Fallece el filósofo y catedrático de la UGR Juan Acero, un hombre «justo» y «bueno»
El fundador del Área de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la UGR ha dejado cientos de discípulos en toda España que educó en la «cultura del trabajo bien hecho»
Juan José Acero Fernández (Madrid, 1948) falleció en Granada el pasado 18 de octubre de 2025. El catedrático de la Universidad de Granada (UGR) y ... filósofo, que era un amante de las palabras y un defensor de lo bueno, se ha ido dejando una legión de discípulos en toda España. «Es no poco consuelo saber que recibió en vida el cariño personal y el reconocimiento profesional de los que lo conocieron y trataron. Juan fue una persona muy respetada, muy respetable, y muy respetuosa». Fueron algunas de las palabras, valoraciones y sentimientos vertidos este domingo en la despedida civil de Juan, como le llamaban, por la profesora María José Frápolli.
Quienes lo conocieron, trabajaron con él codo con codo, fueron afortunados de aprender de su conocimiento y de su calidad humana. Porque como recordó Frápolli, el filósofo se «ganó ese respeto por su incansable determinación en ser un hombre justo, que puso sus valores, morales e institucionales, por encima de sus necesidades y de sus intereses».
Acero fue uno de los filósofos analíticos más reconocidos en España de las últimas décadas. Fue discípulo de Emilio Lledó y Jaakko Hintikka, entre otros grandes filósofos nacionales e internacionales. Entre quienes se reconocen como discípulos del profesor Acero están algunas de las personas más relevantes de la filosofía española a lo largo de varias generaciones. Una parte significativa de quienes fueron sus alumnas y alumnos acudieron a despedirlo. Muchos han expresado también públicamente su reconocimiento desde que se conoció la noticia.
Fue discípulo de Emilio Lledó y Jaakko Hintikka, entre otros grandes filósofos nacionales e internacionales
En la universidad granadina, institución a la que dedicó su vida profesional, fue el fundador del Área de Lógica y Filosofía de la Ciencia, y director del departamento de Filosofía –posteriormente de Filosofía I–, entre otros puestos de gestión. Su disciplina personal y profesional, su trabajo y su rigor han tenido un efecto muy significativo en el modo en el que se ha hecho filosofía en España y en multitud de universidades fuera de España. Trabajó en distintas áreas de la filosofía, como la filosofía de la lógica, la filosofía del lenguaje, la filosofía de la mente o la historia de la filosofía analítica.
Neftalí Villanueva Fernández, director de Filolab-UGR y profesor del departamento de Filosofía I, destaca que las clases del profesor Juan José Acero, y el ejemplo transmitido a través de las mismas, han contribuido de manera importante al canon con el que sus alumnos y discípulos miden la calidad de su trabajo intelectual y su docencia.
Frápolli, que recibió el encargo de hablar en la despedida de «mi amiga Nieves, la mejor compañera que pudo tener Juan», dibujó la figura del catedrático como la de una persona «modesta y buena». En ese uso de las palabra cuidó de no dejar en el tintero cómo era el profesor, el maestro: «Él era, como Machado quiso ser, «en el buen sentido de la palabra, bueno», sin sombra de esa arrogancia perniciosa tan propia de la academia, sin actitudes partidistas ni divisivas, con profundo disgusto por las disputas mezquinas que tanto daño hacen a las personas y a las instituciones».
«A los que tuvimos la suerte de ser sus alumnos nos educó en la cultura del trabajo bien hecho, en el interés por los estudiantes, en la cooperación desinteresada, en el respeto a lo que hacemos«
María José Frápolli
Profesora
Son muchas las emociones al despedir a alguien querido y Juan Acero lo era. Sus virtudes las recuerdan ahora, aunque se las dijeron y apreciaron también en vida. Aunque quizás estaría abrumado porque como destacó Frápolli «nunca quiso destacar ni ser el centro de atención, no se creyó más que nadie, siempre fue uno de nosotros». Agregó: «A los que tuvimos la suerte de ser sus alumnos nos educó en la cultura del trabajo bien hecho, en el interés por los estudiantes, en la cooperación desinteresada, en el respeto a lo que hacemos y a la institución a la que pertenecemos. Siempre hizo lo que había que hacer, tanto si le beneficiaba como si no».
Juan no se conformó con dar la mitad de sí mismo, ni se dejó llevar por la fácil salida de tirar de experiencia o de vivir de las rentas. «Dio sus últimas clases con la misma ilusión de las primeras. Escribió sus últimos textos con la misma dedicación y esfuerzo de quien los necesita para ganar una ayudantía», recordaba Frápolli.
Entre los muchos elogios de la glosa que hizo incluyó una de las mejores cosas que se pueden decir de una persona y académico: «Además de mentor y profesor, Juan fue un amigo fiel para sus amigos. Incluso en la academia, donde tantas luchas de egos proliferan, Juan siempre tuvo claro que la amistad estaba por encima del ruido. Fue capaz, en un equilibrio que exige extraordinaria convicción y habilidad, de mantener la amistad sincera y profunda con colegas que, podría parecer, estaban en posiciones opuestas, y supo hacerlo aún en los momentos de mayor crispación ambiental. Juan nunca se dio por enterado de las ofensas, siempre se mantuvo en su lugar, con la mano tendida y los brazos abiertos».
Palabras sentidas con las que despidieron a un pensador, a un maestro.
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