La Casa de los Enanitos de Granada y una dulce historia de amor
Quién no se ha quedado embobado mirando esta preciosa casita mientras intentaba no marearse en la subida a Sierra Nevada. Una casa que trae un romance inesperado
Las niñas de Javi se marearon de camino a Sierra Nevada. Cada vez que Javi ve a alguien vomitar se acuerda de mí, de cuando ... salimos por primera vez en fin de año y terminamos tomando unos churros en el Café Fútbol. «Aquí estamos, echando la papa en mitad de la carretera», me explicó. Pero no me llamaba por eso, resulta que habían aparcado cerca de la Casa de los Enanitos y ni su mujer ni sus hijas se creían que fuera propiedad de la heladería Los Italianos. «Pongo el manos libres –dijo–. ¿A que tú me contaste que la Casa de los Enanitos es de la familia de Los Italianos, que en el periódico salió un reportaje hace mil años?». Javi, que tiene una memoria afilada, tenía razón. Esa preciosa casa que todos los niños de Granada miramos alguna vez con la nariz y las manos pegadas a la ventana del coche, la misma casa que nos servía para aguantar la respiración y pensar que quedaban pocas curvas ya y que quizás hoy consiguiéramos llegar sin marearnos, esa casa, digo, la Casa de los Enanitos, es de Los Italianos.
La casita es preciosa. Realmente parece sacada de un cuento de hadas. Tiene el tejado rojo, escaleras verdes, ventanas pequeñas y encantadoras, puertas de madera... Es idéntica a la que dibujábamos en el colegio cuando la seño decía «pinta una casa». La casita es lo que todos entendemos por casa, aunque jamás vivamos en algo parecido a eso. Un lugar común que, sin querer, nos enternece y nos arrastra al lugar del que provienen la esencia de las cosas.
En el archivo de IDEAL hay varios artículos sobre la casa, el último es de Antonio Gallego Morell, publicado en noviembre de 2007, con motivo de Santa Cecilia: «Venía a felicitar en este día a Cecilia Rocco, que es hoy toda una institución querida en Granada con más de sesenta años de presencia en la ciudad con la heladería Los Italianos (…) Por vez primera me tomé allí un helado en la madrugada del 19 de septiembre de 1936». Más adelante, Morell recordaba que en los años cincuenta subía con frecuencia a la Sierra y solían parar en la Casa de los Enanitos de Cecilia, a pasar un ratito con la familia.
La otra historia
«¿Veis, niñas? La Casa de los Enanitos es de Los Italianos», zanjó orgulloso Javi. Como estaban tan atentas a la historia y me sentía como un viejo locutor de radio, recordé otra historia que, pensé, les podía gustar. Dice así:En un viaje que hicimos a Norrköping, ciudad situada al norte de Suecia, encontramos una casa muy parecida a la de los enanitos de Sierra Nevada. Un tipo nos contó que allí vivía la familia de heladeros más famosa de Norrköping, en la que todo el mundo hacía cola para comprarse sus tarrinas de natachoc –es el mejor sabor, siempre–. Resulta que el matrimonio que fundó esa heladería, no recuerdo su nombre, tenía muchas hijas. Un verano, al otro lado de la calle se mudó una familia de la ciudad que, curiosamente, regentaba una de las cafeterías más queridas de Norrköping. Preparaban, decían, el mejor chocolate caliente con churros. La familia de esta cafetería tenía muchos hijos y, claro, aquel verano los niños y niñas de las dos familias formaron una pandilla estupenda. La hija mayor de los heladeros y el hijo mayor de los chocolateros se enamoraron y fueron novios. Pero aquello solo quedó en un romance pasajero... Sin embargo, los que conocían esa historia en Norrköping no dejaban de pensar que, por un momento, la mejor heladería y la mejor cafetería podrían haber sido la más dulce historia de amor jamás contada.
«Un momento...¿Natachoc y churros con chocolate?»
«Espera», interrumpió Javi, al manos libres. «Primero, dudo que en Suecia digan natachoc y pongan churros con chocolate. Y segundo, tú no fuiste a Norrköping, tú fuiste a Linköping». Como les dije, Javi tiene una memoria afilada y no conseguí engañarle. «Un momento...¿Natachoc y churros con chocolate?», preguntó y casi pude escuchar los engranajes de su cerebro viajando de aquel primer cotillón adolescente a la Casa de los Enanitos hasta llegar a ese lugar del que provienen la esencia de las cosas. Sí, le dije, churros y natachoc. Qué historia de amor más bonita, ¿no?
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