La médica de Granada con coronavirus que está confinada: «Me subo por las paredes, me gustaría ayudar»
Eva Gutiérrez, sanitaria de 44 años, cogió el coronavirus atendiendo a sus pacientes y ha colgado el fonendo porque lo más «heroico es quedarse en casa»
La granadina Eva Gutiérrez (44 años) sabe lo que es estar en primera línea de batalla. Los médicos no son dioses y aprendió lo que ... era la impotencia, la humildad y el tener una vida en sus manos en los campos de refugiados de Tesalónica y de Lesbos. Eva ha consagrado su vida a la medicina. Es secretaria adjunta de Medicus Mundi y voluntaria de Rowing together, una ONG de ayuda a los refugiados. También es médico de urgencia ambulatoria en el Zaidín y madre de familia -no siempre en el mismo orden-. Le ha costado quedarse sentada con los brazos cruzados. Lo suyo son las trincheras, pero ahora lo más heroico es quedarse en casa. Cogió coronavirus y reposa en su sofá de Monachil para volver cuanto antes a la primera línea.
Periodismo y compromiso
A esta médico le tocó enfrentarse al virus en su ciudad. Ir de casa en casa en ambulancia para «atender a personas asustadas, enfermas, solas... ». «Tragarse la pena» al comunicar a un familiar que tal vez su madre tenga la enfermedad, cumplir los protocolos con humanidad y mantener distancia por miedo a adquirir el coronavirus y a transmitirlo. Hace dos semanas recibió una llamada del coordinador de Urgencias. Tenía que permanecer en aislamiento porque uno de los facultativos de su equipo había dado positivo. Tras realizarle el test, ella también dio positivo. Colgó el fonendo y se recluyó con los suyos. «No tengo fiebre. Llevo desde el día 18 de marzo en casa en aislamiento, controlando la temperatura y los síntomas. No lo estoy llevando mal. Estoy recluida como casi todo el mundo desde que decretaron el estado de alarma», explica.
Su miedo al virus es por sus hijos. Mantiene que, aunque tiene mayor incidencia en los mayores, aún es un patógeno desconocido. «Mi miedo es sobre todo por mis hijos de 11 y 13 años. Están asintomáticos en casa y prácticamente aislados. Dormimos cada uno separados y usamos baños distintos. Hay que tomar medidas de precaución y ser solidarios porque no sabemos qué consecuencias tendrán en los demás», dice. Eva pasa el tiempo de cuarentena entre libros, aunque se entretiene con las piruetas gimnásticas de su hija y su marido, deportista paraolímpico.
«Es inevitable preguntarse qué pasará. Aún quedan muchos días de cuarentena, pero mi hijo me ha dado la lección más sabia de todas. Me dijo un día: «Mamá, este virus lo paramos en casa y cuando se acabe el miedo«, señala. La doctora y su familia no salen »ni para comprar«. Pronto se quedarán sin provisiones, pero ya sabe a quien recurrir. »Los supermercados no traen comida a domicilio y le pediré a mi hermana que deje las bolsas en la puerta«, bromea.
Aún le quedan dos semanas de aislamiento por delante. Cruza los dedos para que las pruebas salgan negativas. Después podrá incorporarse a trabajar como sanitaria al servicio de teleasistencia y más a adelante volver a la calle. «A todos los granadinos les pido que sigan las instrucciones y que sean responsables. No hay que asustarse, pero tenemos la experiencia de Madrid e Italia. Cualquier medida es poca y hay que ser precavidos por nosotros y nuestros mayores», manifiesta.
Crisis del Coronavirus
Lo primero que hará cuando supere el coronavirus es abrazar a sus padres y subirse a la ambulancia. «Vi por última vez a mis padres el 9 de marzo y cuando salga de aquí iré a abrazarlos». «Como médico, me subo por las paredes. Me gustaría estar fuera ayudando en lo que pueda», añade.
«Un positivo puede ser malo, por miedo a que en cualquier momento dejes de respirar o lo haga la persona que amas y que tienes a tu lado en estos momentos, o bueno porque durante unos días dejarás la calle, dejarás de sumar carga vírica y carga emocional». En su caso le ha servido para adelantar todas las cosas que nunca le dan tiempo a hacer y dedicarse tiempo a ella misma, pero también a mirar más allá y pensar en quienes no tienen los mismos recursos.
Han pasado siete días desde que cerró las puertas de su casa a cal y canto y no ha dejado de imaginarse la vida de los refugiados de Lesbos o Moria, campamentos en los que ha estado y se conoce como la palma de su mano. «Esta epidemia nos ha pillado de imprevisto, a pesar de que nos avisaron. Pero estaba lejos, y el problema era de gente de otro país. Total, estabamos acostumbrados a cambiar de canal cuando salían las imágenes de la guerra de Siria, o los naufragios del Mediterráneo, o las masacres del Congo, Malí, Burkina, a reírnos del pueblo chino y sus exageraciones con las mascarillas. Ni nos inmutamos cuando el gobierno griego impidió hace poco desembarcar a cientos refugiados», lamenta. «Para ellos el coronavirus será una auténtica masacre por falta de medios y de higiene».
«Siete días ya tras el contacto y sigo fuerte... Ojalá pronto mi nuevo test sea negativo y pueda volver inmune a la calle a repartir más paracetamol». «Un mensaje a todos mis compañeros: » No dejéis de sonreír tras la mascarilla«, concluye.
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