«Todavía no me explico qué han visto en el caso de Juana Rivas para darle relevancia especial»
El magistrado que condenó a la madre de Maracena por el secuestro de sus hijos publica nuevo libro y habla con IDEAL de marihuana, del panorama político y de Vox
Manuel Píñar (Granada, 1958) es claro como el agua con la toga puesta y sin ella. Es un hombre de sombrero, aunque el día de ... esta entrevista con IDEAL no lo lleva. Quizás a conciencia, sabedor de que va a tener que descubrir lo que pasa por su cabeza y no sólo por su pluma. El encuentro es para hablar de su último libro, 'A Nebarí Yagulé', editado por Círculo Rojo, porque además del juez que condenó a Juana Rivas es escritor. El mundo flamenco y el pueblo gitano vuelven a inspirar sus letras; son dos de sus pasiones como investigador. Su llaneza al hablar y su vasta cultura hacen que su discurso sea tan ameno como instructivo. Es sereno y educado, aunque a veces parezca implacable en la sala de vistas.
–¿Es usted un juez flamenco?
–Ante todo creo que soy un aficionado al flamenco, y con esa perspectiva me acerqué a este. Pero lo hice investigando por mí mismo su esencia y origen, porque yo por lo general solo me creo lo que compruebo y en el flamenco se han dicho muchas cosas y hay muchos mitos. El flamenco es ante todo una descripción de la vida gitana y andaluza, y con esa perspectiva se ha ido formando.
–Si tuviera que inclinar la balanza hacia la justicia o el flamenco, ¿qué haría?
–Pues como todo, cada cosa tiene su momento en su justa medida. De día trataría de ser justo y de noche flamenco.
–¿De dónde le viene la querencia al mundo flamenco?
–Siempre fui entusiasta de todo tipo de música y al flamenco me fui acercando al son pegadizo de los cantes festeros y los fandangos. Pero cuando más ahondas más descubres y más te sorprende, hasta que llegas a engancharte con su aire. Ocurre como la música clásica, porque parte del flamenco ya ha alcanzado ese nivel y a algunos aficionados nos gustan ciertos cantes tal y como se compusieron en su momento, sin aditivos ni modificaciones. Igual que ocurre con una composición clásica.
–Es su libro número...
–De temas relacionados con el flamenco es el tercero, pero este es novelado.
–¿Qué significa para usted el pueblo gitano?
–Ante todo vitalidad espontánea. Me gusta inmiscuirme en su ambiente porque ves fluir la vida dentro de la espontaneidad. Si vas a una boda gitana, por citar un caso, a los dos minutos escasos, observas que allí ya nadie está donde estaba, sino un revolutum de niños, gente que se mueve de un sitio a otro. Y ves fluir la vida y la alegría de vivir. Eso me llama la atención.
–¿Cómo es la mujer gitana?
–Para mí, la mejor apreciación la hizo Georges Borrow en 1841, después de vivir varios años entre los gitanos españoles. Decía: «Las gitanas, en general, son seres mucho más notables que los hombres... La audacia, penetración y sutileza de algunas mujeres de estas son verdaderamente prodigiosas, y su dominio de sí mismas tan grande que pasan sanas y salvas por peligros que serían fatales a otros educados en una escuela menos rigurosa y dura que la vida gitana en España». Entereza y voluntad ante todo, por eso en el flamenco los cantes relacionados con la madre son de los más recurrentes.
–¿Y dónde deja su sentimiento cuando de juzgar gitanos se trata?
–La tarea de juzgar a alguien normalmente se despersonaliza y juzgas el hecho, no a la persona. Si te atienes a la persona entras en el terreno de las motivaciones, y cada cual tiene las suyas, que considera normalmente legítimas. Por eso la mejor forma de hace efectiva la igualdad, como base de la justicia, es centrarte en el hecho, que siempre es objetivo.
–¿Por qué ese título: 'A Nebarí Yagulé'?
