«Antes pedía donaciones para sacar a mi familia de Gaza, ahora es para sacarles de los escombros»
Vecinos como Ahmed, Amer, Mohammed y Mahmod son todos originarios de Palestina. Ahora viven en la calle Elvira con un negocio que busca mantener a la familia que les queda
Guadalupe García
Jueves, 21 de agosto 2025
Para muchos que la visitan, la calle Elvira es una ruta-pasaje. Su función se reduce a conectar otras calles más importantes, olvidando con facilidad ... a los vendedores que te esperan con un «hola, vecino» y sus artículos expuestos a plena vista. Sin embargo, esta hospitalidad desconocemos que proviene de un antiguo farmacéutico, un anterior contratista de construcción y un estudiante terminando su máster que volaron a Granada desde Palestina buscando un mejor futuro para su familia. Ahmed es el dueño de la tienda Perfume Árabe y proviene de la Franja de Gaza. Para él, escenarios cotidianos como recibir una llamada telefónica de su madre significan una cuestión de vida o muerte. «Como allí no hay internet, las llamadas pueden llegar en dos días o en tres semanas. Ahora mismo mi madre podría estar muerta y no lo sabría porque nadie me puede contactar», explica.
La madre de Ahmed se llama Yosra, tiene 90 años y no ha podido salir con su hijo de la Franja de Gaza. Desde hace nueve meses vive en una tienda de campaña con su otro hijo, Iaed, y con unos problemas de rodilla que la han inmovilizado. «La planta baja donde vivía mi familia fue destruida por un ataque aéreo, ahora todos viven en la calle», dice Ahmed. Explica que la gente de España elige no ver todas las cosas que él ha vivido y que están viviendo su madre y hermano. «Para beber, la gente coge agua del mar y la mezcla con azúcar. Los granos de maíz son muy duros, pero ellos los parten para hacer harina», dice. Más tarde explicó que su situación era, de hecho, afortunada, ya que ellos eran los supervivientes de varios ataques que había sufrido su familia. En uno de ellos, su padre perdió las dos piernas y se las tuvieron que amputar sin anestesia. A falta de hospitales e instituciones básicas, la gente se organiza como puede para seguir viviendo. Así era también con su familia hasta que el cinco de noviembre del año pasado un ataque aéreo tumbó el edificio donde vivían. «Mi padre y mis tres sobrinos adolescentes estaban dentro, el edificio se les cayó encima», afirma. Pero a pesar de las muertes, todavía no han podido honrar sus cadáveres. «Yo antes pedía donaciones para sacarlos de Gaza, ahora las pido para sacarlos de los escombros», explica. Dejando su farmacia siete años atrás, y pagando el precio ilegal que establecen los guardias en la frontera, Ahmed y su mujer decidieron volar hasta Granada sin casa, sin saber español y con un solo contacto. Desde entonces, Ahmed ha trabajado en el restaurante Jerusalén y ahora gestiona por traspaso una tienda de souvenirs y productos árabes. Su negocio es el que más banderas de Palestina tiene colgadas en toda la calle.
Al igual que Ahmed, Amer viene de Palestina con su familia, aunque de fuera de la Franja de Gaza. Tiene seis hijos, dos de ellos en Polonia y una que se quedó en su país de origen. Antes, Amer era contratista de construcciones, pero desde que empezó la guerra se quedó en el paro, teniendo que volar un año después a Granada por las facilidades que le daba un amigo que estaba ya aquí. Con el efectivo que le quedaba, abrió el local de comida palestina Yafa, aunque sigue teniendo dificultades con el idioma y el dinero. «Abrí una tienda porque pensé que era lo que más dinero daba», admite a través del traductor de Google. En los cuatro meses que lleva con el restaurante, Amer ha llegado a la misma conclusión que Ahmed: están agradecidos con Granada, pero apenas les da para lo que necesitan. Amer pierde cada mes tres mil euros y cuenta que, a ese ritmo, no se va a poder permitir mantener el negocio más de dos meses. «Tendré que volver a Palestina», concluye.
«Aunque ganemos dinero, luego, si se lo queremos enviar a nuestras familias, nos quitan el 50% por comisión», denuncia Ahmed. Cuenta que él necesita enviar como mínimo dos mil euros al mes a su madre y a su hermano (convirtiéndose estos en mil), más los gastos de su tienda, más los de su mujer e hijos de 8 y 4 años. Tanto él como Amer sienten que son los responsables de mantener una situación fragilísima a flote. La tienda de enfrente también pertenece a un palestino, Mahmod, quien al igual que Ahmed, la cogió de traspaso. En ese momento, el encargado es un compañero del dueño, Mohammed, quien estudia en la Universidad de Granada sobre cómo las características de la región de Palestina afectan a su turismo desde distintos puntos de vista. «Los checkpoints donde te registran aun siendo turista hace que viajar a Palestina sea una incomodidad», ejemplifica. Él hace referencia a asociaciones como la BDS o Global Movement to Gaza, quienes están muy involucrados con la lucha de estas personas y prestan atención al barrio.
Y aunque muchos de ellos van por independiente, como todos han asegurado, el mensaje de apoyo sigue siendo unánime, marcando la calle Elvira como un símbolo de resistencia. Sin embargo, recogiendo las palabras de Ahmed, «muchos ayudarán manifestándose en las calles, ahora mismo lo que se necesitan son actos». «Yo solo quiero que mi familia esté bien. ¿A quién le pido ayuda? ¿Quién puede ayudarme?», pregunta. Con la creciente corrupción de la zona y la escasez de recursos, los precios suben a niveles inasequibles para la gente de la zona. Incluso para rescatar los cadáveres de los familiares. «Ni siquiera puedo pagar para que levanten a mi familia muerta de los escombros. ¿Cómo voy a pagar los 20 mil euros que hacen falta para sacar de allí a cada persona que me importa?», inquiere.
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