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«Le ha dicho a su hija que su padre está donde debe, pero que a su madre la tiene bien cuidada»
Prado Negro vive una noche de angustia y tensión que termina con la mujer liberada tras estar secuestrada durante doce horas
Un silencio sepulcral recorre Prado Negro cuando se alcanza la medianoche. La temperatura comienza a descender y la humedad del nacimiento que rodea la zona ... impregna un ambiente tenso. La localidad sufrió ayer la muerte de Juan, uno de sus vecinos, a manos de otro, Pedro, presuntamente, que se atrincheró en su vivienda con la esposa de este, Lourdes. Desde entonces, decenas de vehículos no han parado de llegar al lugar de los hechos. Son familiares y conocidos cercanos de la víctima y la mujer retenida. Quieren aliviar la agonía y la incertidumbre de no saber qué pasa en el interior del domicilio. «Cómo nos vamos a ir de aquí, somos todos familias», dice uno de los sobrinos de Juan, el fallecido. Acude al lugar en el que tiene su coche estacionado a recibir a algunos allegados más. El reloj marca las 00.07 cuando cinco varones más llegan y se dirigen al entorno de la casa. «Tiene que soltarla y salir o lo vamos a sacar nosotros», asegura otro de los familiares. Son más de una treintena de personas que se protegen del frío con mantas y cubren su rostro con sudaderas mientras esperan tener alguna noticia sobre Lourdes. El paso del tiempo desespera e incrementa la agonía de María, hermana de Juan. Ya no se puede hacer nada por la vida de este, pero sí por la de Lourdes. La mujer recibe el abrazo de un conocido y se desmorona. Entre lágrimas y anhelos, acierta a contar lo único que sabe cuando se cumplen diez horas de secuestro. «La Guardia Civil nos dice que tratan de negociar con él y que está bien, pero no hemos podido escuchar su voz», afirma mientras se le corta la respiración.
No hay rastro de cambios cuando la noche se adentra en la madrugada. La calma advierte que no hay novedad en la situación, pero el cansancio empieza a hacer mella en los presentes. «Le ha pegado tres tiros y ahora no tiene valor a quitarse la vida», comentan.
Todos se preguntan qué ha podido pasar para llegar a este desenlace y ninguno de ellos encuentra una explicación cuerda a lo sucedido. Habían tenido algún pequeño conflicto, pero nada alarmante. Eran vecinos desde hacía años. Vivían en un mismo chalet cada uno en una planta. «Quien se imagina que vive al lado de un asesino», lamentan.
El camino que conduce al domicilio en el que se encuentra el atrincherado es sinuoso y está completamente a oscuras. No hay alumbrado público en ese tramo, solo varios chalets en terrenos separados los unos de los otros. Una pareja baja hasta su vehículo con rostro serio. Al parecer, una de las hijas de Lourdes ha podido contactar con Pedro, el presunto autor de los hechos. «Le ha dicho que su padre está donde debe, pero que a su madre la tiene bien cuidada», expresa. Se le enmudece el rostro y admite que no saben bien qué creer. No han podido escuchar la voz de la mujer. Aún así, nadie en el lugar pierde la esperanza. Esperan que la libere o que la Guardia Civil alcance su rescate.
Los gritos y llantos rompen el silencio de la noche cuando el reloj marca las 4.36 de la madrugada. «¡Asesino!», «¡Desgraciado!», «¡Esto no se ha visto nunca en Granada!», le gritan a la desesperada, al tiempo que tratan de averiguar su paradero tras quedar arrestado por la Guardia Civil. El dolor va acompañado de rabia, pero también de alivio. Lourdes sigue con vida y es evacuada del lugar de los hechos en ambulancia. Los familiares experimentan ahora un sentimiento agridulce que les hace llorar la pérdida de juan y celebrar que su esposa sigue con ellos. Pero la tensión y la adrenalina vivida momentos previos aflora y genera un conflicto entre los familiares. La expresión de sus rostros transmite cierta calma, pero también tristeza. «Ha destrozado una familia», dicen una de las sobrinas de Juan. Decenas de efectivos de la Guardia Civil permanecen en el lugar cuando amanece. Los allegados aguardan en la puerta del siniestro mientras ven salir el sol y esperan poder despedirse de Juan como se merece.
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