La Granada legendaria: la historia tras misterioso balcón tapiado de la Casa de Castril
Un detalle en la fachada del Museo Arqueológico llama la atención de los viandantes más curiosos: una balconada tapiada, bajo una inscripción: «Esperándola del cielo»
Aida Ortiz
Granada
Domingo, 26 de enero 2020, 13:08
La historia y la leyenda se entrecruzan en Granada en cada rincón de la ciudad, por cuyas calles se respiran las fábulas y mitos que ... han quedado grabados a fuego en la memoria de los granadinos y en distintas publicaciones que recogen las tradiciones orales, para hacerlas eternas. Algunas más conocidas que otras, estas historias conforman un entramado legendario que recorre toda la provincia y que tiene su cúlmen en la fortaleza que inspiró a Washington Irving para sus Cuentos de la Alhambra.
Traición, amor, tragedias, rencillas familiares… todo tiene cabida en la narrativa mítica de Granada, que sobrevive al paso del tiempo enriqueciendo el imaginario de los granadinos, desde las noches de invierno a la luz de la lumbre hasta las actuales redes sociales.
Sin duda alguna, la capital aglutina la mayor parte de estas leyendas, inspiradas en su mayoría en la época nazarí, que tanta riqueza cultural legó a la ciudad. Y es en el Albaicín donde encontramos un número superior de rincones de leyenda, empezando por el Paseo de los Tristes, una calle con tanta belleza y un nombre tan inspirador, que no podía estar despojada del halo místico de los relatos legendarios.
La Casa de Castril
Recorriendo el empedrado de la Carrera del Darro, poco antes de llegar a la calle más bella de Granada, encontramos la Casa de Castril, que actualmente alberga el Museo Arqueológico. Observando su fachada, ya nos hacemos una idea de la cantidad de secretos que guardan sus muros, construidos sobre los cimientos de un palacio árabe para levantar la casa de Hernando de Zafra, secretario de los Reyes Católicos.
Pero, sobre todo, hay un detalle en dicha fachada que llama la atención de los viandantes más curiosos: una balconada tapiada, bajo una misteriosa inscripción: «Esperándola del cielo». Sobre estas palabras han corrido ríos de tinta, que especulan sobre su origen y sobre los motivos por los que el balcón acabó ocultando el interior de esta casa renacentista del s. XVI. Y solo una de estas historias, aunque con múltiples versiones distorsionadas por el boca a boca, ha permanecido en el tiempo: la tragedia de la dama blanca de la Casa de Castril o el vengativo señor de Zafra.
Leyenda de la dama blanca de la Casa de Castril
Cuenta la leyenda que la hija de un descendiente de Hernando Zafra, una hermosa joven llamada Elvira, vivió en sus propias carnes la venganza de su colérico padre, por un amor prohibido que acabó en tragedia. Aunque entre los granadinos se ha extendido una versión algo más sencilla, Manuel Lauriño recoge esta fábula de una forma detallada en su libro 'Granada de Leyenda'.
Al parecer, Elvira se veía a escondidas con Alfonso de Quintanilla, hijo de uno de los peores enemigos de su padre, en la Fuente del Avellano, donde cada día acudía acompañada de su aya, quien protegía a la joven y la ayudaba a mantener su idilio en secreto. Mientras tanto, en el palacete, el señor de Zafra se reunía con un círculo cerrado de nobles, celebrando suntuosas fiestas en las que se informaban unos a otros sobre «la vida y milagros» de los personajes ilustres de la ciudad.
Se cuenta además, que el señor de Zafra sufría miedos repentinos e irracionales que acudían a su mente por cualquier insignificante motivo, lo que le llevaba a vigilar a su hija muy celosamente. Un día, uno de los invitados a las reuniones del señor, desveló a su anfitrión el secreto de Elvira, con el objetivo de ganarse su favor.
El padre de la joven montó en cólera y dispuso enseguida un plan para ejecutar su venganza. La primera en sufrir su ira fue el aya de la joven, a la que echó a empujones del palacete. Con su honor herido y miedo a quedarse en la calle, la alcahueta acudió en busca del amante de Elvira para contarle lo ocurrido y pedirle ayuda.
El galán, agradecido, le arrojó unas monedas de oro y puso en marcha un plan para recuperar a su amada, en el que entraba en juego un apuesto paje cuya apariencia bien podría confundirse con la de un hombre de alto linaje. Y fue, precisamente, su cuidado aspecto el que le llevó a la muerte. Todo ocurrió cuando, cumpliendo con las órdenes de su amo, trepó hasta el balcón de Elvira para llevarle su mensaje. El pajecillo, sin embargo, no contaba con la extrema vigilancia del señor de Zafra, que descubrió su intromisión y le confundió con el caballero que había deshonrado a su hija.
El señor de Zafra atrapó al desgraciado paje y lanzó sobre él su condena: «¡espérala del cielo, porque en la tierra ésta es mi justicia!». Pocos minutos después, el cuerpo sin vida del desdichado colgaba de una soga desde aquel balcón. Después, el amo ordenó tapiar la balconada que atestiguó su deshonra, dejando un único hueco a modo de respiradero y asegurándose de que su hija jamás volviera a tener contacto con el exterior. Dicen que Elvira acabó enloqueciendo y que se dejó morir, negándose a probar bocado.
Durante el funeral, descargó sobre Granada una terrible tormenta y un rayo cayó sobre el balcón tapiado, dejando sobre el ladrillo una muesca negra, como muestra de la tragedia que allí aconteció. El señor de Zafra, que no se separó del féretro durante el cortejo fúnebre, acabó tan empapado que una pulmonía acabó con su vida dos meses después. Como si de un maleficio se tratara, una tormenta similar cayó sobre la ciudad mientras se velaba el cuerpo del vengativo señor, provocando el desbordamiento del río Darro. Las aguas embarradas se llevaron río abajo el ataúd, arrastrándolo y haciéndolo desaparecer para siempre. Esta circunstancia dio lugar al viejo dicho granadino «llueve más que cuando enterraron a Zafra».
Hoy en día, todavía hay quien dice que una dama vestida de blanco recorre los pasillos de la Casa de Castril, llorando por la pérdida de su amado y de su libertad.
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