'El enamorado de la Osa Mayor'
antonio enrique
Martes, 17 de agosto 2021, 01:06
Pocos títulos tan bellos en la narrativa universal. Aquí se hace referencia a un contrabandista Wladek quien, unido a otros camaradas de la banda de ... Trofida, cruza la frontera de Rusia a Polonia (ahora sería de Ucrania a Bielorrusia), con el cañón de los guardianes amenazándoles la nuca, mordiéndoles los pasos a través de bosques y ciénagas, con un petate cada cual de unos treinta kilos a la espalda, dejándose la piel bajo los alambres de espino. Son jóvenes y tienen conciencia de proscritos, es por tanto esta novela un canto a la libertad antes que cualquier otra apreciación. Una libertad que para ser verdadera ha de afrontar la soledad, la externa de las noches y la interior de uno mismo. Pero es, también, un himno a la Naturaleza en ebullición. Mírese, si no, que en una tormenta, pongo por caso, repara no ya en la virulencia de los rayos y el fragor de los truenos, sino en que los relámpagos primero lo eran amarillos, verdes luego y rojos después; este hombre sabe de lo que habla. El riesgo permanente todo lo distorsiona y extrae lo mejor y lo peor de cada cual.
Wladek Labrowicz, sin embargo, y tal vez por ello, siente la camaradería de una manera peculiar: más allá de las fiestas, los bailes y las timbas con vodka y música hasta caer rendidos, de la generosidad y de la solidaridad, no pierde de vista que el mundo se rige por la ley natural de que sólo los más fuertes sobreviven, y los más fuertes no conocen a nadie; de hecho, él no tiene más amigos en quienes confiar que las balas de su revólver. Estamos ante un perfecto antihéroe, en la tradición, yo diría, de los personajes posrománticos.
La novela es acción, fundamentalmente acción, pero ésta lo es en grado trepidante. No es que caminemos a paso ligero por esas estepas, es que nos van persiguiendo, y el autor ha sabido imprimir ese mismo ritmo. El estilo es a bulto, tosco, como corresponde al registro casi oral, y a la vez delicado por destellos de un refinamiento sutil. La brutalidad a un lado, la ternura del otro. Y luego está la zarabanda de los personajes, ladrones que se convierten en cuidadores de gansos por amor, mujeres que se refugian en los árboles para huir a los estupros, hombres hechos y derechos que lloran cuando oyen cantar, excéntricos personajes que todo lo venden para bebérselo porque el cometa Halley amenaza el mundo, y otros, como los disolutos hermanos Alinczuk, o la propia Fela, el amor secreto de Wladek, a la que ha de mirar emboscado para no ser visto.
Pero ¿qué es lo que la hace tan especial? Mira al cielo, en esas sus travesías extenuantes. Mirar al cielo nocturno es tal vez el acto que nos hizo definitivamente humanos. ¡Ursa Maior! Les ha puesto a cada una de sus siete estrellas nombre femenino: Eva, Irene, Sofía, María, Helena, Lidia, Leonia… ésta, en realidad, el nombre auténtico de una muchacha que se había presentado como Bombina y a quien le cobró afición. Las ama porque le salvan cada noche la vida orientándolo en la penumbra. Pero es que este hombre, de 22 años cuando comienza la presente historia basada en los recuerdos de Sergiusz Piasecki, el autor, está fascinado por la Vía Láctea, como si en sus estrellas presintiera ubres de leche materna. A su izquierda, en la Osa Menor, la Polaris, arriba del Dragón, no es la que más brilla. A su costado avizoramos Cefeo, con silueta de casita, y Casiopea, como una 'eme' invertida. Y más abajo, pero encima de nuestras cabezas, el Triángulo del Verano, o Cruz del Norte: Deneb en el Cisne, Vega en la Lira y Altair en el Águila… Por esto la presente novela es tan especial. Porque no es sólo una novela, sino una electrizante sinfonía que aúna el entusiasmo con el deseo irrefrenable de vivir, la adicción al peligro con la impasibilidad ante los riesgos que comporta situarse al margen de la ley y el orden establecidos.
Publicada en 1937, pronto corrió que Piasecki era en realidad un recluso condenado a cadena perpetua. Malos vientos corrían por Europa y más en España. Al margen de que se inventara él mismo parte de su biografía, bien cierto es que fue traficante en cocaína y pieles, que ejerció el espionaje, luchó contra los bolcheviques y fue miembro de la resistencia polaca años después. Hijo bastardo de bielorusa y polaco, aprendió a escribir la lengua paterna en la prisión mediante la lectura de la Biblia. El manuscrito lo entregó a uno de sus guardianes, al cual debemos que no se perdiera. El juez, impulsado por el clamor que levantó la novela, y quién sabe si congraciado él mismo, accedió al indulto. Su rastro se pierde por Italia y por Inglaterra, donde finalmente se disipa como una de esas huellas que él mismo posó sobre el barro de los caminos. O como las estrellas de la Osa Mayor, cuando ya nadie hay que las mire cada mañana.
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