Antonia, la eterna maestra de toda una vida en Lopera
A sus casi 100 años, ha dado clase a varias generaciones de niños y adultos en un pueblo que se lo ha dado «todo»
Con cerca de un siglo de vida, Antonia Rojas Sánchez todavía es capaz de echar la vista atrás y recordar cómo era la vida en ... Lopera en los años en los que la mayoría de los que hoy se sientan a su alrededor ni siquiera existían. Su oído se resiente a las palabras, pero su voz explica con firmeza lo que ha sido la historia de su vida. Nacida en Graena, se asentó en el pueblo vecino de Lopera con apenas 20 años por amor. De allí era su marido y allí mismo se casó. Una boda humilde que nada tiene que ver con las de ahora y en la que su propia familia se encargó de tejer y elegir el vestido. «Comimos un arroz con todos los amigos en mitad de la plaza del pueblo y después hubo algunos pasteles. Ese fue nuestro banquete, no necesitábamos nada más», explica.
La carretera que hoy conduce a Lopera está perfectamente señalizada y asfaltada, pero hubo un tiempo en el que tan solo había caminos de tierra y en el que –por increíble que parezca para muchos– sus vecinos se desplazaban por ellos en burro. «Era la única forma que teníamos de ir a Guadix o Purullena. No había autobuses ni mucho menos coches al alcance de todos», expresa.
Tampoco existía rastro alguno de tiendas ni supermercados como los de hoy en día. Las frutas y verduras las cultivaban en los huertos de casa e incluso hacían trueques con otros vecinos en función de lo que cada uno necesitaba, uno de los encantos del pueblo que reconoce que se han perdido. «Era símbolo de unidad», asegura.
La mujer, que llegó a conocer lo que fue el amor por carta, detalla también la forma en la que se hacían novios de quienes más tarde se convertían en sus maridos. «Pedían permiso a nuestros padres y nos sacaban a bailar. Los chicos nos escribían alguna carta declarándose. Ahora las modas han cambiado, todo va mucho más rápido», asegura.
De niña, Antonia ayudaba a su madre a amasar la harina con la que hacían pan y cosía algunos trajes para venderlos y llevar a casa un dinero extra. «Con mucho apuro», como ella bien explica, consiguió estudiar y convertirse en maestra, una profesión por la que logró ser conocida en Lopera y otros muchos pueblos de los alrededores en los que trabajó.
Dio clases a generaciones y generaciones de niños de entre 6 y 14 años en aulas de hasta 50 alumnos, pero también enseñó a leer y escribir a otros muchos adultos del pueblo en clases nocturnas para que tuvieran la oportunidad de aprender. Más allá de su labor como profesora, también enseñó a las chicas a bordar para que pudieran hacerse su propio ajuar o incluso recetas de cocina. «Me tenían para todo lo que necesitaban –indica años después de una dedicación que aún le regala alguna que otra satisfacción–. Mis alumnos han querido que conozca hasta a sus nietos».
La llegada de la lavadora
En un tiempo en el que el maestro, el cura y el alcalde eran las personas más importantes del pueblo, Antonia recuerda la infinidad de regalos que recibía por parte de los padres de sus alumnos. «Desde pan a productos de las matanzas o pimientos», añade. Leche en polvo repartida entre los niños durante los recreos por la escasez de lácteos y latas llenas de carbón recién salido del fuego para calentar las aulas marcaron una memoria que también recuerda la llegada de la lavadora al pueblo. «Eso fue una maravilla que revolucionó la vida de las mujeres de Lopera. Hasta entonces, nos arrodillábamos en la acequia para lavar con pastillas de jabón que nosotras mismas habíamos hecho», dice.
Un ambiente sano y puro en el que conviven ayudándose los unos a los otros con una unión especial es lo que hace que, todavía hoy, Antonia se deshaga en elogios hacia su pueblo. «Nada me ha hecho tan feliz como Lopera, no puedo decir nada malo del pueblo y sus vecinos», destaca.
Por ello, aunque la vida no es lo que era cuando Antonia solo tenía 20 años, ella tampoco cambiaría la felicidad que le ha dado su tierra a lo largo de todo este tiempo. «Lopera me lo ha dado todo. Ha sido para mí como una fuerza madre que siempre me ha impulsado hacia arriba. Aquí he vivido los momentos más bonitos de mi vida», sentencia la mujer que ha sido la maestra de toda una vida en Lopera.
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