La Noche de San Juan y el solsticio de verano
Eduardo Castro
Martes, 24 de junio 2025, 00:06
«En la noche de San Juan / fuimos a una huerta mía, / y en ella vimos (¡ay, triste!) / un bello escuadrón de hermosas...». Esto dice, ... con regocijo y gran alboroto, un personaje de una comedia de Lope de Vega. Sin embargo, otro del menos conocido Gaspar Aguilar es más conciso y rotundo: «...Aquí / por ser noche de San Juan / muchas doncellas vendrán».
De todos los santos que en el santoral son, San Juan Bautista es, probablemente, el que más culto ha recibido siempre en Europa, siendo su festividad una de las más celebradas en el Viejo Continente y, sin lugar a dudas, la más popular y extendida a lo largo del extenso litoral mediterráneo. No en vano, coincide con el solsticio de verano y puede considerarse heredera de distintos ritos precristianos. Del porqué fue la figura elegida por la Iglesia para festejar el solsticio de verano y unificar en torno a ella aquellas costumbres paganas deben existir razones sobradas y más que justificadas, pero no creo que haya que haberse licenciado en Oxford para concluir que la más poderosa de todas es su íntima relación con el rito del bautismo, en donde el papel fundamental está reservado al agua.
Dos son los elementos principales de esta fiesta: el sol y el mar, simbolizados en el fuego y el agua. Dice Julio Caro Baroja, en su trilogía sobre El año festivo, que «es uso de muchas regiones de España, entre la gente moza, levantarse la noche de San Juan o no acostarse, y antes del alba subir a los montes para ver cómo baila el sol al salir». En las costas, sin embargo, «no es a los montes a los que se sube a ver bailar el sol, sino que se va a las playas». De manera que, después de contemplar el baile solar, la gente termina bañándose en el mar. Y aquí es donde se unen los ritos acuáticos con los solares, de los que tanta constancia escrita ha llegado hasta nosotros. Sirva de muestra este solo botón: «Vamos a la playa / noche de San Juan / que alegra la tierra / y retumba el mar».
La manera más extendida de celebrar esta fiesta es la de encender hogueras, aunque éstas no sean exclusivas del santo bautista y en nuestra tierra tenemos ejemplos como los 'chiscos' de San Antón o la fiesta de la Candelaria. El caso es que en la noche de San Juan las hogueras se extienden de un extremo a otro de la Península y quizás el origen de esta tradición esté en el deseo de alumbrar y calentar la espera colectiva de la salida del sol. Mientras tanto, para entretener dicha espera, en la mayoría de los sitios se salta sobre la lumbre, en una suerte de imitación y adelanto del baile solar cuya contemplación se aguarda.
En cuanto al agua, ¿no sirve ésta precisamente para apagar el fuego? Y, además, cualquier tipo de fuego –solar o terrestre, real o imaginario, espiritual o humano, es decir, la sed–. Pero el culto a las aguas, volviendo a Caro Baroja, tiene precisamente en la fiesta de San Juan una de sus más brillantes manifestaciones, y no sólo las aguas del mar, sino también las de las fuentes y los ríos, pues todas ellas –hay quien dice que incluso el rocío– adquieren en esta fecha virtudes especiales que no tienen el resto del año. La elección del agua como elemento sustancial de la Noche de San Juan –y aquí opina de nuevo quien esto suscribe– parece desprenderse de la propia esencia del santo, cuya especialidad no podemos olvidar que era la de 'bautista', y no precisamente de los que abrían la puerta de las familias de alcurnia en los folletines decimonónicos, sino de los que te hacían bañarte de cuerpo entero y sin sacarte la ropa para darte oficialmente la bienvenida al rebaño de los elegidos.
Para un tipo distinto de elección ha servido igualmente en nuestra tierra otro de los ritos más tradicionales de esta fiesta: el de las enramadas y serenatas. Me refiero, por supuesto, no a elecciones políticas, sino amorosas. Escribía Gerald Brenan que «al llegar la medianoche, San Juan bendice todas las cosas que existen sobre la tierra: los campos, las cosechas, los árboles, las hierbas montaraces, los ríos y las fuentes. Bendice el agua especialmente, y su bendición proporciona propiedades milagrosas a 'la flor del agua'. En algunas zonas de España se trata de una hierba acuática cuya posesión proporciona felicidad, pero en Yegen era el agua misma y, particularmente, la superficie del agua, en la que las aldeanas se lavaban las manos y la cara antes del amanecer».
Según el autor de Al sur de Granada, los preparativos comenzaban la tarde anterior: «Los jóvenes pasaban las primeras horas de la noche 'haciendo sus rondas' –esto es, sus serenatas–, pero tan pronto como la posición de Antares sobre el Cerrajón de Murtas señalaba la medianoche y el vigor de los influjos mágicos, marchaban a los campos a recoger ramos y flores, especialmente de almendro y de cerezo, para decorar las ventanas y balcones de sus muchachas». La razón de este proceder la justifica Brenan en los siguientes versos: «El día de San Juan, madre, / cuaja la almendra y la nuez. / También cuajan los amores / de los que se quieren bien».
En fin, nada mejor quizás, para concluir, que las palabras de aquel otro personaje del Fénix de los Ingenios que, no recuerdo en cuál de sus innumerables comedias, se dirigía al respetable proclamando a toda voz: «¡Lo que brilla y alborota / una fiesta de San Juan!»
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