Granada congelada
ÁLVARO LABRADOR ESPAÑOL
Madrid
Miércoles, 25 de diciembre 2019, 09:26
Se me heló la Graná. ¿Cómo no iba a helarse con estos fríos de diciembre? Las dos se congelaron: la fruta de mi granado poderoso ... que se enseñorea como amo del patio de fuente y mármol de mi casa; y mi ciudad, a los pies de la alta Sierra Nevada, en estos días de fuertes resoplidos de un Mulhacén ventoso y escarchado.
La fruta ennegreció de frío y mi ciudad se blanqueó de nieve recién estrenada en el albor del día navideño, las dos cosas al tiempo. Las luces que engalanan árboles y calles se han apagado pero el sol aún no asoma áureo y brillante entre plumones de nubes blanquecinas que retienen la luz del día.
En esta alborada incipiente Granada se despereza lánguida, vacía de ciudadanos, adormecida y ensoñadora. Es día de asueto y fiesta. La pandereta y la zambomba tardarán aún en resonar en calles y hogares. Mientras, Granada dulcemente se va desperezando entre bostezos y algún que otro resbalón de un transeúnte desprevenido de un hielo acerado en esta hora temprana a la salida de su portal.
Me asoma la ventana a un Albaicín próximo e indistinguible de bruma y albura, qué amor de ciudad es Granada en este día de Navidad con su vega blanca de escarcha y su Alhambra guardiana, hoy vestida de nácar. La sultana me hiela la cara, que no el corazón, y el frígido viento me deja una habitación glacial de ventanas abiertas y horizonte sobrecogido.
-¡Cierra esa ventana! ¿Quieres que pille una pulmonía? Me advierte la esposa aún encamada.
-¿No quieres ver esta estampa inédita de una Granada vestida de blanco?
-Ya la veré a mediodía cuando caliente el sol, ven a resguardarte junto a mí entre sábanas, también blancas, y edredones-, me dice la muy pilla.
Me acurruco junto a ella, pero me llama la ciudad en sueños. Apenas cierro los ojos se me presenta una Bib-Rambla de belenes y abetos, una Puerta Real de cabalgata y Magos, una algarabía de villancicos. En el sueño retrocedo y me veo niño, me veo hijo y no abuelo, me veo ilusionado de Navidad con esa pátina de fe en la Humanidad que sólo un párvulo puede tener.
Es Navidad y el niño que fui sale sin impedimento ni precaución a la calle, patina sin miedo en las placas de hielo que la reciente madrugada ha dibujado en el suelo, cae y se revuelca en la nieve, se le llenan las pupilas de luces que adornan su Granada recién estrenada de Nochebuena. En el letargo del sueño río como cuando era niño, con toda la ilusión de un niño, con todo el atrevimiento y confianza de un niño.
Bendito sueño. Sólo entre nieblas de soñolencias es posible revivir la ilusión navideña de años olvidados cuando la Granada juvenil se despertaba blanca de nieves algunos días de invierno. Granada me resucita de la amargura que da a la vida los años de senectud. Granada renueva su apacible galanura, la alegría que siempre tuvo conmigo y que ahora se me escapa entre babas de años como un caudal que fluye sin otro destino que desaparecer para siempre de mi memoria.
Pero hoy de nuevo renace mi ciudad granadina, insólita de nieves ante la epifanía que se cierne como una corona de esperanza para acercarla a mis años más risueños, más auténticos. En mi ensueño matutino camino ligero por callejuelas y plazas, me acerco al río Darro y desde el puente lanzo con todas mis fuerzas piedras y palos para quebrar un espejo de hielo que tapiza un trozo de ribera. Cuando la lámina helada quiebra en mil trozos con chasquidos de cristal roto, despierto y, al abrir los ojos, descubro que es mi mujer la que rechina en silbos para que deje de roncar. Maldita sea, mi evocación somnolienta se apaga como una cerilla del cuento de Dickens y aparece la verdad de mi vida.
Me levanto, abro definitivamente la ventana, dejando que el aire helado me despierte de una vez por todas, y me lanzo a descubrir mi ciudad casi un siglo después de mi niñez. Sí, ella sigue aquí, bella como siempre, enigmática, encendida de luz boreal y pálida luminiscencia de renuentes decoraciones navideñas. Me acerco hasta la Alhambra, recorro los jardines aledaños, y reconozco en estos rincones a mi amada y fidelísima nazarita que nunca me abandonó.
El frío me cala los huesos y me refugio en un café que me proteja de una suave nevada que comienza a desprenderse del cielo, es víspera de Navidad y el día se promete feliz.
En el umbral del bar empero hay una traicionera alfombra de hielo de la que no me percato. Cuando doy el último paso a mi refugio mi zancada pierde pie, y de tropiezo en tropezón, entro tambaleando en el establecimiento.
-¡Cuidado, hombre! ¿Cómo se le ocurre salir a la calle a su edad con estas heladas? Ha estado usted a punto de partirse la crisma. Ande, siéntese en esta silla y descanse. ¿Qué se le ofrece tomar de desayuno?
-Me pone usted una Navidad de niñez feliz y despreocupada y una Nochebuena de salud y regocijo sin reparos en caer en un rebuño de nieve virgen.
-¿Cómo dice?
-Nada, cosas mías. Me sirve un chocolate con unos churros calentitos. Con eso me doy por contento.
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