Inma López, con Lorca
Opinión | Puerta Real ·
Granada necesita gestores cultos y capaces, no sectarios, dispuestos a contar con la gente de a pie y, acaso, resueltos a enfrentarse a los clanes y camarillas que han hecho de la cultura una oficina de flujos de poderJUAN VELLIDO
GRANADA
Sábado, 12 de mayo 2018, 01:13
Baranoa, que es una localidad colombiana con larga tradición de Carnaval, acudió Gabriel García Márquez en 1950 -mucho antes de que fueran publicadas ... sus obras y se le concediera el Premio Nobel de Literatura- a coronar a Esther Consuegra, que era la reina del Carnaval. En su discurso, el autor de 'Cien años de soledad' fue enumerando a todos cuantos allí estaban congregados, y a los que no estaban: «El vigilante soldado de surco», «el silencioso obrero del algodón, el que con sus manos expertas ha convertido la áspera fibra vegetal en esa nube de intimidad y ternura donde se hilan los sueños», «el hombre total, el hombre anónimo». «Todos estamos aquí -señora de la perfecta hermosura- esperando el instante en que tu gracia reconstruya, piedra sobre piedra, la apetecida torre del paraíso».
Inmaculada López Calahorro, estudiosa de García Márquez, de García Lorca y de tantos otros; filóloga, doctora en Filosofía Clásica, profesora de Latín y Griego, trabajadora infatigable, mujer culta e inquieta, y creyente en el ser humano -una temeridad que suele convertir en ingenuas a las almas nobles-- ha sido nombrada, aunque no coronada como la Esther de Baranoa a la que García Márquez cantó, directora del Patronato Federico García Lorca, en una curiosa parábola de la excelencia, pues el nombre y la memoria del poeta de Fuente Vaqueros exigen regidores de su legado con capacitación y sensibilidad acordes a la encomienda de la que serán fedatarios.
Y es que Inmaculada López representa, quizá, ese espíritu franco y abierto, cultivado, ilustrado y generoso que el legado de Lorca requiere, lejos del gran festín gregario y oportunista que suele 'adornar' de mediocres aquellos cargos de responsabilidad comúnmente repartidos entre los más dóciles y adocenados del partido de turno, o entre los alpinistas y trepadores del Everest.
Granada necesita gestores cultos y capaces, no sectarios, dispuestos a contar con la gente de a pie y, acaso, resueltos a enfrentarse a los clanes y camarillas que han hecho de la cultura una oficina de flujos de poder -los monigotes son siempre los mismos, aunque las subvenciones vengan de gobiernos de izquierda o de derecha- en la que se compran y se venden honras, reputaciones y respetos; prestigios, afinidades y lealtades; y hasta boletos para formar parte del Gran Jurado Universal.
La cultura es una totalidad, no es el capricho o el acomodo de unos cuantos. Por eso, García Márquez contó en Baranoa con todos los presentes y con los ausentes: «Y a estos nombres llamamos por testigos de tu coronación -señora de la perfecta soberanía-. Llamamos al primero de todos, a Erasmo de Rotterdam, custodiado por el arcángel de la locura. A Tales de Mileto, inventor de la línea recta. A Esquilo y a Sófocles, que enseñaron a hablar a las máscaras...».
De todo esto sabe, y mucho, Inmaculada López Calahorro.
«Granada -decía Lorca- tiene dos ríos, ochenta campanarios, cuatro mil acequias, cincuenta fuentes, mil y un surtidores y cien mil habitantes».
A todos ellos hay que llegar.
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