Pan, pan, pan, pan, pan, el tiroteo de Carril del Picón
En apenas diez pasos hay cinco panaderías con escaparates que funcionan como imanes para niños –y adultos–. Conviene no pasar por allí si no han merendado
Si la cosa se tuerce, el tiroteo empieza a las cinco de la tarde. O a las cinco y media, según terminen las actividades extraescolares. ... Bocadillos de jamón y queso, mediasnoches de mantequilla, plátanos y manzanas, frutos secos, zumos y batidos... A ser padre se aprende siendo padre. Y no llevar merienda cuando recoges a los niños es provocar la ira de Dios. Una ira contagiosa que salta de un niño a otro así, como un virus inmediato e implacable de gritos y espasmos incontrolables. La merienda aplaca a las bestias y mantiene al rebaño unido. Pero cuando hay una falta, cuando un niño no tiene nada que echarse a la boca, es mejor huir, alejarse lo más rápido posible antes de que se pronuncien las cuatro palabras que desatan el Apocalipsis colectivo: «¿Me compras un bollo?». «¡Yo también quiero!» «¡Y yo! ¡Y yo! ¡Y yo! ¡Y yo...!». El gran problema es cuando eres tú, supuesto padre experimentado, el que se ha olvidado de la merienda. Entonces empieza el tiroteo.
Mientras los otros padres se alejaban de nosotros como si fuéramos la gota de Fairy en la sartén, jugué la carta de «rápido, a casa, que tienes deberes». El niño aceptó la mayor y echamos a andar. Pero cruzar Carril del Picón a eso de las cinco es peligroso. Todo el mundo lo sabe. Los francotiradores están por todas partes, apuntando con sus mirillas dulces y salvajes. «¡Corre!», le dije a mi hijo, igual que Butch Cassidy y Sundance Kid en 'Dos hombres y un destino'. Pero las balas eran más rápidas y silbaban a nuestro lado como dardos hipnotizantes. Nada más girar la esquina, recibimos el primer impacto.
El tiroteo: pan, pan, pan, pan, pan. Cinco veces. Cinco panaderías concentradas en apenas diez pasos, todas en la misma calle: Carril del Picón. «¿Se llama así por el pan?», me preguntó una vez mi hijo. «Picón, como los picos del pan», explicó. No le pude llevar la contraria. Es alucinante: San José, Fermento, La Casita del Pan, Levadura Madre y Dulce Ángel. Cinco francotiradores. Pero es que a poco que cambien de calle, se encuentran otras tantas a dos minutos en Tablas, Puentezuelas, Obispo Hurtado, Sócrates, Gran Capitán y Emperatriz Eugenia. Un amigo dice que no quedan calles sin panaderías ni barberos. Y empiezo a pensar que es verdad. Sea como sea, lo de Carril del Picón es de récord. ¿Cómo escapas de allí sin comprar un bollo? ¿O dos?
Una barra, por favor
Luego está el tema del pan. Es un infierno. Primero hay que elegir la panadería, claro, que no es nada fácil. Uno tiende a pensar que el pan es pan y siempre moja la yema. Pero no, hay panes que saben a madera y son capaces de estropear el glorioso arte del huevo frito. Una vez encontrada la panadería correcta, no se puede entrar y pedir una barra de pan y ya está, se acabó. No: trigo, calabaza, pan fit, espelta, centeno, maíz, pasas, integral... Hay más variedades que pitufos. Hace poco entré en una de las panaderías de Carril del Picón y pedí una barra de pan, la más normal que tuvieran. Me señalaron una y le dije que perfecto, que cuánto valía. Me explicaron que era al peso y les dije que adelante, que la pesaran y me cobrasen. La barra me costó 2,50 euros (otro día hablamos de mi incapacidad de decirle que no a un comerciante; si me sonríen, estoy perdido). ¡Dos euros y medio! Cuando corté el pan me sentí como los antiguos cuando sacrificaban una vaca para no enfadar a los dioses. Eso sí:estaba delicioso.
«Traía las barras en una enorme bolsa de papel que, si cierro los ojos, todavía puedo oler»
Yo me acuerdo de mi panadero, el que venía a casa de mis padres. Nunca supe su nombre, pero le decíamos Chema, como al de Barrio Sésamo. Era pequeño y cuadrado, igual que Pablo Mármol. Llamaba al timbre temprano y decía «¡el pan!» con voz cantarina. Traía las barras en una enorme bolsa de papel que, si cierro los ojos, todavía puedo oler. Mi madre nos daba veinte duros o así para pagarle y el hombre se despedía bailando el saco sobre sus espaldas, a seguir la ruta. Tenía que ser un trabajo muy duro. Ojalá venda ahora sus barras al peso, que era un buen tipo.
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