«Lo que más me gusta de España es que puedo ir al colegio»
Moussa, de trece años y natural de Guinea Conakry, cruzó el Sahara a pie y llegó en una zodiac clandestina a la costa provincial. Uno de los últimos 'niños patera' llegados a Granada cuenta su historia
granada. Después de recorrer a pie el inhóspito desierto del Sahara y de cruzar el Estrecho a bordo de una patera, Moussa (no es su ... verdadero nombre) llegó a España y fue víctima de un delito. Un presunto matón juvenil le hacía la vida imposible en el centro de protección de menores de Granada en el que ambos residían. Bueno, el adolescente bravucón no sólo la había tomado con Moussa, sino con el resto de los menores acogidos en el refugio. «Era el más grande de todos y se metía mucho con las chicas», recordaba el niño africano el comportamiento de su compañero de fatigas, un muchacho español con problemas de conducta.
Al final, el supuesto acoso acabó en los juzgados de Menores y dejó de ser supuesto, valga la redundancia, porque el acusado reconoció los hechos y no fue necesario celebrar la vista oral. El procesado ingresaría en un correccional donde recibiría tratamiento para superar sus problemas psicológicos. Por fin, los chiquillos del centro de protección iban a poder respirar tranquilos.
Moussa, de sólo trece años y natural de Guinea Conakry, una de las naciones más pobres de África, iba a comparecer como testigo de la fiscalía, pero no hizo falta.
Pese a verse envuelto en un embrollo que seguramente no acababa de entender, el niño no perdió en ningún momento una sonrisa blanca con una rebanada de coco.
Antes de volver a su hogar granadino, contó -con la ayuda de una traductora- su historia con una voz firme y a ratos asombrada. Era como si ni él mismo se creyese lo que le había ocurrido en los últimos meses, cuando, junto a uno de sus hermanos, decidieron emprender el camino que había de llevarles al norte, a la alborotada y desorientada Europa.
Lo que sigue es el relato de la odisea de uno de los últimos 'niños-patera' -apenas lleva tres o cuatro meses en España- que han llegado a Granada en este 2018, el año en el que el desembarco de menores (y adultos) africanos ha batido todo los récords
«Muchos niños en el desierto»
Moussa, según explicó a los funcionarios y juristas de Menores que escucharon en silencio y con emoción sus aventuras, atravesó las frontera de Guinea Conakry, su país natal, en un coche que le dejó al borde de la parte del desierto del Sahara que pertenece a Argelia, un lugar agreste como un paisaje lunar. Aquella 'parada' en mitad de la nada estaba llena de emigrantes. «Había muchas personas. No puedo decir un número, pero eran muchas. Había muchos niños con sus madres en el desierto», rememoró el chico. A partir de ese punto, Moussa y su hermano empezaron a caminar. Atrás dejaban una de las naciones más pobres el planeta. Aunque la tierra de Guinea Conakry es rica en oro o diamantes, el 80% de la población se dedica a la agricultura y depende de la ayuda internacional. Son los 'misterios' de la economía global: aunque las entrañas del país esconden un gigantesco tesoro, la gente sobrevive a duras penas.
«Quiero ser futbolista»
La travesía del desierto se prolongó durante meses. Moussa no es capaz de precisar cuántos, pero, por un momento, su sonrisa blanquísima se nubla. Tuvo que ser duro.
Ya en Marruecos, concretamente en la ciudad de Nador, tardaron varias semanas en adquirir los 'pasajes' para cruzar el Estrecho a bordo de una zodiac clandestina.
Moussa detalló que fue su hermano el que se encargó de pagar el viaje y que él no llegó a conocer la cuantía del desembolso.
Según han confesado otros 'niños-patera' a los jueces y fiscales de Menores de Granada, el precio de los 'billetes' oscila entre los mil y los dos mil euros, unas cantidades exorbitantes e inalcanzables para la gran mayoría de los africanos. En este sentido, los traficantes de seres humanos ofrecen a sus 'clientes' la posibilidad de pagar a plazos el servicio.
Un dato particularmente deprimente en este sucio negocio: parece que las diferencias en los 'precios' dependen de la calidad de la embarcación: cuanto peor es, más económico sale el 'billete'. Los cadáveres que, de cuando en cuando, arroja el mar a las costas de Granada -y el resto de Andalucía- son la macabra prueba de lo caro que resulta lo barato.
Por fortuna, Moussa y su hermano -otro miembro de la familia vive en Alemania- llegaron sanos y salvos a España.
Poco después, el pequeño ingresaba en un centro público de protección de menores ubicado en la capital granadina. Además de techo y comida, sus nuevos tutores -la Junta de Andalucía, o sea, la sociedad- lo matricularon en un centro de enseñanza. Y Moussa fue feliz. «Lo que más me gusta de España es que puedo ir al colegio cuando me levanto por las mañanas», proclamó ante un improvisado auditorio que, a estas alturas, ya se había rendido a su encanto.
No hablaba en vano. A sus trece años, y a pesar de que la educación primaria es obligatoria en Guinea Conakry, Moussa no había ido nunca al 'cole' por la sencilla razón de que su familia no tenía dinero para comprarle el material que necesitaba para ir a clase. En cambio, en Granada se encontró con el regalo de poder estudiar. Que aprendan los 'ninis'.
No obstante, lo que de verdad le gustaría es ser futbolista. Es su sueño. Su equipo favorito es el Real Madrid. De hecho, cuando sale el tema del balompié, su sonrisa se torna de un blanco 'Real-Madrid' que deslumbra.
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