¿Quién colgó al Rey Chico en la Gran Vía de Granada? ¿Y cuándo?
Es un retrato pixelado que lleva allí años, muchos años, pero que hasta ahora no llamaba tanto la atención porque la pared estaba llena de pintadas
El cuadro cuelga en lo alto de una fachada de Gran Vía, bajo el balcón del primer piso. Está justo en la esquina con Natalio ... Rivas, frente al instituto Padre Suárez. Es un cuadro pequeño y gris, enmarcado en madera y sujeto por una sencilla alcayata. Dentro hay una figura extraña, un busto pixelado e inquietante que observa a los paseantes como Drácula en el dintel de la puerta. Sin embargo, su identidad no es ningún secreto. Debajo del retrato, se lee su nombre en letras doradas: «El Rey Chyco».
–¿Y quién es El Rey Chyco?
–Ni idea.
Los dos chavales, veinteañeros, se han parado en la esquina para observarlo bien. El cuadro llama poderosamente la atención e hipnotiza al instante al que se atreve a cruzar la mirada con él. Desde hace unas semanas, cientos de personas se quedan allí embobados como los dos jóvenes, preguntándose qué demonios hace ese retrato ahí. Lo curioso es que el cuadro lleva colgado años, muchos años, escondido como Dorian Gray a la espera de su momento.
La pared está limpia, apenas quedan unos restos de los grafitis que hasta hace nada emborronaban casi toda la superficie. El cuadro estaba allí, en el mismo sitio, pero rodeado por garabatos caprichosos y caóticos que conjuraban una suerte de sello de invisibilidad. Si buscan en Google Maps, verán los manchones, las pegatinas y los carteles que lo camuflaban entre la maleza. Incluso si alguien se fijaba en el cuadro, pensaba que no era más que otro grafiti. Liberado de la suciedad, El Rey Chyco domina la Gran Vía. ¿Quién es el autor del cuadro? ¿Por qué lo colgó en esa esquina? ¿Y cuánto tiempo lleva ahí, escondido a plena vista?
«No sabría decirte, pero yo llevo limpiando en este edificio desde hace treinta años y diría que siempre ha estado ahí»
«No sabría decirte, pero yo llevo limpiando en este edificio desde hace treinta años y diría que siempre ha estado ahí». Ana trabaja en el bloque de pisos y, la verdad, no sabe responder a ninguna de las preguntas con seguridad. Los vecinos del edificio tampoco. «Somos estudiantes y acabamos de llegar. Es una cosa muy rara», dicen en una planta. «Creo que lleva ahí ocho o nueve años», dicen en otra. En Lanas Valeria, uno de los negocios con más solera de la calle, coinciden en que el cuadro lleva colgado muchos años. «Doce o trece, tal vez, ya pierdo la cuenta. Puede que más», apuntan.
El sultán
Vuelvo a mirar el cuadro. El Rey Chyco, claro, es Boabdil, el último sultán de Granada, el que entregó las llaves de la Alhambra a los Reyes Católicos. A priori, no encuentro ningún artista que haya pintado con la técnica de pixel-art algún retrato parecido. El pixel-art es una corriente que imita el arte de los videojuegos clásicos, ya saben, los cuadraditos que daban viva al Super Mario de la Nintendo. Tampoco hay comentarios en redes sociales ni fotos llamando la atención sobre el cuadro. Nadie ha dicho ni escrito nada.
Entonces pienso en lo que decía Ana, la limpiadora. ¿Y si realmente lleva colgado treinta años o más? Por aquella época, a mitad de los 90, a veces imprimíamos fotografías pequeñas para los murales de clase y el resultado era algo parecido a eso: un conglomerado de bloques en escala de grises. También nos recuerdo pintando con el Corel Draw, el programa con el que nos pasábamos horas creando todo tipo de imágenes –quién podría imaginar que un día se harían solas–. ¿Y si el cuadro lo hizo alguien en aquella época?
Busco imágenes parecidas y aparece rápido el retrato original. El que cuelga en la calle no parece una impresión, pero sí es la versión que encontraríamos en alguna de las aventuras gráficas de Lucasarts a las que jugábamos de niños en el ordenador: 'Monkey Island', 'El día del tentáculo', 'The Dig', 'Loom'... Qué buenos tiempos.
Los tesoros de Foto Aguilar
«Eso lleva ahí una pila de años, pero no tengo ni idea de quién lo puso». Fran es el dueño de Foto Aguilar, un antiguo estudio de revelado de fotografías que hoy resiste como un enorme baúl de tesoros. «Llevo aquí toda la vida y antes estuvo mi padre, así que conozco bien el barrio», dice. «No creo que el cuadro tenga 30 años, la verdad, pero tampoco sabría decirte desde cuándo está». Abatido, desvío la mirada por el escaparate del local y me fascina todo: vinilos de Alaska y Dinarama, cintas de Las Grecas y El Fary, cómics de Marco y el Pájaro Loco, viejas y hermosas postales de la ciudad (sacadas de los negativos originales que todavía guarda Fran del estudio)... Y, entre medias, un puñado de videojuegos en cassettes.
Entre las cintas para Spectrum, Amstrad y MSX (las tablets de los 80, niños), hay una que me emociona especialmente: 'Freddy Hardest'. De un chasquido, estoy en el cuarto de mis primos, en el Realejo, mirando cómo la pantalla verde y gris carga muy lentamente los píxeles del aventurero espacial. Veo un vídeo en Youtube y el sonido del disparo de la pistola de Freddy me provoca una regresión tan fuerte como la tostada de Proust. Aquellos juegos me fascinaban y me frustraban a partes iguales: eran tan difíciles de manejar, que siempre caía derrotado.
Otra pareja se ha parado en los dominios de El Rey Chyco. Sacan el móvil y, mientras toman una fotografía, se preguntan quién se habrá entretenido en colgar un cuadro en mitad de la calle. «Será una cosa de artistas modernos», concluyen antes de retomar la marcha. Desde lo alto, los píxeles de Boabdil dibujan una sonrisa triunfante. Su misterio sigue intacto y a la vista de cualquiera. ¿Podrá alguien derrotarlo?
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