–En caló es la tenue candela o la llama débil. No me movió ninguna pretensión especial, salvo la de novelar una serie de hechos que suceden en Granada entre 1830 a 1848, con aquel ambiente preflamenco, donde había un gran ambiente musical y cultural que llamó la atención de Glinka, donde era figura destacada el primer guitarrista flamenco, llamado Francisco Rodríguez Trugillo el 'Murciano', auténtico padre de la soleá. En esa época empiezan a formarse las primeras zambras gitanas, pero nada era fácil en aquellos tiempos, porque, como dice Carlota la Vareta en el libro, «en la vida de los gitanos la tragedia siempre está presente de una forma u otra».
–¿Puede hacer una sinopsis?
–Tratar de explicar el flamenco exige indagar en la historia de los gitanos y eso me llevó a leer lo que se ha escrito de ellos. Entonces me tropecé con la obra de Borrow 'The Zincali'… Allí relata la gesta de una gitana llamada María la Chicharona, que con su comadre y una chiquilla van andando desde Málaga a Madrid a hablar con la regente María Cristina para implorar perdón por su marido, que estaba preso. Y en ella me inspiré. A las dificultades del camino se unen las que impone un ambiente humano hostil hacia la mujer, y más a la gitana. Pero el instinto de supervivencia y la perseverancia les lleva a la Audiencia Real, donde, según relataba Borrow, llegaron a bailar romalis ante María Cristina, que además les regaló una pulsera de oro. La historia es trágica y dura y se remata con ese baile de romalis sin más acompañamiento musical que no fueran palmas y taconeos.
–¿Prosa, poesía o sentencias?
–Todo eso ocupa mi tiempo. Lo que ocurre es que cuando escribes sobre lo que te agrada notas una especie de liberación.
–¿Canta flamenco?
–Bueno, digamos que puedo entonar unos 30 cantes de los más de 50 que hay, pero cantar es otra cosa…
–Si pudiera ser un cantaor, sería...
–Difícil, porque cada cantaor y también cada cante tiene su momento. Pero este verano recorrí el oeste de Estados Unidos, tras las huellas de los indios lakota, ya que algunos de sus líderes históricos tienen una gran historia para ser novelada, y me llevé en un 'pen' toda la discografía de Morente y Camarón. 5.000 kilómetros por las rocosas y las grandes praderas oyendo a estos dos genios. Inolvidable. Para mí es más emocionante ver a una manada de búfalos o lobos en Yellowstone que ver los museos o espectáculos de Nueva York.
–¿Y si tuviera que elegir un político?
–Ninguno de los conocidos o del pasado. Yo solo milité un tiempo en Los Verdes porque querían instalar un radar en el Mulhacén. Una barbaridad. Ahora oigo cantos de sirena sobre ampliar las pistas de esquí. De los políticos del futuro, elegiría al que erradique la corrupción política de verdad. Si se piensa en serio es tremendo que un señor se tenga que levantar a trabajar para pagar sus impuestos y que parte de ellos acaben en el bolsillo de un listillo que salga enriquecido de la política. Imagínese que los jueces pusiéramos precio a nuestras sentencias. Me explico: delitos de corrupción imprescriptibles, excluidos del indulto para evitar que lleguen tus amigos al poder y te perdonen como suele ocurrir; ni un solo beneficio penitenciario hasta que se devuelva el último céntimo; competencia para juzgarlos al jurado popular;y penas de 10 años en adelante. Verás que ningún partido lleva esto en sus programas.
–No es un problema nuevo.
–España siempre ha tenido un problema con el saqueo del erario público por los gobernantes, no desde ahora, sino desde El Gran Capitán, al que pidieron cuentas por algo. En ello ha tenido que ver mucho la propia justicia por su falta de decisión. Hoy estamos consiguiendo algunos logros, y haber llegado a que el yerno de un rey ingrese en prisión es toda una esperanza. Pero queda mucho por hacer. Me llama mucho la atención que en una comunidad como la andaluza, donde no paran de aparecer casos de corrupción, ningún alto cargo de la Junta haya ingresado en prisión. Eso da para meditar mucho. En fin, no quiero hablar más, porque se me calienta la boca.
–Acumulará miles de sentencias importantes.
–Todas son importantes, porque cuando alguien lleva su asunto a un juzgado está acudiendo a lo que considera el último remedio para su problema. Hasta los vecinos que discuten por el ruido del perro o de la música o porque le manchan la ropa tienen entre manos algo importante. Cuando alguien dice voy a denunciar, está exteriorizando su deseo de que alguien medie con eficacia en sus relaciones con los demás. Eso hace a la justicia muy importante, demasiado importante. Y además cuesta mucho al erario como para que no funcione adecuadamente.
–¿Qué ha significado para usted impartir justicia en el caso Juana Rivas?
–Si le soy sincero, todavía no me he llegado a explicar qué han visto en este caso para darle relevancia especial. Ahora mismo hay una señora que cumple tres años de prisión por el mismo delito de secuestro de su hijo y alegaba lo mismo que esta otra señora. Y desde mi perspectiva no hay diferencia. No sé por qué de esta que está cumpliendo no se ocupa nadie.
–¿Tuvo presión política o social antes de la sentencia?
–No. Ni en este caso ni en ningún otro. Yo no creo en la leyenda de las presiones. Esa idea de que un político manda a tal o cual emisario a la justicia yo no la he presenciado. No quiero decir con ello que no haya jueces que, en un momento dado, y con pretensión de sintonizar de cara a algún cargo, de 'motu proprio', quieran congraciarse con tal o cual corriente. Sin ir más lejos, acabo de leer que alguna asociación judicial se está pronunciado acerca de los pactos políticos.
–¿Y alguna presión después?
–No, en absoluto.
–Hubo una foto polémica tras la confirmación de la condena a cinco años de prisión de Juana. Pasó usted por delante de la Audiencia y de una manifestación feminista. Todo el mundo se preguntó si fue casual. ¿Lo fue?
–Bueno, yo vi aquello y cerca de allí había unos gitanos amigos míos que tocaban flamenco y me acerqué a saludarles. No me importa en absoluto que unas señoras se manifiesten, porque la calle es de todos. Yo no tengo por qué dejar de pasar o ir por donde me apetezca. Nadie tiene por qué limitarse en ese sentido.
–¿Qué le parece que una ministra haya intermediado en una carta a Italia por Juana Rivas?
–Sigo pensando lo mismo. ¿Por qué no se interesa por esa otra señora que está en prisión por el mismo delito?
–¿Ha hablado alguna vez con la expareja de Juana, Francesco Arcuri?
–No. Solo le he visto en una declaración por videoconferencia.
–El caso está pendiente del Supremo. ¿Cómo cree que va a terminar? Se habla de indulto.
–No sé lo que decidirá el Supremo. Y el indulto es cosa del Gobierno. Los juzgados solo informamos.
–¿Qué le parece el panorama político español actual?
–Complejo y convulso, y como se dice en la novela de que hemos hablado, los tiempos convulsos son propicios para grandes héroes, pero sobro todo para grandes canallas.
–¿Le puedo preguntar sobre Vox?
–Creo que su ascenso se debe a que está recogiendo el descontento de mucha gente con los otros partidos, como antes lo recogió Podemos y, después, en parte, Ciudadanos.
–¿Y de Cataluña?
–Para mí los conflictos no tienen más camino que el marcado por la ley. Legalidad y adelante.
–¿Qué pena le pondría a Puigdemont?
–Tendría que juzgarlo antes para poder opinar.
–Los gitanos fueron y son inmigrantes. ¿Qué le parece la inmigración irregular?
–Los gitanos y yo. Fui inmigrante cuando era estudiante. Trabajaba en Francia o Suiza y me ayudaba a pagar mis estudios. También viajaba algo. Lo mismo trabajabas en un restaurante que en la obra. Suiza era muy seria, pues si hacías lo más mínimo, te expulsaban. Lo más mínimo podía ser dar una patada a una ardilla como le ocurrió a un italiano que trabajaba conmigo. La inmigración irregular es una manifestación del desorden y contradicciones a que nos ha llevado el desarrollismo ilimitado que toma su auge con la revolución industrial. Algún día alguien tendrá que pararse a pensar sobre las capacidades reales del mundo y como se debe planificar la distribución de la población, pero en términos globales, no de tal o cual país o región.
–Tendrá casos de 'maría' cada vez que enjuicia. ¿Qué se puede hacer contra este fenómeno criminal?
–La situación actual ya era predecible. Mi opinión es legalizar el cultivo porque droga hay toda la que quieras, y penalizar más el cultivo en zonas residenciales, para que entre en prisión todo el que lo practique, tomando como referencia el número de plantas y no el peso, pues hay casos en que se incautan 400 plantas pequeñas con una infraestructura muy profesional y, como pesan poco, se penaliza con un año. Sin embargo, si se cogen cuatro plantas muy desarrolladas en macetas de la terraza, si pesan más de 10 kilos, se penalizan con tres años y seis meses. Una vivienda es para vivir y no se puede tolerar que haya niños viviendo en medio de un invernadero de marihuana. Además están surgiendo mafias que financian la instalación, a veces de forma coactiva, y el riesgo de prisión lo asume el que pone la vivienda. Un negocio sin riesgo alguno. De todas formas la droga muestra uno de tantos aspectos de la hipocresía de los que dirigen el mundo. A los estados les cuesta mucho en medios y en sanidad, pero estoy seguro que si de verdad estos costes fueran superiores al beneficio que reporta mantenerla prohibida, se legalizaría.
–Recomiendan que los jueces sean prudentes. ¿Qué le parece?
–A los jueces hay que recomendarles que apliquen la ley y que trabajen con honestidad. La ley de por sí es prudente, lo que ocurre es que a veces lo que se llama prudencia no deja de encubrir cierta cobardía. Y en la aplicación de la ley no cabe esta actitud.
–¿Se siente usted libre?
–Siempre me he sentido a la hora de resolver.
–¿Y justo?
–Aspiro a ser honesto para que mis decisiones sean acordes con la legalidad y trabajar para que los asuntos se resuelvan pronto, pues ninguna sentencia tiene calidad si se demora más de lo necesario. ¿De qué le sirve a un menor que reclama alimentos al padre si una sentencia le llega cuando ya es mayor y no los necesita, por mucha calidad jurisprudencial que tenga? Es solo un ejemplo extremo.
–Le han llegado a tildar de juez machista.
–Yo no sé lo que es ser juez machista o ser machista en el sentido en el que se le atribuye. Esto se parece un poco al árbitro en el partido de fútbol. Al final, hagas lo que hagas, siempre hay alguien que no lo ve bien, que te critica o que incluso te considera el culpable de haber perdido el partido. Pero en fin, a eso hay que estar acostumbrado. A mí eso realmente ni me preocupa ni me quita el sueño ni es una cosa a la que le dé importancia. Son opiniones. Y otros a lo mejor tienen otras. Aquí no podemos estar pegando la oreja a ver lo que opina la gente y resolviendo de acuerdo con unos o con otros. Si eso lo hace alguien, lo mejor es que no se dedique a la judicatura. La dificultad de ser juez no está en sacar las oposiciones, sino en ejercer como tal.
–¿Cree que en el mundo de la abogacía temen sus decisiones?
–A la justicia no se le debe temer. Se le debe respetar desde la seriedad de sus decisiones. A partir de ahí puede temer el que tenga motivos, y el que no los tenga, lo mismo hasta se siente cómodo.
–Si se tuviera que quitar el sombrero lo haría por...
–Un buen cante flamenco.
–Siempre le hago la misma pregunta: ¿es Piñar o Píñar?
–Pues yo he oído los dos. Yo siempre he dicho Píñar, también por la influencia del pueblo de Granada, aunque el apellido no tiene nada que ver con el pueblo y sí el pueblo con el apellido. Piñar viene de Pinyara que era el apellido de unos albañiles italianos que llegaron a Granada con los Reyes Católicos cuando España tenía el dominio del Sur de Italia.
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