Un duelo que se cierra tras nueve décadas de búsqueda
Fermín y Francisco reciben los restos de sus abuelos, víctimas del franquismo identificadas en las exhumaciones de las fosas comunes de Víznar
Fermín agarra con fuerza y determinación la caja que contiene los restos de su abuelo, con quien comparte nombre. Levanta la cara y busca con ... la mirada a los suyos. Justo en ese momento, se desmorona. «Es lo que merece su memoria», se escucha entre los asistentes. A pocos metros de distancia, la escena es similar. Francisco protagoniza la misma estampa, pero su rostro apenas muestra un atisbo de expresión. Se mantiene serio, sin lágrimas ni tristeza, aunque con la cabeza bien alta. «Nuestra historia es una muestra de que la memoria siempre prevalece al olvido», señala.
El parque de la Libertad de Víznar vivió ayer la entrega de los restos de Francisco Ruíz Guiraum y Fermín Roldán García, ambos asesinados en 1936, víctimas del régimen franquista y enterrados durante casi nueve décadas en las fosas comunes del Barranco de Víznar. El acto contó con la presencia del alcalde de la localidad, David Espigares (IU); el subdelegado del Gobierno en Granada, Antonio Montilla, entre otras autoridades, y también con los nietos y bisnietos de los nombres propios que fueron entregados a sus familiares tras años de búsqueda y espera.
Lo único que los descendientes de Francisco y Fermín sabían de la muerte de sus allegados es que habían sido asesinados con armas de fuego a los 58 y 40 años, respectivamente. El primero de ellos fue maestro en distintos pueblos de Granada hasta que lo detuvieron en Íllora por mantenerse fiel al régimen republicano. El segundo formaba parte de la UGT y fue arrestado durante la sublevación militar.
Desde dentro
«No hubo día que mi madre no hablara de su padre», cuenta Quique, nieto de Francisco. Recuerda toda su vida ligada a la sombra y el recuerdo de su abuelo en una época en la que el silencio era el verdadero protagonista sobre lo que él y muchas familias habían vivido. Esa sensación e interrogantes durante su infancia fue lo que le llevó a comenzar a indigar sobre el paradero de su abuelo hace ya 20 años. Dos décadas después, acoge con orgullo entre sus brazos los restos que aún permanecen de él. La sensación es agridulce, pero la gratitud le resulta infinita. La lucha para que se reconozca su memoria histórica y la justicia están de su lado. Lo hace por él, por los primos que también han podido recuperar a su abuelo, pero sobre todo por su madre, quien recordó la figura de su padre hasta el final de sus días.
Entre silencios y preguntas que se recibían como un tema tabú crecieron muchos de los familiares de Fermín. Nunca pudieron recuperar sus objetos personales. Su abuela, madre de cuatro hijos, vio cómo el mayor, de apenas 16 años, se echaba todo el peso de la familia a sus espaldas para sacarlos adelante. El horror de un recuerdo que aún no desaparece invade el ambiente cuando uno de sus nietos comienza a hablar, pero los buenos deseos, el respeto y la tolerancia de lo que su abuela siempre les enseñó se apoderan pronto del ambiente. «Más vale tarde que nunca», reflexiona Fermín cuando ve que al fin tiene los restos de su abuelo. Los aplausos no se detienen ni un segundo. Tampoco la emoción ni la felicidad de quienes han recuperado a sus antepasados. Los abrazos y la complicidad continua entre los allegados mientras admiten que los sollozos y los suspiros por lo vivido comenzaron mucho antes, cuando meses atrás les dijeron que las pruebas de ADN correspondían a sus abuelos. Ahora tienen un lugar al que llorar y llevar flores, una tumba que al fin cierra su duelo.
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