Fany, «la mitad china, mitad churrianera» con la taberna de las 50 mesas llenas
Fany llegó hace 20 años y levantó mesa a mesa un negocio que hoy es religión para locales y turistas. Su secreto: cerveza fría, tapas caseras y un curso intensivo de 'andalucismo gastronómico'
Ni arroz tres delicias ni pollo al limón. Lo que ha puesto a La Taberna de Fany en el mapa de Churriana de la Vega ... y de media Granada es el jamón asado, las patatas a lo pobre y la paciencia de esperar cinco minutos más por una tapa que no ha pasado por un congelador.
Fany, nacida en Zhejiang y churrianera por adopción, lleva dos décadas demostrando que la identidad se puede servir en plato hondo y que la integración, si existe, huele a salsa de caracoles.
Hay que reconocerlo: en Granada hay ideas fijas. Si sacas a alguien de la caña con tapa, le entra urticaria. Cambian el alioli por una salsa de soja y se pone el grito en el cielo. Y eso lo sabe bien Fany, la mujer que hace veinte años aterrizó en Armilla pensando que montaría una taberna y terminó montando una revolución gastronómica sin proponérselo.
Los origenes
La historia empieza con un restaurante chino. El típico, sí, con dragones dorados en la carta y la cerveza servida a temperatura ambiente. Pero Fany pronto descubrió que en Churriana de la Vega las cosas funcionan de otra manera: aquí la cerveza va helada, la tapa gratis y el cliente exige que le llenen la mesa de platos 'de los de toda la vida'. Vamos, que ni se le ocurriera sacar un rollito de primavera.
Los comienzos fueron un muro de silencio. «Pusimos cuatro mesas en una plaza enorme, y se quedaban vacías. Nadie se sentaba, miraban mi cara y pensaban que les iba a poner arroz tres delicias», recuerda. Ella, recién llegada, no entendía casi nada de español y los clientes tampoco entendían que su carta iba a llenarse de tapas de lomo y carne en salsa. «Nos costó mucho, los primeros años fueron duros, pero sabía que si quería quedarme tenía que aprender vuestra cocina», explica la tabernera.
La primera tapa granadina
Entra en escena Antonio. Vecino, cliente de café mañanero y cocinero de los que ya no quedan. Vio las ganas de aprender de Fany y decidió hacer de maestro Yoda de la tapa. Lo primero que le enseñó fue a guisar carne en salsa, a no escatimar en ajos, a freír patatas hasta dejarlas 'a lo pobre', pero que saben a gloria, y por último, y lo que es a día de hoy la clave de su éxito, que un buen jamón asado abre más puertas que un diccionario.
Antonio fue más que un profesor: fue la brújula que guió a Fany y a su hermano por los entresijos del tapeo granadino. Tanto, que cuando murió demasiado pronto a sus cincuenta y pocos años a causa de un cácer, dejó tras de sí no solo un vacío, sino una escuela entera. «Tu hermano cocina mejor que yo», le dijo Antonio a Fany antes de irse. Y razón no le faltaba: el muchacho heredó el arte de la intuición, de medir «a ojo» lo que otros calculan en gramos.
Del vacío al éxito
De esas cuatro mesas solitarias se pasó a diez, luego a veinte y después a cincuenta. Y todas llenas. El secreto no era otro que cocinar como manda la tierra: producto fresco, nada de congelados, pan recién horneado, sí, lo hacen ellos, porque lo del pan duro no se negocia, y tapas que justifican los cinco minutos de espera.




«Mi hermano hace las hamburguesas una a una, tal y como le enseñó Antonio, tenemos un proveedor que nos trae la carne picada fresca, de la noche anterior, entonces tardamos un poquito más y a veces los clientes se enfadan, pero cuando la prueban, nos dan las gracias y dicen que la espera ha merecido la pena», dice Fany con una sonrisa de esas que no se fingen.
Hoy La Taberna de Fany es un pequeño ecosistema internacional. Fany se siente orgullosa de que en la cocina convivan un marroquí, un senegalés, un ecuatoriano y hasta pasó una argentina. Lo único que exige a su equipo es que atiendan con alegría, porque la amabilidad, como la cerveza, se sirve fría pero entra sola.
Y de clientela, lo mismo: desde médicos de bata blanca hasta barrenderos con el chaleco reflectante, pasando por abogados, vecinos jubilados y turistas mallorquines que hacen peregrinación anual camino de Sierra Nevada. La fama, curiosamente, no ha venido de Instagram, ni de Tik Tok, aunque algún influencer la haya sacado en vídeo. Viene del boca a boca, ese método infalible por el que tu primo te dice: llévate a los colegas a la de Fany, que eso no falla.
El producto siempre fresco
La tapa estrella, por si alguien aún no la ha probado, es el jamón asado. Se pinchan hasta ocho piezas al día y siempre vuelan. Pero tampoco faltan los caracoles, las albóndigas con tomate o las hamburguesas caseras. «Aquí no entra nada congelado, aunque tengamos algo menos de ganancias», repite orgullosa.
Fany ya lleva diez años con su propio local, el local que abrió convirtiendo a Antonio en su compinche y donde su hermano aprendió todo lo que hace ahora. Se separó de su marido, «pasábamos 24 horas juntos, son cosas que pasan, pero sigue siendo el padre de mis hijos» y así fue como llegó a la carretera de Alhama, para casarse para siempre con Churriana. Tanto, que hasta su hijo se define como 'churrianero de toda la vida' y sus profesores, al descubrir quién es su madre, sueltan un: ¡ah, la de la taberna!. Porque aquí, más que un bar, lo suyo se ha convertido en una institución, no hay vecino que no sepa quien es y que no la salude cada vez que la ve.
Y todo esto lo dice alguien que, si regresa a China, no soporta la cerveza caliente y pide la suya bien fría, «como Dios manda».
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