La resistencia a la despoblación
La pasión por su trabajo y la tranquilidad de la vida en los pueblos son las razones por las que muchos jóvenes agricultores y ganaderos deciden quedarse en sus municipios
SANDRA MARTÍNEZ
Guadix
Miércoles, 9 de febrero 2022, 01:09
Con un repetitivo sonido procedente del chasquido de sus dientes, Manuel y Santi dirigen a las ovejas y las cabras hacia el establo. El reloj ... apenas marca las nueve menos diez de la mañana, pero ellos ya llevan ahí más de una hora, algo que repiten todos los días, hasta los domingos y festivos. «La ganadería es así. Cómo les explicas tú a los animales que hoy no vienes porque es fiesta», afirma uno de ellos mientras coloca un montón de paja que hay a su lado. Se pasan la mañana entera ocupándose de los animales y, después de comer, vuelven otra vez para terminar su jornada.
Ambos han mamado esta profesión desde pequeños e insisten en que no se ven haciendo otra cosa. «Nos gusta estar rodeados de animales, cuidarlos y dedicarnos a ellos». Y aunque a uno le parezca curioso que a alguien le pueda realmente gustar estar rodeado de excrementos o un olor poco agradable realizando una labor tradicional como es la ganadería, cuando ve a los cabritos saltar alrededor de los dos individuos o a Manuel dar el biberón a uno de apenas cinco días, acaba descubriendo y comprendiendo dicho encanto. Son estos encantos, precisamente, los que han hecho que tanto Manuel como Santi, a pesar de no haber cumplido los 30, decidieran dedicarse a ello y quedarse a vivir en Darro, su pueblo de toda la vida.
Desde niños
«Esto es algo que se vive y que nosotros, además, hemos heredado de nuestros padres», afirman. Ya les acompañaban cuando tenían seis o siete años a realizar las labores que entraña la profesión. Son responsables de su alimentación y limpieza, ayudan a las hembras a parir y, posteriormente, las ordeñan con un objetivo principal: cuidar la salud y el bienestar de los animales.
En su forma de vida reside otro de los atractivos que los convencieron de quedarse allí: la tranquilidad y armonía que se respira en sus calles. Con apenas 1.500 habitantes, Darro acoge a una veintena de agricultores y otros tantos ganaderos. Allí todos se conocen o saben «de quién eres», una expresión habitual en los pueblos. «Si ahora mismo me dicen que me tengo que ir a vivir a una ciudad, me matan», expresa Manuel. «Aquí la vida se vive de otra forma; no es algo que se pueda explicar con palabras», añade. Son el claro ejemplo de gente joven que, lejos de huir a grandes ciudades o la capital de la provincia, han decidido quedarse y formar parte del mundo rural de interior haciendo que este no se extinga.
La misma función ocupa Fran desde hace 23 años, aunque en su caso se dedique a la agricultura. Sin un horario fijo, pues «el campo te exige lo que te exige», se ocupa del cultivo de tomates, olivos, almendros, viñas, plantas aromáticas u hortalizas en un «bosque natural», como a él le gusta llamarlo, que se ubica en pleno desierto del Geoparque.
Estudió Ingeniería Agrícola y se especializó en hortalizas y jardinería con el objetivo de aprender más sobre un mundo que le ha rodeado desde pequeño, ya que su abuelo y su padre también eran agricultores. Actualmente, posee una finca familiar ubicada en Hernán Valle, donde también trabajan sus hermanos. «Todos nos dedicamos al campo, aunque es cierto que cada uno está más en un ámbito que en otro», explica. «Desde pequeño he ayudado a mi abuelo a realizar las labores del campo y esto hace que, al final, se cree un vínculo y un arraigo especial que, con el tiempo, hemos ido perfeccionando», añade.
Rodeado de cientos de hectáreas que se ocupan con diversos productos, Fran asegura entre risas que una de las cosas que más le gusta de su trabajo es la 'oficina', ya que su terreno ofrece un sinfín de vistas a los badlans y las cárcavas que componen el Geoparque. «Esto hace que uno se sienta más que privilegiado».
El tiempo más lento
Sin embargo, la originalidad de su trabajo muestra que la agricultura puede desarrollarse y que, lejos de ser una profesión histórica que no da más de sí, aún tiene mucho por descubrir y aportar. Para ello, creó hace más de una década una especie de 'bosques' o entornos naturales donde los productos que cultivan crecen de forma totalmente natural sin necesidad de añadirles productos para su desarrollo, lo que hace que obtenga un sabor y una textura mucho más pura y real que los cultivados de forma tradicional. «Aquí lo que hacemos es trabajar con la tierra para que cumpla las condiciones necesarias que favorecen el desarrollo de estos productos», explica.
Además, también destaca el aspecto positivo de vivir en el campo o en un pequeño pueblo como es Hernán Valle. «En el día a día de las ciudades, sobrevives. Cuentas con un horario fijo y vas corriendo a todos lados, pero aquí es como si las horas durasen más o dieran mucho más de sí», asegura Fran.
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