Todos, claro que sí, con acento en la i. La fuerza de la palabra, la verdad del acento, que es como una gota de lluvia, ... o como un rayo después del relámpago, a veces del trueno, en lo que se escribe a veces con hiel, a veces con miel , la palabra que mate, pero también la palabra que resucita. Pero en fin, ayer, sábado, a las doce, aunque escribo en viernes, día de los periodistas, por cierto, porque San Francisco de Asís, es nuestro protector, que bastante trabajo tiene. ¿O era el santo el de Sales?
Ando a la gresca con el almanaque que inexorablemente me vigila, porque tiene cara de guardia, de los de asalto, los antiguos, incluso con barboquejo, y la verdad es que me salto los días, los meses, y por que ya no puedo los años, que impecable, pero implacable, también el ABC lo recuerda, y ya este año hasta otro periódico, ha dado mi foto, mi foto de cuando era niño. Cuando yo entrevisté, por ejemplo, hay foto, a don Ramón Menéndez Pidal, que se había inventado y recreado al Cid, antes de Pérez Reverte, en su casa de san Rafael cerca de Madrid, en aquella casa con pinta de chalet alemán, en aquel jardín escueto, como él, su barba florida, de alabardero, o de fraile de la palabra.
A veces siento un peso… de haber vivido tanto, para contarlo, siempre, claro, tanto tanto, tantísimo, que hay días que quiero empezar por fin mis memorias, o mis recuerdos, o lo que sea, y me digo a la hora de la verdad, que nunca fue, nunca, la hora de la mentira:«Pero vamos a ver Medina, Escolástico, ¡te queda algo por contar?». Yme respondo que mucho, pero casi todo, por no decir todo, lo he contado ya a lo largo de más de sesenta años, casi setenta, que lo he venido contando. Iba a titular hoy, porque he visto que se está hablando, poco pero suficiente, de esa hermosa verdad de La Placeta, como el verso aquél, rápido, urgente de Manuel Benítez Carrasco del que espero haber hablado ayer:
«Placeta del Salvador
Con tres acacias al aire
Y mi madre en el balcón».
¡Ole! A ver si hoy tengo el gusto de ver a mi buen amigo Merino, de los pocos que me quedan, porque los amigos se hacen con la palabra hablada y no con la palabra escrita, aunque lo escrito, escrito queda, y le pido que me alquile, no que me venda porque eso sería imposible, el bastón que era, de MBC, el poeta grande, la palabra levantada, con el que tantas veces lloré sobre su hombro de pana gastado por la luna, que dijo creo que Walt Whitman, el poeta con su barba cuajada de mariposas. ¿O fue al revés y fue nuestro poeta el que dijo eso de uno de los primeros poetas ecológicos, que ahora se lleva tanto?
O sea, y a lo que voy, que a veces se me va el santo, más que al cielo, al suelo, que ayer hablé en Granada, dejadme este suspiro, de siempre, o casi siempre. ¡Ay mi Granada!, que un suspiro que ya saben que es, como una palabra sin palabra. O sea, la palabra escrita, la palabra hablada, la palabra como una paloma, como un quebrantahuesos a veces. Aquél dicho que decía: «El cóndor, como vuela tan alto, ve siempre el futuro antes que nadie». Suena distinto en Granada. Decir por ejemplo, en lo que dice, recita el maestro José Albaizín, que es el que mejor eleva la palabra de nuestro poeta a columna arabí, con acento en la i, cuando por ejemplo recita en su cueva, o fuera, donde quiera, aquello de:
«Porque sin ser tu marío
Ni tu novio, ni tu amante,
Soy el que más te ha querío.
Con eso, tienes bastante».
Y cuando dice marío, con acento en la i, le da fuerza, más fuerza al vínculo de sangre, mucho más que el de rito, y es como si le pusiera una pluma de muerte, al palabro.
