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Propósitos que nunca cumpliremos... ¿o sí?

Propósitos que nunca cumpliremos... ¿o sí?

La crónica del polvorón ·

Con los propósitos de Año Nuevo pasa como con la lotería: nos hartamos a comprar décimos aunque sepamos que la posibilidad de que nos toque es remota.

JESÚS LENS

GRANADA

Miércoles, 2 de enero 2019, 01:06

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Y sin embargo, hay que hacer una lista de propósitos dos veces al año, como mínimo: a vuelta de verano y con el cambio de año. El tiempo no es lineal y la vida son ciclos. De ahí que, de vez en cuando, el calendario nos invite a parar, echar la vista atrás, reflexionar y trazar planes para el futuro inmediato. A eso es a lo que llamamos propósitos de Año Nuevo. A las mejores intenciones. A los deseos por cumplir.

Por ejemplo, ¿por qué no volver a plantearnos lo de aprender idiomas de una maldita vez? Con lo bonito que tiene que ser entender las letras de las canciones ese grupo indie o ver las películas en versión original sin tener que leer los subtítulos. ¡Y viajar al extranjero, siendo capaces de comunicarnos con los nativos, sin necesidad de traductores ni intérpretes!

Una lista de buenos propósitos funciona como la Carta a los Reyes Magos: la escribes, la decoras con colorines y dibujitos, la metes dentro de un sobre molón y se la entregas al Cartero Real, deseándole buen viaje y que llegue a su destino. Eso sí: como hayas sido demasiado ambicioso y no tengas parné para ir a comprar todo lo que has pedido... malo. Porque los Reyes no son los padres. Los Reyes son la VISA.

En la cuestión de los buenos propósitos no tiene tanto que ver el dinero cuanto la fuerza de voluntad, el empeño, la constancia, la perseverancia y otro puñado de virtudes cardinales del mismo jaez. Porque no basta con apuntarse al gimnasio. Luego hay que ir. Y después, pasado el impulso primordial y el ímpetu provocado por los remordimientos de conciencia de los excesos navideños... seguir yendo. Aunque haga frío, llueva y en la mesa camilla se esté tan a gustito. Que si el 1 de enero cayera en primavera, lo de hacer deporte con regularidad sería mucho más sencillo de cumplir...

-Venga, cuéntanos algo sobre la dieta que piensas hacer en cuanto acabes de devorar los dos o tres Roscones de Reyes que te meterás entre pecho y espalda estos días, bonico. Háblanos de tu pasión por el recién descubierto brócoli o de las propiedades gustativas de la lechuga. Háblanos del Aire como ingrediente, de las Esferificaciones de Nada con Hidrógeno o de que Menos es Más, aplicado a las tapas y a nuestra proverbial gastronomía de barra, pie y mesa alta.

Estarán conmigo en que el Lench, a veces, resulta particularmente insoportable, con su odio a ritos navideños tan deliciosos, encantadores y escasamente lesivos como el de los benditos propósitos...

El caso es que sí. Que estoy firmemente comprometido a comer mejor. O, al menos, a ser más consciente de mi alimentación, hasta el punto de que estoy a la espera de los resultados de un estudio nutricional de ADN que he encargado a la empresa granadina DNActive, radicada en el PTS.

-Y te habrás hecho otro análisis sobre rendimiento deportivo, a ver si vuelves a ponerte en forma, como émulo de Michael Jordan que eres...

Pues sí, mi antipático Lench. Así es. He decido ponerme en manos de mi propia genética para tratar de mejorar mi estado físico, en todos sus órdenes y acepciones.

Además, para este 2019 estoy firmemente comprometido a volver a los caminos y senderos de nuestro entorno. A subir montañas, bajar a los valles y quebradas y redescubrir el placer de acompasar el paso a una realidad más tranquila y sosegada. En Granada tenemos el inmenso privilegio de disfrutar de mil y un paisajes diferentes, desde los farallones costeros que se precipitan vertiginosamente al mar a los cañones de las Badlands de la Zona Norte. De las trochas alpujarreñas que conectan pueblos, fuentes y cortijos al Sendero de Gran Recorrido GR-240, ese mágico Sulayr que nos permite gozar de la inmensa magnificencia de Sierra Nevada. ¡Y lo pienso aprovechar!

Tengo previsto ir más al cine y a conciertos, leer más libros aún y encontrarme con los amigos para compartir con ellos más conversaciones y menos discusiones estériles a través de las redes sociales. En ese sentido, reducir el tiempo de exposición cibernética ocupa un lugar de privilegio en mi lista de propósitos para este 2019.

Y uno que les va a parecer raro: quiero decir muchas veces NO. Mejor dicho, tengo que aprender a decir NO con asertividad, sin provocar disgustos o malos rollos. Pero tengo que decir NO más a menudo. Y no es por egoísmo o mala follá. Es por supervivencia. Por pura necesidad.

En los últimos meses he pasado demasiado tiempo haciendo cosas por compromiso, sin convencimiento real y, en ocasiones, hasta sin ganas. Y eso no puede ser: desgasta, vampiriza y te deja sin fuerzas para las actividades realmente necesarias o placenteras.

Vivimos en la sociedad líquida que pronosticara Zygmunt Bauman. Lo único seguro es que no hay nada seguro. Vivimos tiempos de cambios vertiginosos que requieren de nosotros adaptabilidad y maleabilidad. Desarrollar herramientas y técnicas que fomenten la antifragilidad, una propiedad por la que el caos y el desorden nos hacen más fuertes.

Hay que aprender a decir NO. Y, en justa reciprocidad, a aceptar el NO como respuesta, sin que nada de ello tenga que ver con la negatividad o el pesimismo.

Decir NO para ser más libres y tener más tiempo para las actividades que SÍ aportan, suman y nos enriquecen, desde un punto de vista material, pero también emocional y sentimental. Vivencial.

Por mi parte, si un propósito aspiro a cumplir este año que ahora empieza, es el de aprender a gestionar el tiempo con mayor inteligencia, sentido y aprovechamiento.

¡Ya les contaré qué tal me va en el empeño!

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