«Mi hijo depende del comedor escolar, en casa no hay ni para la merienda»
La falta de catering en 17 colegios ha agravado la situación de 185 familias en riesgo de exclusión que han perdido el almuerzo equilibrado que hacían estos niños en los centros. Siete de ellas comparten su angustia con IDEAL
La fruta, las verduras, la carne y el pescado fresco son los alimentos más caros de la cesta de la compra y también los primeros ... que salen de la lista cuando no quedan más opciones que la economía de supervivencia. Es la que practica Gloria, una madre granadina que saca adelante a sus hijos de cinco, 14 y 15 años a base de trabajos temporales. A su casa han entrado 335 euros este último mes.
«A mi me da igual lo que tenga que comer yo, me arreglo con lo que sea, pero sí me importa la dieta de mis hijos y sin la ayuda del comedor escolar está siendo muy duro», explica Gloria, que es de las que mira hacia adelante y no se para a llorar. «Pero estoy asfixiada, no se de dónde saco fuerzas».
Desde que comenzó el curso sin comedores escolares en 17 colegios de Granada, 185 familias en riesgo de exclusión social, como la de Gloria, se han quedado sin la protección del Plan de Solidaridad y Garantía Alimentaria (SYGA) de la Junta, que les proporciona el almuerzo en el centro y también una merienda diaria para que se la lleven a casa.
La espantada de la empresa concesionaria del catering en 17 colegios dos días del inicio del curso escolar ha provocado un auténtico descalabro organizativo para un total de 1.200 familias granadinas que siguen sin solución un mes después. Pero la peor parte del problema la están sufriendo sin duda estas 185 familias del Plan SYGA, que han perdido la única comida equilibrada al día que hacían sus hijos, lo que ha agravado su situación de vulnerabilidad.
Ayer siete de estas familias, que tienen a sus hijos en el colegio Fuentenueva quisieron compartir con IDEAL su historia para pedir soluciones urgentes y dejar claro que el comedor escolar para es más que una necesidad. «Mi marido está dado de alta dos horas, trabaja en un kebab, es el único sueldo que entra en mi casa», cuenta Tatiana, que llegó a Granada hace 16 años desde Rusia y está embarazada de 39 semanas de su tercer hijo. Los dos primeros, de nueve y cinco años, estudian y almuerzan en el CEIP Fuentenueva, lo que le daba a la madre una tranquilidad que ha perdido en este mes.
Mirta es boliviana aunque como Tatiana, medio granadina ya, porque lleva viviendo aquí quince años. Trabaja cuidando a una mayor dependiente de nueve a tres de la tarde y este curso, sin comedor, su problema es doble. Por una parte el de conciliación, que comparte con todos los padres, por otro, el hueco que la falta del menú del cole ha dejado en la correcta alimentación de su hijo. «Este mes está siendo una angustia, estoy pidiendo favores a otras madres para que recojan al niño, yo no puedo salir antes de las tres y no puedo arriesgarme a perder el trabajo», señala.
Los meses de estado de alarma, en los que no pudo ir a trabajar, han hecho aún más mella en su economía. También en la de Litzy, que se quedó si trabajo al fallecer la señora a la que cuidó durante tres años y ahora gana unos 200 euros por trabajos de limpieza. Su marido tiene un sueldo que ronda los mil euros, pero tienen que estirarlos para enviar dinero a sus padres en Bolivia, pagar facturas, el alquiler o el crédito que pidieron para comprarles a los niños unas tablet y contratar internet para que siguieran las clases online.
Un año triste
«Dos bocas más para almorzar en casa se notan mucho económicamente. Hay que comprar yogures... a ellos no les quieres decir que no, es muy duro», explica Litzy. En general, para ellas que trabajan cuidando a personas mayores está siendo un año «muy triste y difícil para todo». «Las familias tienen miedo a que los mayores se contagien, aunque les digamos que no vamos a utilizar el transporte público y es muy difícil trabajar», lamenta.
En las mismas está Amalia, otra de las madres bolivianas del Fuentenueva que ha perdido su trabajo en esta pandemia. «Necesitamos el comedor del colegio, es nuestra tranquilidad. En casa no nos da ni para comprar postre de fruta ni puedes darles la merienda», resume apenada.
Sus amigas Berta Laura y Dionisia Pita también están en paro y ya no cobran ayudas. Ambas se quedaron sin trabajo cuando el hotel que las empleaba como camareras de piso cerró en marzo. El almuerzo del comedor escolar para sus hijos era su balón de oxígeno. Dionisia lo cuenta conteniendo las lágrimas: «Hoy cocino lentejas, es lo que hay para todos, para el almuerzo y la cena. Necesito el comedor del colegio para que ellos coman bien».
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