Año y medio sin poder vivir en su casa de Granada porque el camino se lo llevó una riada
José se ha tenido que mudar con su hija, pues la única ruta de acceso que le queda está ocupada además porun asentamiento
Sergio González Hueso
Granada
Jueves, 30 de junio 2022, 00:05
Es universal y sempiterno. Casanova lo dejó escrito en sus memorias: «Cuando era rico y me iban bien las cosas, todo el mundo me festejaba; ... cuando fui pobre e infortunado, ya no me dieron señales de consideración, me evitaban como si la maldición que me agobiaba fuese pestilente». Pocas cosas del trato humano, de las importantes, han variado desde entonces.
Es algo que ya lo sospechaba el veneciano y que bien sabe hoy José Heredia, artesano del cobre. Orfebre reconocido. Un jubilado desde hace años que ni puede vivir ahora en su casa por culpa de que se ha quedado sin un camino de acceso decente por el que llegar. Pero nadie le echa una mano. «He sido uno de los artesanos de cobre más importantes que ha habido y ahora estoy muerto». Evidentemente, este señor de 80 años habla de forma figurada. Aún es capaz de levantar todas las herramientas que tiene en un taller de donde salieron cientos de obras y objetos que ha vendido en Granada, España y hasta allende sus fronteras.
Después de haber ido al extranjero o enseñar a mucha gente su profesión, ya casi en peligro de extinción, lamenta que lleve un año y medio «molestando» a su hija y a su yerno debido a que tanto él como su mujer se han visto obligados a instalarse en su casa. Les da miedo dormir en la suya.Más que nada porque son mayores y creen que si un día les pasa algo allí, nadie podrá ir a socorrerles con tiempo suficiente para que no les pase nada.
Fue hace 55 años cuando José se compró un terrenito en el camino de los Yeseros. Era un «vergel», recuerda. Estaba lleno de huertos y frutales; había muchas familias viviendo allí y era una zona populosa por la que iban hasta camiones. Era un lugar de paso entre la capital, Jun y Pulianas. Allí este hombre se montó un pequeño taller y con el paso del tiempo se construyó la casa, en la que ha estado décadas haciendo piezas de cobre, algunas monumentales, y formando una familia .
Todo iba bien hasta que hace nueve años una riada se llevó por delante el camino principal a su casa. A partir de entonces lleva recibiendo malas noticias. Una detrás de otra, sobre todo relativas a una zona que ya no es ni una sombra de lo que un día fue. «Nunca me hubiera creído que esto acabaría así», dice José, mientras conduce su coche por el único camino que le queda para intentar llegar allí. Se entra por Almanjáyar. Deja a la izquierda la calle Molino Nuevo y continúa por un camino serpenteante sin pavimentar, con maleza invadiendo la calzada y con basura, mucha basura. Demasiada. Toneladas de desechos en bolsas en el arcén o restos de mudanzas domésticas: electrodomésticos abandonados, escombros... Pero no es nada comparado con lo que hay en el asentamiento.
Lo componen decenas de familias que han ocupado el camino con furgonetas y chatarra. José lleva ya algún que otro año lidiando con estas personas, y no le va bien. «Muchos días es imposible pasar. Me tengo que esperar a que retiren sus cosas o a que los niños dejen de jugar. Y lo hacen cuando ellos quieren», señala este hombre, que se ha visto abocado a ir a su vivienda por un camino que no necesitaba después de que el principal desapareciera.
Así, literalmente. Y este es el principal motivo de que este hombre y su mujer estén soliviantados. Una vez que se pasa el citado campamento y se llega a su casa con más pena que gloria, el camino se corta. Al otro lado, lo que era el acceso natural de este lugar en el que ya solo quedan dos propiedades, se ha quedado simplemente en una senda llena de piedras, desniveles, naturaleza muerta y parte de una rambla en la que hay agua estancada...
Lío competencial
No solo impide el paso de cualquier vehículo, sino que también deja un olor que no hay quien lo aguante. «Hace nueve años se lo llevó todo una riada. Y cada vez está peor. Desde hace dos es imposible pasar, lo que me obliga a ir por el otro camino. Pero ya no puedo más», explica este jubilado, que entre sus posesiones no solo conserva obras u objetos de mucho valor, sino también una carpeta azul de esas de toda la vida en la que guarda toda la documentación que le ha ido generando con el tiempo la batalla que está librando para que le arreglen el camino a casa.
Conserva decenas de cartas y escritos –el más reciente lo mandó hace un mes y medio–;también fotos del camino; del barranco; y mapitas de la zona hechos en papel. Le ha escrito a todas las administraciones que parece que tienen algo que ver. Pero «todas se pasan la pelota. Nadie hace nada y así estamos», lamenta este hombre, que está atrapado en un embrollo competencial.
Es complicado el arreglo porque su casa está levantada en un punto en el que confluyen varios términos municipales. Su casa está sobre terreno de la capital, una parte del camino y el propio barranco pertenecen al municipio de Jun y otro margen a Pulianillas. A todos sus ayuntamientos les ha escrito. También a la Junta y a la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir.
Su casa está ubicada en el camino de los Yeseros, justo donde confluyen Granada, Jun y Pulianillas
Y no ha sido capaz de que le adecenten el camino. Incluso ha pedido permiso para hacerlo él mismo, pero ni con esas:«No lo quiero dejar porque es mi vida», señala este hombre, que no deja de lamentar todo lo bueno que le ha robado el tiempo y la desidia de algunos.
A su alrededor ya no hay vecinos. Solo un taller de hierro que está la mayor parte del tiempo cerrado. Aún así es consciente de que el arreglo, con voluntad, no supone esfuerzo alguno para ayuntamientos como Jun, que incluso llegó a comprometerse a hacerlo. Eran otros tiempos, cuando José recibía a chavales en su casa, que hacía las veces de taller escuela. «Es una pena.Me he jubilado y ya no soy nada. No puedo ni entrar en mi casa. He luchado mucho en la vida. Y después de 50 años de autónomo cobro 600 euros de pensión. No me merezco esto. Para encargarme obras sí me llamaban, ahora, de jubilado, nadie me coge el teléfono...», se despide.
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