Granada cambia la hora y se pone un saquito, que luego refresca
Ayer era verano y hoy está nublado, chispea y hay paraguas en la calle, como si el cambio de hora hubiera reiniciado el ordenador que gestiona las estaciones
Cuando Antonio Luis abrió los ojos, comprobó sonriente que el despertador marcaba las 8.47 horas. Anoche pilló a uno de sus hijos cambiando los ... relojes de la casa para que no hubiera errores. «Me cabreé, a mí me gusta levantarme y pensar: ah, es una hora antes». De hecho, Antonio Luis odia que el móvil se actualice solo y, lamenta, ya ni eso nos deja la maldita inteligencia artificial. Así resopla en el ascensor del bloque, bajando a la calle para dar la caminata de los domingos. Al poner una zapatilla fuera, finge un leve tembleque y se frota los brazos. «Cambió la hora y llegó el frío a Granada».
Es 26 de octubre de 2025 y ayer era verano. El cambio de hora parece que ha puesto las estaciones en su sitio, como cuando el informático propone reiniciar el ordenador para retomar el cauce correcto. Donde ayer había sol, hoy hay nubes por todas partes. Las mangas cortas han crecido, hay pañuelos de seda en el cuello y chaquetillas finas en los hombros. Casi diez grados menos que invitan, por fin, a conjurar el viejo adagio granaíno: ponte un saquito que luego refresca.
«Esto es lo que antiguamente llamábamos 'otoño'»
«Hace más frío que ayer, pero tampoco hace frío, frío». María Angustias camina por Gran Capitán, a casa de sus nietos. «Esto es lo que antiguamente llamábamos 'otoño'», bromea. La señora va cargada de dos bolsas de ropa por las que asoman varios jerséis. «Son los uniformes de invierno de los niños, que a partir de mañana -el lunes- son obligatorios en el cole. Ya sabes, les he metido un poco a los pantalones, que cada uno crece a su manera».
A las 9.30, las otrora luminosas 10.30, chispea por la el bulevar de la Avenida de Constitución. Hay quien levanta los brazos al cielo, con las palmas de las manos muy abiertas, y baila una suerte de danza cavernícola. Unas niñas ríen mientras abren sus paraguas porque, sí, llevan paraguas. «Lo decía el tiempo, que podía llover -explica la madre de las pequeñas-. Y mira, ha acertado». Muy cerca, un señor refunfuña con que este es el tiempo normal, lo de siempre, que el cambio climático no existe y que estamos -todos los seres humanos menos él- muy, pero que muy equivocados.
En el Carrefour Express hoy, una hora menos que ayer, se puede comprar el pan, una tableta de turrón de chocolate, una bolsa de castañas, chucherías para Halloween y hay descuento en las tarrinas de helado. Y en el pasillo de casa huele a potaje de garbanzos, que apetece más que al gazpacho fresquito de ayer. «El entretiempo es la era de la contradicción», reflexiona Lourdes para, a continuación, entrelazar los dedos y sonreír con malicia. «Pero yo me sé de una que en cuanto llegue a casa va a sacar la ropa de la mesa camilla -ríe a carcajadas-. Qué ganas tengo de poner el brasero. Una cosa te digo: una casa con brasero es más casa».
«Una cosa te digo: una casa con brasero es más casa»
Si pusiéramos un micrófono en todos los hogares granadinos, hoy escucharíamos una sinfonía parecida: la de las puertas que abren y cierran en busca de ropa apropiada; la de los cajones que quitan las prendas de verano para dejar sitio a las de invierno; y la risa, al fin, de los que hicieron el cambio de armario hace tiempo y ahora exclaman que ellos estaban preparados, como los visionarios que esconden un búnker antinuclear debajo de la cama.
Fuera está nublado y hoy anochecerá antes, a las 18.23 horas. Mañana será igual, pero vaya usted a saber si con frío o calor. El entretiempo, como decía la señora, es la era de la contradicción. Y de la malafollá.
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