Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Granada
Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.
Miércoles, 25 de marzo 2020
Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.
Compartir
Hace ocho años, en lo peor de la crisis, una decena de colectivos del Zaidin detectaron la existencia de familias en una situación tan precaria que les era difícil poner un plato sobre la mesa todos los días. La urgencia era tal que las entidades decidieron actuar y organizar un banco de alimentos de emergencia. Con sede en el local que entonces empleaba la asociación de vecinos, que impulsó la iniciativa, la medida logró aplacar la situación pero también dejó patente la necesidad de buscar una solución que fuera más allá del reparto de alimentos. Ese fue el origen de Caraz.
Bajo esas siglas se esconde el centro de aprovisionamiento y redistribución de alimentos del Zaidín, una herramienta nacida a finales de 2014 para ayudar a los más necesitados del barrio. Y a eso se dedicaba de forma altruista, en colaboración con el Banco de Alimentos, hasta hace dos semanas, cuando el coronavirus hizo aparición. «La mayor parte del colectivo está entre la considerada como población de riesgo y tuvo que dejar la labor; si dependiera de ellos estarían aquí pero no deben y es por eso que estamos haciéndolo ahora nosotros».
El que habla es César, uno de los 35 miembros de Protección Civil que desde este miércoles están retomando la labor que Caraz venía realizando. El área de Seguridad Ciudadana, que dirige César Díaz, y el Centro Municipal de Servicios Sociales del Zaidín escucharon la llamada de auxilio del colectivo y ordenó a los voluntarios que tomaran el testigo de la actividad.
Toda la labor se concentra en un local anónimo de la calle Padua. Sólo el ir y venir de miembros de Protección Civil anuncia que es ahí donde la entidad trabaja para proporcionar sustento a las familias. Dentro, el orden y la higiene son escrupulosos. Un pequeño equipo –Berta, Antonio, Noelia y el propio César– se mueve con rapidez entre montañas de bricks de leche y estanterías repletas de paquetes de pasta para terminar de preparar las bolsas de reparto. «Llevan aceite, arroz, batido de chocolate, atún, sardinas en lata, fruta en conserva –ahora toca pera–, galletas, garbanzos, leche, tomate frito, macedonia de verdura y espaguetis», desgranan, al alimón, César y Berta.
Crisis del Coronavirus
Es el kit básico, el paquete que reciben las familias de pocos miembros. Sin embargo, en el listado facilitado por Servicios Sociales, hay unidades familiares que cuentan con 8, 9 e incluso 10 miembros, algunas de ellas con bebés. A estos beneficiarios se les incrementan las cantidades de cada alimento y, además, se les incluye también potitos de carne o pescado y de fruta. «Se supone que es un complemento, un apoyo con el que poder salir adelante», explican los voluntarios.
El reparto está bien organizado. Sigue la logística diseñada por Caraz, que divide en dos grupos a los beneficiarios de esta ayuda. Unos, la mitad, reciben los paquetes una semana y el resto, la siguiente. «En total, son alrededor de 450 familias las que tenemos en el listado que nos han proporcionado», dice César señalando un papel en el que aparecen los nombres y las direcciones.
Las entregas comienzan a las 9 de la mañana y son realizadas por los voluntarios, que van en pareja. Todos siguen un protocolo diseñado para reducir al mínimo la posibilidad de contagio –es importante porque, entre las familias, hay miembros considerados como población de riesgo– y para agilizar la operación. «Llevan su mascarilla y sus guantes. Al llegar a la casa, dejan las bolsas en la puerta, tocan al timbre y se alejan tres metros para que sean las familias, sin tener contacto directo, las que lo recojan», describe el coordinador del equipo.
Carmen y Fernando son dos de las personas encargadas de hacer los transportes. Ella, que acaba de comenzar la veintena, es estudiante de último curso de Enfermería. Él se especializó en Finanzas y ahora, con 28 años, trabaja en una perfumería. Aquí, sin embargo, ambos están como el resto de compañeros de Protección Civil, de voluntarios, sin cobrar, por pura vocación. «Nuestro único interés y nuestra satisfacción es poder ayudar a los demás», explican.
Ambos llegaron a primera hora de la mañana para ayudar en el dispositivo y, cuando se encuentran con los periodistas, van ya por el tercer viaje. Están concentrados. Miran el listado –les tocan tres familias del entorno de la avenida de América– y buscan el bloque de uno de los beneficiarios. Agarran el paquete, lo suben en ascensor y lo depositan en la puerta. Después, llaman al timbre y se alejan tres metros. «Somos de Protección Civil, venimos con comida del Banco de Alimentos». La respuesta es, en todos los casos, una sonrisa y unas palabras de agradecimiento.
Cuando terminan, vuelven al local para recoger más bolsas. Allí, se entrecruzan ánimos y bromean con los compañeros para que el esfuerzo sea más leve. Después vuelven a salir. «No vamos a parar hasta que acabemos», dice César. Llevan guantes y máscaras pero, en este rincón del Zaidín, ninguno lleva reloj.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.