Una veintena de granadinos recibe terapia por su adicción a los fármacos opiáceos para el dolor
Empieza a dar la cara en la provincia un problema que en países como Estados Unidos es una epidemia que causa
Carlos Morán
Granada
Viernes, 7 de enero 2022, 00:56
El televisivo y malhumorado doctor House es probablemente el adicto a fármacos opiáceos más famoso del mundo. Su talón de Aquiles es la vicodina, ... un medicamento que empezó a tomar para mantener a raya un dolor crónico que sufre en una pierna, pero que acaba por encerrarlo en la cárcel de la dependencia. Cuando le falta la droga es víctima de un febril síndrome de abstinencia que lo deja hecho trizas.
El hecho de que una serie tan popular haya introducido una línea argumental que enseña los estragos que causa este tipo de toxicomanía demuestra la importancia que tiene en Estados Unidos el problema, donde es prácticamente una epidemia. La plaga arrancó en la segunda mitad de la década del 90 y las víctimas se siguen contando en decenas de miles cada año.
«Como es un tratamiento médico en un principio no se ven como adictos. Y además está el estigma de la imagen social del drogodependiente, que se ve como alguien relacionado con la delincuencia, y estas personas no se ven así»
Blanca Molina
Directora del Centro Provincial de Drogodependencias
El fenómeno ya se ha trasladado a Europa y España. Y en Granada está empezando a dar la cara, según admite Blanca Molina, directora del Centro Provincial de Drogodependencias (CPD), que es de titularidad pública. Cerca de una veintena de personas están recibiendo tratamiento en el CPD por su adicción a fármacos como Tramadol o Fenantilo, dos compuestos que están indicados para aliviar el dolor. Son pacientes que paulatinamente se han ido convirtiendo en adictos sin ser conscientes de ello en la mayoría de los casos. «Tienen dolores crónicos y se les recetan esta clase de medicamentos, pero terminan enganchados. Son pocos casos, pero ocurre. Y, claro, como es un tratamiento médico en un principio no se ven como adictos. Y además está el estigma de la imagen social del drogodependiente, que se ve como alguien relacionado con la delincuencia, y estas personas no se ven así», explica Molina las dificultades de abordaje de un problema en el que el remedio puede llegar a ser peor que la enfermedad.
Suenan las alarmas
En este sentido, el CPD está intercambiando experiencias con las redes de atención primaria para observar la evolución del fenómeno. Todavía sin excesivo estruendo, pero las alarmas están comenzando a sonar.
Sea como fuere, nadie discute la necesidad de seguir utilizando los fármacos en cuestión en cuidados paliativos y pacientes oncológicos que está muy graves.
Recientemente, el Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas acordaron poner un marcha un plan para reducir el elevado consumo de este tipo de analgésicos entre la población española.
Artrosis, migrañas...
El programa consta de 19 medidas que buscan «identificar los puntos de mejora en el proceso de utilización de los opioides en el dolor crónico no oncológico y establecer las líneas de actuación necesarias para optimizar su utilización en el Sistema Nacional de Salud».
Entre otras cosas, la iniciativa propone «definir la estrategia terapéutica para el manejo del dolor crónico no oncológico con opioides; analizar si procede la revisión de las condiciones de financiación de este tipo de medicamentos y abordar el problema asistencial de la prevención de su mal uso, abuso y adicción».
Según el Ministerio de Sanidad, entre un 11% y un 17% de la población mayor de 15 años sufre algún tipo de dolor crónico relacionado con artrosis, dolor lumbar, dolor cervical o migraña en España. Pese a que el uso de opioides está aceptado para el tratamiento del dolor intenso en pacientes oncológicos y en cuidados paliativos o terminales, «cada vez es más habitual la utilización de medicamentos como el fentanilo para el alivio del dolor crónico» aunque «la Agencia Europea del Medicamento no lo tiene autorizado» para dichos supuestos, según el Gobierno.
En Estados Unidos, una empresa farmacéutica tuvo que sentarse en el banquillo por anunciar que el opioide que ellos fabricaban eran menos adictivo que el resto. La compañía se declaró culpable y pagó más de 634 millones de dólares en multas. Pero los procesos legales en su contra siguieron y la sociedad acabó quebrada.
«Llegué a tomarme cien pastillas de codeína al día»
C. M.
«Llegué a tomarme cien pastillas de codeína al día. Si estoy viva es porque Dios lo ha querido así». Beatriz (el nombre es figurado) se enganchó de una forma desaforada a los opiáceos (la codeína es un analgésico que se encuentra de forma natural en el opio) porque le dolía el alma (estas sustancias no solo calman el malestar físico) tras la repentina muerte de su padre, que falleció de un infarto fulminante justo cuando acababa de jubilarse. «Fue un hecho devastador para mí», dice con congoja.
La defunción de su progenitor ocurrió en 1996 y ella se refugió en la codeína. Poco a poco, su organismo fue desarrollando una tolerancia al medicamento que le reclamaba aumentar la dosis paulatinamente. Cuando el cuerpo se acostumbra a un estupefaciente, deja de producir el efecto deseado por el adicto y ha de incrementar el consumo para revivir la sensación placentera que lo atrapó y le convirtió en un yonqui.
Fue lo que le sucedió a Beatriz. Es verdad que ha tenido momentos en los que creía que iba a poder dejar de tomar el fármaco, pero la irrupción de la pandemia y el confinamiento le provocaron una feroz recaída. Entones se aferró al tramadol, otro derivado del opio, hasta que no pudo más y acudió al Centro Provincial de Drogodependencias de Granada. «Si me faltaban las pastillas, tenía vómitos y me encontraba fatal».
Además de terapia psicológica, los expertos le 'recetaron' metadona, una sustancia también opioide que se utiliza para favorecer la desintoxicación de las personas adictas a la heroína, por ejemplo. «Quien tenga problemas con estos medicamentos debe pedir ayuda cuanto antes. A mí me está yendo bien».
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