Hacer camino
Esa gente que caminará y convivirá entre bueyes y carretas volverá siendo mejor, quizá porque vaya en busca de la Virgen o simplemente por la dimensiónhumana de una experiencia tan opuesta al ritmo de la ciudad
Gabriel García Escobar
Lunes, 2 de junio 2025, 00:02
Hacer camino es una de las metáforas más manoseadas y repetidas por todo el mundo. Hemos escuchado tantas veces que se hace camino al andar, ... que ya no sabemos dónde queremos ir, aunque vayamos corriendo. Y es que «correr a ninguna parte» resume muy bien esta época de confusión, en la que faltan referentes que marquen nuestro destino. No hay más que ver las portadas de los periódicos. Por suerte hay algo más. Granada es un cruce de muchos caminos. Ha sido históricamente un lugar de paso para los estudiantes, el origen del viaje de Cristóbal Colón, y también un buen destino –una buena tierra– como decía el Quijote. Pero no podemos quedarnos aquí eternamente, empequeñeciéndonos. Hay que salir, tomar aire y volver siendo mejores. Si viajar cura la incultura, hacerlo caminando cura el alma; y por eso siempre ha habido algo místico en hacer camino.
El sábado comenzó una peregrinación, la que lleva a la Hermandad del Rocío de Granada hasta la ermita blanca de Almonte. Una nueva oportunidad no solo de andar los caminos, sino de volver con las alforjas llenas. Esa gente que caminará y convivirá entre bueyes y carretas volverá siendo mejor, quizá porque vaya en busca de la Virgen, o simplemente por la dimensión humana de una experiencia tan opuesta al ritmo de la ciudad. La vida en el camino a la aldea es sencilla en el mejor sentido. Todo el mundo parece conocerse y se trata con la misma naturalidad con la que un niño se hace amigo de otro: acercándose, saludando y sin dar explicaciones. Los relojes y los teléfonos móviles se quedan en la maleta. ¿De verdad la sociedad avanzada es la que pone a las personas un instrumento de control en el bolsillo? ¿Avanzada para quién?
Poco a poco se enamoran los peregrinos de la sensación de tranquilidad y despreocupación. En el Rocío se bebe por sed y se come por hambre. La esencia de los antiguos en un jardín infinito: flores en los vestidos, flores en el pelo y niñas que son flores. Una petalá constante, en la que el tiempo se disipa. Detrás del sol, la luna. Alrededor, una constelación de lunares y volantes. Y entonces el flamenco, las risas y los corros donde nadie miente. No tiene sentido ir tan lejos para hacerlo. La gente recupera una sencillez perdida que recuerda –ahora sí– al verso de Machado: y no conocen la prisa, ni aun en los días de fiesta. Donde hay vino beben vino; donde no hay vino, agua fresca. Sin dormir, o durmiendo muy poco, amanece cada día en el camino. Los romeros han pasado la noche riendo, hablando y cantando porque no hay que pasar por el mundo, ni hacer camino, en actitud conventual.
El sur está bendecido con la alegría y no hay que avergonzarse por ello. Se puede rezar con una guitarra y se puede comulgar echando una mano a la carreta de al lado. Se comparte el pan y el vino con la tranquilidad de saber que el único objetivo es caminar, ni siquiera llegar. Quizá, el milagro de esta romería sea, entre tanta estandarización, que un grupo de gente –sin hacer daño a nadie– mantenga vivas sus tradiciones. Sobre todo, porque en contra de lo que se pueda pensar, la peregrinación a Almonte es un espacio de libertad donde todo el mundo vive su camino como quiere. La libertad, qué tristeza me da que se haya pasado de moda. Los romeros pasarán calor y frío, habrá más polvo que nunca, tendrán ampollas y dormirán incómodos, la raya será insufrible y seguramente haya que ducharse con agua fría, o puede que el vecino ronque. Nada importará si leemos a León Felipe: ser en la vida romero, romero..., sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo, pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero. Y llegarán al Rocío. Cada uno sentirá una cosa distinta al ver la marisma donde caballos y flamencos cohabitan. No es un fondo de pantalla, es nuestra riqueza olvidada. Debería ser obligatorio vivir contemplativamente una semana al año. La aldea se derramará de gente. No todos peregrinarán, pero todos habrán llegado haciendo su camino. No entender eso, sería no haber entendido nada. El ambiente de misterio, de pureza y de regocijo generalizado no se podrá procesar con la lógica con la que el lunes volveremos a la ciudad.
Por eso a los granadinos y granadinas les propongo que se asomen un día a la Gran Vía para ver a quienes bajan por Plaza Nueva, a quienes deciden hacer un nuevo camino al Rocío, y piensen en su propio camino. El nuestro no será solo de ida. Ni siquiera de ida y vuelta, porque hay personas que ya nunca dejarán de caminar juntas, como no dejaremos de recordar a quienes este año no pueden acompañarnos.
A todos, buen camino.
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