Escuchada tantas veces
Como decir sefardí, que es la vieja lengua, escuchada tantas veces, acariciada por aquellos viejos judíos de la diáspora que se fueron, bueno, que los echaron un día de Granada, una mancha sin duda en la hermosa historia de los Reyes Católicos, que yo estaba por cierto aquél día como se ve en el cuadro, ese grande en el que se entregan las llaves por parte de Boabdil, y que yo soy el palafrenero que se cuida del freno en la boca del caballo, árabe, claro, del rey que suspiró y al que se ha demostrado, que no es cierto, por más que se diga, aquello de la madre al rey moro: «Llora llora como mujer, ya que no supiste defenderla como hombre». Y que es completamente falso aunque no había feministas entonces.
Granada del granadí, que existe en el diccionario, claro que sí. Que existe y que sólo se practica en nuestro mapa, que bien que recuerdo aquél día, aquél mediodía en la casa que tenía en la piedra del Guadarrama Luis Rosales, cuando me descubrió aquello de que en Granada hablamos con la misma letra del español, pero la música es distinta en cada sitio, en cada esquina, en la taberna, o en la catedral, en la Alpujarra como en La Herradura. Por eso es tan importante, gloria bendita, el éxito que está teniendo lo del Granada Gourmet, que ha puesto sobre la mesa los sabores de Granada, los de ayer, los de hoy y también los de mañana, claro que sí, desde luego.
Granada sabor a ti, iba a titular esta página del domingo, que igual leo cuando vuelva de Granada, ida y vuelta en el AVE, con sueño, si es que sueño, en el hotel Washington Irving, con su nombre de leyenda y que hago por ver si se me pega algo. Y también la Granada nazarí, que reivindico, no olvidar que mi pueblo, Píñar, está en la ruta, coronado por ese viejo castillo de las trece torres, desde donde se ven como siempre digo, las estrellas mejor que en el Tíbet.
O la Granada zirí, que ahora Granada arregla su vieja muralla… una palabra suelta, como una piedra de aquellas de cuando el tirachinas, o la honda, que tenía un sitio para la badana de cuero donde David puso la piedra para derrotar a Goliat, que era mucho más grande. Lo romaní, lo gitano, el idioma antiguo que viene de la noche de los tiempos, y que he usado estos días con motivo de la desazón de Trump, que nos ha dejado maltrechos con nuestro vino. Que ya tenemos más de cien marcas, como poco, de nuestro aceite de la vega o del monte, de nuestro pan, aquel dicho: «Te veas como las bombillas antiguas, colgao del ojo del culo, y con las tripas ardiendo»
Cuando la luz no era fría, y se encendía con el milagro de un pellizco, de porcelana, con un hilo antiguo, que hoy solo se encuentra en las tiendas de los rastros, como pisapapeles o incluso, colgando del cuello como collares de otra época. ¡Ay los mercadillos donde se encuentran todavía como piezas de arte las cosas que formaron parte de nuestra infancia!
La Alhambra de los tesoros
Y la Alhambra de ayer, como siempre, la Alhambra de los tesoros, de las aguas ocultas que lloran, de las dos, las tres aguas. La que salta del Generalife, que es el agua alegre, feliz. El agua, femenina, más triste, que corre bajo los cauchiles, en los arrayanes, las acequias. El agua quieta de los pozos, donde naufraga un jazmín con sangre casi siempre. ¡Granada, ay mi Granada! Torres, pasillos, alféizares, la granada entera y escrita, en las paredes, cuando se decía las 'paeres', ese sitio único, último, donde ayer, ayer me dejaron alzar la palabra, o bajar la palabra. Permítanme por hoy ese último, seguro que sí, suspiro tan granadí, zirí, nazarí, desde luego nazarí, romaní y sefardí.
La despedida aquella, del viejo Ben Gurion, en su casa de Tel Aviv, en Israel, cuando me recibió, vestido con su característico traje diplomático, su melena de violinista, su chaleco, sobre sus zapatillas de cuadros, de andar por casa, que cuando le dije de donde era me dijo:«Yo aprendí castellano aunque sabía sefardí, para leer a Federico García Lorca». Y que me despidió así, como yo hoy me voy de mi página, diciendo como él me dijo mientras estrechaba mi mano con las dos suyas:«Que tenga usted, Medina, caminos de leche y miel y que esta visita suya tenga hermana».
Nada que añadir paisanos. ¡Ay si me dejaran morir, en Granada!
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