Una vecina de Dúrcal de 93 años sigue participando en el campo en la 'Fiesta de los Hornazos'
Concepción Melguizo también sigue confeccionando para su familia prendas de ganchillo con agujas y lana
Rafael Vílchez
Martes, 18 de abril 2017, 09:30
La avanzada edad de Concepción Melguizo no ha frenado su gran pasión: celebrar con su familia en el campo la antíquisima 'Fiesta de los Hornazos' ... en Dúrcal durante el Domingo de Resurrección y el Lunes de Pascua. Este festejo es uno de los de mayor arraigo en la comarca del Valle de Lecrín. El término hornazo (aumentativo de horno) hace referencia a un bollo de pan de aceite con un huevo duro clavado en el centro elaborado en las tahonas del pueblo. En los dos días festivos se consumen también otras ricas viandas. 'Andalucía Directo' de Canal Sur ha estado también presente en este evento.
Cocepción recuerda cuando antiguamente eran elaborados los hornazos por las vecinas del pueblo en las panaderías de Dúrcal. "Antes los hornazos y los bollos de pan de aceite los elaboraban las mujeres en las panaderías del pueblo pero desde hace tiempo suelen comprarse, salvo en una tahona que sigue con la tradición de antes. Antiguamente la 'Fiesta de los Hornazos' se celebraba el Domingo de Resurrección en la zona de Marchena, el Lunes de Pascua cerca del 'Cerrillo Redondo' y 'Las Arenillas', principalmente, y el tercer día, que ya ha desaparecido, los niños y algunos mayores acudían a comer el hornazo a las eras comunales. Ahora en cambio los jóvenes celebran esta fiesta junto a la vera del Río Dúrcal y alrededores y otras personas prefieren hacerlo en cortijos y fincas rurales como, y por ejemplo, le pasa a mi familia", manifieesta esta entrañable mujer de 93 años de edad.
A Concepción también le encanta confeccionar colchas, cortinas, centros de mesa, toquillas, manteles y otras prendas tejidas con agujas e hilos de lana. Esta mujer aprendió a leer y escribir con su maestra Josefa López. También aprendió a coser y realizar primores con su madre, Concha, natural de Alhendín. A Antonio, el padre de Concepción, que nació en Dúrcal y se dedicó al transporte con un carro tirado por mulos y después con un camión, le encantó ver a su hija pequeña realizando labores de ganchillo.
Certera en sus recuerdos, Concepción, relata junto a una de sus nietas, la profesora destinada en Gualchos, Lidia Valdés Vílchez, que "a los ocho años de edad empecé a aprender a coser y cocinar. Después, siendo ya mozuela, confeccioné el ajuar de novia para la vida de casada. El ajuar consistió en ropa interior, sábanas, servilletas, mantelerías y otras cosas bordadas a mano. Mi ajuar, guardado en un arca, lo comencé a disfrutar cuando contraje matrimonio a los 26 años de edad con mi esposo, Francisco Valdés, ya fallecido", recuerda.
Concepción, educada en la fe, reza el rosario todos los días. Ella suele encomendarse a Santa Rita y San Blas. Sus cinco hermanos ya no se encuentran en este mundo. Concepción adora a sus tres hijos: Juan Antonio, Francisco y Marcelo, a sus nueras, nietos y biznietos. Cuando sus hijos eran chicos le hacía la ropa. Concepción trabajó en el campo, emigró a Alemania con su familia y cuando volvió a su tierra trabajó en una carnicería que montó en Granada capital. La carne que vendió procedía de los terneros que criaba y cebaba su familia en una finca. A pesar de realizar múltiples tareas, Concepción nunca ha dejado las agujas y la lana.
Concepción recuerda mientras confecciona una bufanda cuando en su pueblo "existían dos fábricas de la luz como así se decía, una era de don Antonio y la otra de doña Juana; cuando dos mujeres vendían carbón para los braceros; cuando entraron los primeros vehículos al pueblo, uno de ellos de Serafín Fernández; cuando se acercaban algunas mujeres de Nigüelas y otra mujer de Lanjarón llamada Maravilla a vender queso y requesón; cuando una familia de Melegís que después se asentó en Lanjarón vendía sillones de mimbre hechos a mano; cuando Rosa La Rorra trajinaba de un lado para otro como recovera y vendiendo dulces con una cesta alargada de mimbre".
Concepción también recuerda a "don Evaristo el médico, amigo de Fray Leopoldo, que y como en vida le antició curó una de sus dolenciás cuando falleció el santo. Don Evaristo era muy bueno con la gente y tenía un caballo para acudir a otros pueblos. También recuerdo cuando nos bañábamos en la acequia de Maina; cuando nos acercábamos al pilar de la plaza para llenar los pipotes de agua fresquita; cuando, y por turnos, pedíamos dinero para alumbrar a las ánimas benditas; cuando Paco Molina puso en la plaza un despacho de gasolina; cuando los niños acudían a ver la televisión a las casas de mis vecinas Teresa y Paquita; cuando Anica anunciaba casa por casa las misas de muerto; cuando al magistrado don Nicolás, que no podía andar, lo trasladaban subido en una burra hasta la parada del tranvía para que pudiese ir a su despacho de Granada, y un sinfín de cosas más", asegura esta buena mujer casi siempre con la cabeza en escorzo concentrada en las labores de costura.
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