'Confesiones una editora poco mentirosa'
remedios sánchez
Martes, 24 de agosto 2021, 00:01
En los estertores del franquismo, la España de la cultura se dividía entre el tradicionalismo que representaba Madrid y la modernidad y sofisticación, encarnada por ... Barcelona. Ahora, con la situación política actual resulta llamativo por contradictorio hacer notar hasta qué punto la revolución intelectual y el control de las letras hispánicas estaba en Cataluña, con Barral, y especialmente Castellet, en el papel de factótum cesariano de la Generación poética del 50 (Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Ángel González) o esa pirueta de marketing/bluf que supusieron los Novísimos en los setenta. Y de fondo, esa 'gauche divine', esa alta burguesía exquisita, noctámbula y hedonista, que tenía como epicentro la discoteca Bocaccio para proyectar el porvenir entre whisky y gin-tonic. Porque la clave para esta intelectualidad progresista era la calle Montaner, el restaurante Casa Mariona y la citada discoteca, regentada por Oriol Regàs, el hermano de la novelista. Allí, pintores, arquitectos, actores, directores de cine, poetas, narradores, niños/as bien y pícaros desarrapados con vocación de progresar socialmente, soñaban con la libertad, así, en abstracto. Luego, claro, a la mañana siguiente, se iban a trabajar como si nada, frescos como lechugas, pero pensando en las vacaciones en Cadaquès, en Platja d'Aro o en cualquier país europeo.
En ese contexto se produce una revolución en la literatura española que trasciende a los escritores y convierte en protagonistas a la que ha sido la agente literaria más poderosa del país, Carmen Balcells, cuyas memorias no habrían tenido precio (fue la responsable de que el boom latinoamericano, con García Márquez, Cortázar o Vargas Llosa a la cabeza, aterrizara en España); y también a las mujeres que lideraron las principales editoriales españolas: Esther Tusquets y su cuñada (y rival) Beatriz de Moura, abanderando Tusquets.
A mí la que me interesa más es Esther Tusquets, quien, aparte de escribir algunas novelas valiosas en su madurez, se convirtió en un referente como responsable de Lumen, transformando aquella iniciativa primigenia de su padre en una editorial esencial en la que publicaron cuentos infantiles de Ana María Matute, Gloria Fuertes o Carmen Martín Gaite, los poemas de Jaime Gil de Biedma (también el Diario del artista seriamente enfermo), las novelas de Susan Sontag o 'El nombre de la rosa' de Umberto Eco, que fue un bestseller desde el principio. Y la maravillosa Mafalda de Quino, acierto capital.
En 'Confesiones de una editora poco mentirosa' (2005, Ediciones B), que es la primera parte de sus memorias, se centra en cómo surgían los proyectos de edición o en las relaciones con los autores. Después de esta primera entrega vinieron, para desarrollar esta 'memoria proustiana' (en palabras de su amiga Ana María Moix), Habíamos ganado la guerra (2007) y 'Confesiones de una vieja dama indigna' (2009), todas con una prosa ágil que hacen la lectura grata para una tarde de verano; pero ese volumen inicial –es mi predilecto– resulta tal vez el más jugoso para conocer cómo construyó su universo de páginas de papel, de novelas, cuentos y libros de imágenes, una mujer tan adelantada a su tiempo y –también– para entender la evolución cultural de este país, abriéndose camino entre la censura del tardofranquismo. Porque, quien lea estas memorias verá que la intrahistoria de la literatura era entonces menos negocio y marketing que amor a los libros, que compartir aventuras con otros colegas del gremio, que establecer relaciones directas con los literatos. Luego, claro, el mundo ha ido cambiando y los editores también. Por eso creo que rescatar su nombre para que no se olvide es justo pues Tusquets, olfato, azar y valentía a partes iguales, consiguió convertirse en la gran dama de la edición, compitiendo con los grandes sellos de toda Europa como Mondadori o Gallimard.
A lo largo de estas páginas, ora críticas, ora tiernas, pero siempre rotundas, Esther Tusquets también desvela mucho de su personalidad, tímida y enérgica a la vez, y retrata con delicadeza y elegante ironía la de sus amistades: Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Carlos Barral, Terenci Moix… La suma es un tiempo de creadores irrepetibles; es decir: de cuando hablar sobre el ámbito editorial, como afirma Tusquets, implicaba hablar «solamente de libros y de literatura».
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