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Jornaleros en uno de los secaderos que siguen en pie en la Vega de Granada.
Tan sólo 150 secaderos sobreviven al desmantelamiento del tabaco en la Vega

Tan sólo 150 secaderos sobreviven al desmantelamiento del tabaco en la Vega

En los años noventa, cuando Granada producía 10 millones de toneladas, llegaron a contabilizarse 1.200 de estas estructuras

Jorge Pastor

Jueves, 13 de octubre 2016, 01:17

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El paisaje de Granada cuenta con elementos claramente identificativos. El pico del Veleta, la silueta de la Alhambra... y también los secaderos de tabaco que 'salpicaban' toda la Vega y que van desapareciendo en la medida que se desmantela un sector del que llegaron a comer 2.500 familias granadinas allá por los noventa. Las cosas han cambiado muchísimo desde entonces. De esos 2.500 hogares tabaqueros se ha pasado a apenas 90 en la actualidad. En aquellos tiempos buenos Granada llegó a producir casi diez millones de toneladas, frente a las 400.000 de esta campaña, por ejemplo. Y también se han 'esfumado' buena parte de esas estructuras, construidas en madera o ladrillo, de las que cuelgan las grandes hojas verdes -luego amarillas- que luego se transforman en cigarrillos negros. Llegaron a contabilizarse hasta 1.200. De todas ellas sólo subsisten 300, de los que únicamente 150 siguen en funcionamiento.

Manuel Ruiz es uno de esos agricultores que, pese a haber cumplido ya los sesenta y cinco años, sigue bregando todos los días. También es un reputado 'constructor' de secaderos. Bueno, realmente lo era porque, según comenta, lleva ya más de quince años sin levantar ninguno. «No hacen falta -explica- porque cada vez hay menos explotaciones, porque los titulares se hacen mayores y los jóvenes prefieren dedicarse a otra cosa y porque desde hace tres años los están gravando con un impuesto que en algunos casos puede superar los cuatrocientos euros». «¿Para qué se va a mantener algo que no produce y que cuesta el dinero?», se pregunta a la par que se responde. Manolo Ruiz, pelo cano, camisa de cuadros y mirada huidiza, asegura que siente «mucha tristeza» cuando ve un secadero derrotado. «Una pena». Sí, una pena porque esa imagen simboliza la agonía de una actividad agrícola a la que ha dedicado buena parte de su vida y porque él, mejor que nadie, también sabe del esfuerzo que supone erigir uno de estos colgaderos. Para uno estándar, de unos setenta metros cúbicos de volumen, con capacidad para tender un millar de plantas -cada una de ellas pesa alrededor de kilo y medio-, «necesitábamos cuatro personas y unos siete días».

De los 300 secaderos que siguen en pie, algunos de ellos con más de un siglo de antigüedad, tan sólo la mitad se están usando esta temporada. La otra mitad, con un estado de conservación deficiente, están abocados a sucumbir. De estos 300, unos 160 están fabricados con chopos de la Vega de Granada, un material flexible a la par que resistente. Un material que soporta bien pesos superiores a la tonelada. «Yo era autodidacta, hacía las cosas como las había aprendido de los mayores, pero creo que ahora sí me podrían más pegas», refiere Manolo Ruiz respecto al sistema que siempre empleó para erigir los secaderos, dispuestos geométricamente en cubos de dos alturas más la cubierta.

De origen tropical

Cristóbal Blanco, gerente de la SAT Tabacos Granada, una entidad donde se agrupan los productores de la provincia, comenta que este tipo de construcciones se importaron de los países tropicales y se adaptaron al clima más seco de Granada. El más antiguo, situado en el término municipal de Belicena, tiene más de cien años y hoy día se ha adaptado como museo -algo similar se quiere hacer con otro que hay en Purchil-. Los primeros fueron los de celosía en ladrillo y posteriormente los de madera, aprovechando las muchas alamedas que había en la Vega de Granada. La decadencia empezó en el año 1984, cuando el Gobierno aprobó el Plan de Reestructuración del Tabaco. El mercado tampoco ayudó. La demanda de rubio aumentaba y la de negro, la que se produce en Granada, disminuía. No había posibilidad de reconversión. No era factible ni por las características de las parcelas ni por las condiciones agroclimáticas. Entonces empezó la «depresión», como califican los cosecheros de Granada a esta lenta agonía que ha rebajado las producciones de los diez millones de toneladas de hace treinta años a las 400.000 de la actualidad. Lamentan que Cetarsa, la empresa que adquiere, fermenta, procesa, bate, acondiciona y comercializa el tabaco en rama dentro y fuera de España, les haya dado la espalda.

«No quieren la variedad Burley porque, según afirman, no tiene salida», asegura Cristóbal Blanco, quien añade que la SAT Tabacos Granada ha tomado la decisión de mirar hacia el extranjero para buscar compradores. Así, ahora mismo está pendiente la firma de un acuerdo comercial con un importador de Moldavia para despejar un horizonte que, según el propio Blanco, presentaba muchas incertidumbres. «Nos encantaría seguir vinculados a Cetarsa, pero es imposible porque no quieren la Burley y porque están pagando 1,40 euros por kilogramo, un precio que se sitúa sesenta céntimos por debajo de los dos euros que cuesta producir ese kilo», dice Blanco. «La valoración que estamos teniendo fuera sí es más interesante y más rentable para nosotros», apostilla. Aparte de Centroeuropa, sobre todo Rumanía y Bulgaria, la Burley sigue teniendo mucho tirón en el Magreb y también en India. Ahí es donde, según la SAT Tabacos Granada, debería poner el punto de mira Cetarsa, una sociedad de carácter semipúblico ya que está participada en un 79,2% por la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), adscrita al Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas, y en un 20,8% por el Grupo Imperial Tobacco.

En Cetarsa se lleva a cabo la clasificación industrial de los tabacos contratados. Posteriormente se mezclan para obtener los 'blends' que piden los clientes de Cetarsa hasta conseguir los sabores requeridos. Posteriormente, tras el empacado, se envía a los cinco continentes. Cetarsa exporta las variedades Virginia, Burley y Havana. Para ello cuentan con dos factorías (Navalmoral de la Mata y Talayuela) y dos centros de acopio (Jaraiz y Jarandilla). Todos ellos localizados en el Norte de Cáceres. Cetarsa, que se provee de una serie de asociaciones de productores entre las que se encuentra la SAT Vega de Granada, factura directamente a las principales marcas. Nadie en España realiza estas funciones. Los cosecheros lamentan este monopolio.

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