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Relatos de verano

La falsa historia

carlos fernández benavides

Miércoles, 11 de agosto 2021, 00:41

Me llamo Juan Pérez Rubio, soy Doctor en Filosofía e Historia y Catedrático de Arqueología Forense de la Universidad de Granada.

Mi pasión, desde muy joven, ha sido conocer y comprender el devenir del ser humano a lo largo de su dolorosa y mágica historia.

Como arqueólogo forense, analizo restos humanos encontrados en enterramientos y cuyo estudio son una auténtica ventana al pasado. La historia me muestra el cómo fue y la filosofía me otorga la reflexión necesaria para lograr comprender y superar traumas colectivos.

Mi tesis, 'Arqueología de los oprimidos: arqueología forense en la ciudad de Itálica', donde vinculo arqueología, civilización y violencia, fue acogida con gran asombro en reuniones científicas celebradas en universidades de España, Italia y Reino Unido, siendo galardonada en 2015 por la Real Academia de Historia de las Civilizaciones de Londres.

Este breve relato es el resumen de cinco años de una intensa investigación científica que confirma unos hechos ocultados y olvidados, en mi opinión, de forma premeditada por la historia.

Como jefe de sector, dirigí las campañas arqueológicas en la mítica Villa Romana de Itálica (Sevilla), descubriendo el enterramiento romano más numeroso de la Península Ibérica. Los restos humanos allí extraídos aparecieron muy deteriorados, debido a la antigüedad y las extremas condiciones climáticas del asentamiento. Se detallaron metódica y exhaustivamente todos los hallazgos osteológicos, con la intención de no perder material importante para su investigación.

Hasta la fecha se han exhumado 15.000 esqueletos y analizado, por el grupo de Genética Forense de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, alrededor de 5.000.

Se sometieron a un estudio isotópico y de secuenciación de alto rendimiento, logrando confirmar el sexo, la estatura y la edad de adultos y de gran número de niños y jóvenes, así como la traumatología 'ante mortem', 'peri mortem' y 'post mortem'.

En el informe, todos los huesos superaban el límite de referencia en cadmio y mercurio, con concentraciones de hasta 2 miligramos de arsénico, 200 veces más de lo recomendable, y concluía: «Las muertes ocurrieron por envenenamiento severo de metales pesados, debido al consumo de agua contaminada, en un periodo comprendido entre 10 y 15 años».

¡Se trataba del primer hallazgo de enterramiento masivo por muerte tóxica de la antigüedad!

Dedujimos que, debido a la altísima cifra de individuos encontrados, debieron quedar expuestos al veneno la mayoría de los habitantes de la ciudad.

Fernando Villegas, experto en contaminación por metales pesados, señaló que los primeros síntomas tomarían de 5 a 10 años en aparecer; primero, con manchas negras en la piel, endurecimientos en las palmas de las manos y las plantas de los pies, y, finalmente, desarrollando tumores, gangrena e incluso cáncer. Estas enfermedades podrían ser confundidas con lepra o peste.

Pero, ¿cómo llegó el agua contaminada a la ciudad?

Sabemos que para el abastecimiento del agua a Itálica se construyeron embalses y encauzaron manantiales, almacenándose por medio de acueductos en depósitos, los 'Castellum Aquae' –torres de agua–, y desde éstos se distribuía por la ciudad mediante una red de tuberías a fuentes y caños. Supusimos que el arsénico llegaría a ríos y cauces, liberado por extracciones mineras ubicadas en las montañas, contaminando a su vez cultivos y alimentos. Pero, en los estudios geológicos realizados, no encontramos explotaciones mineras en la zona, haciendo inviable esta hipótesis. Sin embargo, numerosas muestras extraídas señalaban los 'Castellun Aquae' como los lugares de distribución de los tóxicos.

¿Qué sabemos de Itálica?

En el siglo III a.C., el general Publio Cornelio Escipión repartió parcelas en el valle del río Guadalquivir entre los soldados de las legiones que habían vencido a los cartagineses. Debido a la inmigración constante de civiles en busca de oportunidades económicas, floreció una rica ciudad que llegó a tener cerca de 36.000 habitantes. Pero en el siglo II d.C., la sobrepoblación, años de sequías y una desastrosa política monetaria produjeron grandes desequilibrios entre el campo y la ciudad. Los aristócratas locales se vieron incapaces de sufragar los gastos municipales y mantener su estatus previo.

Las fosas comunes datan de este período. Diversas tablillas encontradas describen una ciudad castigada por los dioses sucumbiendo a una terrible enfermedad. Pero ahora sabemos científicamente que la población estaba muriendo envenenada; cabe señalar que las dispersas tumbas encontradas pertenecientes a las clases adineradas, militares o políticas no presentaron ningún resto de toxicidad.

¿Y, entonces?

Conocemos que el veneno formaba parte de la política de Roma, la impunidad que ofrecía era perfecta y en momentos cruciales acabó con emperadores o altos cargos militares y políticos. Es conocido que los envenenadores profesionales probaban sus tóxicos con animales, esclavos y convictos.

Discórides, médico griego del siglo I d.C., denominó a los tóxicos «el arma del cobarde» debido a que producen síntomas muy parecidos a las enfermedades naturales. Sus textos describen venenos vegetales como el estramonio, la belladona o la mandrágora, y venenos minerales como las sales de plomo, el mercurio y el cobre. Con todo, el veneno más usado en la antigüedad fue el arsénico.

Para concluir, tras dos años de exhaustivas investigaciones averiguando cómo y desde donde llegaba el veneno a la ciudad, los depósitos y fontanerías urbanas mostraron ser el origen y su modo de distribución. No quedó la menor duda de que una estudiada y sistemática planificación buscó resolver, de forma radical y en poco tiempo, las tensiones y agitaciones de la ciudad. De nuevo, la historia mostraba su reiterada crueldad, ocultaba a los culpables con sus oscuros intereses, pero dejaba un blanco manto de restos humanos.

Mi deber como historiador es descubrir hechos y vestigios, pero ante todo la verdad. Y, en su honor, una detallada investigación con más de 10.000 páginas ha sido presentada a la Corte Penal Internacional para que reconozca como genocidio, que no debe prescribir, el horrible agravio contra las víctimas y la dignidad humana aquí acontecido, y quede así desenmascarada esta falsa historia de muerte por enfermedad.

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