El imperio de las sombras
La vida se oculta entre el claroscuro del último mes del año, cuando el cielo torna del rojo al gris y muchos duermen y esperan... bajo el frío
Juan Enrique Gómez
Jueves, 11 de diciembre 2014, 01:34
Una cortina de hojas rojas cae y viaja sustentada por el aire que camina entre las arboledas, donde las gotas de lluvia reflejan los débiles ... rayos de un sol velado. El silencio impregna los bosques y campos en un tiempo de transición en el que el frío condiciona la actividad de quienes habitan bosques, riberas, sierras y estepas. En diciembre aún es otoño, pero la naturaleza anuncia ya la irremediable llegada del invierno, cuando el paisaje culmina la transición de la luz al claroscuro, algunas especies minimizan sus esfuerzos y dormitan en sus refugios a la espera de la llamada de un nuevo ciclo, mientras otras ocuparon ya sus territorios habituales de invernada y aprovechan ecosistemas que a pesar del frío, en el sur, son más benignos que los que dejaron atrás y a los que volverán en unos meses, cuando llegue el deshielo.
En los bordes de bosques y zonas áridas, semicubiertas por el hielo, la quietud se rompe con ladridos cortos y agudos, espaciados en el tiempo. Son zorros que en solitario han abandonado las zorreras para buscar topillos, ratones de campo o pájaros con los que llenar sus despensas. Suele ocurrir entre dos luces, poco después del amanecer y antes de la llegada de la noche, el mismo momento en que sus potenciales víctimas salen de sus refugios para buscar grano e invertebrados con los que alimentarse. También lo hacen los gatos monteses, garduñas y jinetas, que caminan sigilosas entre pinos, robles y encinas.
Diciembre se podría considerar el mes de las aves; es cuando ya han llegado todas las migradoras, cuando terminan los viajes que unas hicieron al final del verano, otras con el comienzo del otoño y las más rezagadas esperaron la llegada del frío para volar hacia el sur. Es también el mes de las grandes concentraciones, cuando las llanuras y estepas, las vegas que rodean la ciudad, se llenan de bandadas de avefrías: pájaros de tamaño medio de espalda oscura y pecho y vientre blancos, con la cabeza cubierta de un sombrero verde tocado por una fina y larga pluma. Vuelan en grupos que se reconocen por las alas blancas. La Vega de Granada es uno de sus espacios favoritos de invernada, igual que para los sisones, aves grandes, que caminan entre los matorrales esteparios, cardos y gramíneas, en busca de invertebrados y semillas. Levantan el vuelo ante cualquier amenaza.
A los bosques han llegado los reyezuelos, pequeños insectívoros de color amarillo y negro con una llamativa corona dorada, han viajado centenares de kilómetros para ocupar los pinares, riberas, e incluso los jardines de las ciudades. Es factible verlos entre los setos y madroños de los Mártires y la Alhambra, donde se han refugiado los petirrojos.
En los campos de cultivo, entre los olivos y almendros, bandadas de pinzones buscan granos, como los pardillos que aunque están durante todo el año, su número se incrementa con la llegada de migradores. Se les ve encaramados en las ramas secas de los arbustos en zonas próximas a riberas, cultivos y jardines.
En los humedales, destaca la presencia de grupos muy numerosos de una anátida especialmente llamativa, el pato cuchara, que se caracteriza por su pico muy ancho. Pasa el invierno en el sur y comparte ecosistema con otras aves que se alimentan de plantas acuáticas, invertebrados y peces. Se les puede observar con facilidad en las lagunas de Padul, las pantanetas de Alhama y Cacín y sobre todo en la Charca de Suárez de Motril, donde acuden atraídos por la comida y la bonanza del clima.
Pastizales
En el interior de las sierras, mientras las ardillas pasan el tiempo escondidas, las cabras montesas y gamos deambulan entre los riscos y buscan pastizales, las umbrías acogen otras especies de flora e invertebrados que necesitan del frío y la humedad para sobrevivir. En diciembre, no solo hay setas en los bosques. Es el momento de los musgos; de los casi invisibles organismos que aprovechan la descomposición de la materia orgánica; de los pequeñísimos moluscos terrestres, caracolillos de pocos milímetros que pasan el invierno bajo los troncos y las rocas.
Navidad
Es el mes de los frutos rojos, cuando los ruscos se llenan de bolitas que no nacen en el tallo sino en el centro de las hojas; los madroños ofrecen sus racimos dulces y carnosos. El color de la Navidad se deja ver en los bosques y los hogares se llenan de elementos vegetales que proceden de plantas arbustivas de bosques húmedos, acebos, ruscos y muérdagos, y de viveros, como la flor de pascua, que crece de forma casi espontánea y con un gran tamaño en jardines de la costa de Granada, donde ha sido introducida artificialmente y ha llegado, en algunos puntos, a naturalizarse. En el monte mediterráneo, los pinzapos luces su mejor porte. Es la imagen del árbol de Navidad en una especie amenazada y que ha logrado recuperarse en algunos puntos de Sierra Nevada y Huétor. Los hay, plantados, en parterres de la capital granadina.
En diciembre, una capa blanca, semitransparente cubre los pastizales, el rocío se ha convertido en hielo.
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