite una y otra vez: «Esto podría hacerlo cualquiera». Como si su arte fuese común.
Hoy sueña con poder seguir pintando todos los contadores de su pueblo, con que se aprecie el arte y con que sus vecinos se animen a alegrar sus fachadas. «Tengo dos peticiones más», comenta. Un pequeño local donde exponer la inmensa cantidad de cuadros que guarda o viajar con sus exposiciones por diferentes pueblos sería la forma más bonita de compartir con el mundo todo lo que creó en silencio. Porque, aunque lo piense, su talento no es común, es arte que toca el alma, que merece ser visto y recordado.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión