Estudiantes expulsados dedican sus horas de clase a ayudar a ancianos
El Ayuntamiento de Churriana de la Vega ha creado este novedoso proyecto que busca eliminar las conductas negativas en los jóvenes
Ochenta días sin ir a clase. Expulsado y sin estudiar ni hacer nada «productivo». Así fue el pasado curso escolar para Carlos, un joven de ... 15 años de Churriana de la Vega. No le gustaba estudiar, así que hablaba en clase y armaba «lío» con sus compañeros, lo que le ocasionaba que los profesores le pusieran apercibimientos leves. Cuando acumulaba los suficientes, le mandaban a casa expulsado. Ahí veía que no tenía que madrugar y que podía pasarse el día viendo la tele y durmiendo, así que, cuando volvía a clase, hacía lo posible para que volvieran a expulsarle.
«En la casa estaba más a gusto que en clase», dice el joven. Al final, acumuló cuatro expulsiones de 21 días cada uno. Pero este año se le ha acabado «el chollo». El Ayuntamiento de Churriana de la Vega ha puesto coto a estas actitudes disruptivas a través de un proyecto socioeducativo que les enseña que deben cambiar sus valores y su guía de vida si quieren tener un futuro digno.
Hace apenas unas semanas, se puso en marcha en el municipio una iniciativa pionera en la que los estudiantes que son expulsados de clase por su mal comportamiento durante más de cinco días están obligados a participar en distintas acciones encaminadas a ayudar a los mayores y al resto del tejido social del pueblo. Sus primeros participantes han sido Christian y Carlos. Los dos están en los primeros cursos de la ESO y han repetido varios cursos.
Estos jóvenes no han escogido participar en estas tareas sociales ni se han presentado voluntarios para trabajar con estos mayores, pero sus malas decisiones les han obligado a pasar sus jornadas 'libres' allí. Su comportamiento en clase les ha costado la expulsión. En otras ocasiones, este hecho les hubiera abierto las puertas a disfrutar de un descanso en casa, sin preocupaciones, pero la iniciativa del Ayuntamiento les ha cortado las alas. Así lo cuenta Luis Rodríguez, concejal del Ayuntamiento. Ha trabajado toda su vida con jóvenes en riesgo de exclusión y con comportamientos conflictivos. Y se dio cuenta de que no había ninguna actividad que estos niños pudieran hacer en estos días de castigo que les obligara a replantearse su situación. «Los padres se los llevan a las rebajas o les dejan viendo la tele. Y esa no es salida», señala.
A Carlos no le gusta madrugar, pero esta mañana le ha tocado levantarse temprano para acompañar en su paseo diario a uno de los mayores que reciben ayuda a domicilio en el pueblo. «Nunca entramos a las casas, sino que los jóvenes se encargan de pasear con ellos», explica el concejal. Para Christian, esta tampoco es su primera expulsión. En este curso, le han echado cuatro días por saltarse la valla del instituto para faltar a clase. El año pasado, acumuló otras tantas expulsiones por su mal comportamiento. Ahora, tendrá que pasar esas jornadas paseando con ancianos y colaborando en la residencia. «Cuando se enteraron mis padres de que me habían vuelto a expulsar, se enfadaron y me dijeron que ahora tendría que ayudar a otros», indica el joven.
«Si estoy en estas actividades, no estoy tirado en la calle ni haciendo cosas que no debería. Pero esta sí que es la última vez que me expulsan. Me lo voy a tomar en serio», explica Carlos. Ese es justo el punto al que quieren llegar con esta iniciativa sus impulsores, tal y como cuentan Zakarias, psicólogo clínico, Mari Angustias, psicóloga, Saray, educadora social, y Gloria, integradora social, miembros de este proyecto. Ellos se reúnen cada jornada con los menores para orientarles y ver sus inquietudes y necesidades.
Los casos que les llegan suelen ser por peleas entre jóvenes o por episodios de bullying. «Muchos de ellos tienen una baja autoestima. Y cuando tienen una mala imagen de sí mismos y se sienten que no se puede brillar por sus propios méritos, intentan sobresalir a costa de los demás», afirma Zakarías. Por ello, les ayudan con sus estudios, les aconsejan sobre su futuro, les dan clases deportivas para que tengan la mente y el cuerpo ocupados en algo sano y les aportan las herramientas necesarias para querer ser algo más que un cúmulo de errores, apercibimientos y expulsiones.
No solo los niños se benefician de esta actividad, sino que también revierten en los mayores del pueblo. Álvaro Morales, gerente de la residencia, asegura que esta medida permite a los ancianos a volver a sentirse útiles. «El primer día subimos a Christian a la planta donde están los mayores con peor de salud. Se le cambió la cara. Así ven cómo es la realidad», señala. Además de estas actuaciones, estos estudiantes del IES Federico García Lorca ayudan a una asociación que lava, prepara y entrega ropa a los más desfavorecidos, trabajan en la entrega de alimentos e imparten clases de tecnología a los mayores.
Pero la vinculación entre los monitores y los alumnos no acabará cuando se retomen las clases, sino que estos profesionales seguirán tratando con ellos para ver si las problemáticas han finalizado o si esta realidad ennegrecida se ha enquistado en estos menores. Todo para conseguir que sean «personas con valores, con empatía y futuro».
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