"No entiendo por qué hemos vuelto la espalda a los clásicos"
La historia de los dineros ha sido su principal campo de acción, y la montaña una de sus grandes pasiones vitales
josé antonio muñoz
Domingo, 10 de julio 2016, 02:43
Entrar en el universo personal de Manuel Titos es hacerlo en una casa donde se respira el paso del tiempo como una verdad inexorable, y ... científicamente aprovechable. Cuando el visitante llega, suenan las cinco con un martilleo agudo en uno de los varios relojes de sobremesa que hay repartidos por la casa. Alguno, como un ejemplar de Viuda de Ángel Perea, de Miranda de Ebro, muestra su maquinaria al aire como al aire expone su sonrisa franca el propietario. Las paredes muestran a un joven Manuel Titos en fotos familiares y otras de actos sociales que considera importantes. Le comentamos una en concreto, donde aparece acompañado por su esposa y la soprano Ainhoa Arteta, realizada con ocasión del concierto que la intérprete tolosarra ofreciera en el 75 aniversario de IDEAL. Conocemos su condición de melómano, de la que hablaremos más tarde.
Introducido en el mundo de la lectura a través de los tebeos el Capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrín, etcétera, pronto pasó a los libros de aventuras, y de ahí dio el salto a la literatura clásica y la poesía, a través de aquel Las 1.000 mejores poesías de la lengua castellana, de Juan Bautista Bergua, tan denostada a veces, pero tan útil para tener una visión de conjunto sobre la producción de nuestros vates. «Debí comprarlo con 13 o 14 años, y desde entonces no me he desenganchado de él», comenta.
En Guadahortuna, su pueblo, no había biblioteca en sus años juveniles. Fue el empeño de sus padres de enviarlo a estudiar a la capital el que facilitó sus primeros contactos con el mundo literario, en aquel Seminario Menor de la plaza de Gracia donde impartía clases Don Ramón Rodríguez Rescalvo cuyo magisterio compartimos, con algunas décadas de diferencia, quien le inoculó la pasión por los libros a través del teatro. Eran las postrimerías de los años 50 del pasado siglo, y también por aquellos años anidó en nuestro protagonista otra de sus grandes pasiones: la música. Clases de solfeo y luego piano, que debió abandonar por falta de tiempo que no de ganas, como hoy recuerda, dieron paso a una activa condición de oyente y, podemos decirlo, de entendido. Titos es capaz de ofrecer una completa guía de audición de un buen número de obras. Esa es otra más de sus cualidades.
Lorca entre rezos
El ambiente de aquel Seminario Menor quien lo vivió, lo sabe, basculaba entre el estudio y la oración, con puntuales momentos para el deporte y el asueto. Y fue en las estanterías de su biblioteca donde descubrió a Lorca en los primeros años 60, aunque también se le leía y explicaba en clase, como se leían los clásicos: Lope, Calderón, Tirso... «No entiendo por qué hemos vuelto la espalda a los clásicos en nuestra educación», comenta. Adquirió su primer Quijote con 16 años, en una edición que aún conserva, y lo leyó de un tirón. «Fue un encuentro gozoso, similar al que años después tuve con García Márquez. Tuvo lugar en una librería de viejo situada al principio de la Cuesta de Gomérez. Aún hoy no sabría decir por qué, pero compré Cien años de soledad. Me pareció excepcional. He leído todo lo suyo». Sus dos literatos de referencia en el continente hermano son Gabo y Vargas Llosa.
Tras hacer quinto de Bachillerato, dio el salto a la Escuela Normal de Magisterio, pues era necesario echar una mano a la economía familiar, y la profesión de maestro, además de acorde con sus preferencias vitales, ofrecía un salario que, aunque magro, era fijo. Allí aprendió sobre el placer de la literatura de manos de la profesora Tadea Fuentes, la segunda de sus grandes influencias vitales.
Justo había terminado sus estudios en La Normal y se aprestaba a ejercer, cuando se cruzó en su vida otra de las instituciones que han marcado su existencia: la Caja General de Ahorros. Allí trabajó durante 31 años: «Entré en la oficina principal, como escribiente de séptima fila». Muy dickensiano, aunque nuestro protagonista no haya tenido un gran roce con la literatura británica. Trabajando ya en la Caja, compaginó el mundo bancario por la mañana con el académico por la tarde, y se licenció en Filosofía y Letras. Encontró una Universidad donde se podía ejercer la libertad y la crítica política, y donde se leían libros presuntamente prohibidos, como el Manifiesto comunista de Marx y Engels o las obras de Marcuse. «Los planes de estudio eran intensos, había mucho que estudiar. Tuve grandes profesores, como Gallego Morell, Pita Andrade, Joaquín Bosque, y el que me dejó más honda huella, José Cepeda». En la pared de una de sus bibliotecas hogareñas hay una foto dedicada con el personaje.
«En la Universidad leíamos bastante, éramos unos estudiantes bastante inquietos». Incluso hoy afirma y recordamos el pasaje bíblico que dos de cada diez alumnos que entran en la Universidad «son excelentes». Nada más que por eso, la Universidad merece ser salvada. Hablamos de la mala prensa que tienen los ensayos históricos, y comenta que «cada vez tengo menos clara su utilidad para planificar el futuro, pero sí tengo muy claro que nos sirven para comprender el presente. Todos queremos saber algo de nuestra familia, nuestros antepasados, del lugar donde vivimos».
Su primer libro tuvo como objeto el Monte de Piedad de Santa Rita de Casia, en 1975. Luego llegarían muchos más, algunos relacionados con la historia bancaria, muchos sobre la montaña, o las montañas. Yalgunos relacionando ambos mundos, como el penúltimo publicado, sobre los neveros de Sierra Nevada, su historia y su tradición. Hoy, mirando la cordillera que antaño tenía nieves perpetuas, tomamos conciencia de lo que estamos haciendo con el planeta.
«Siempre he tenido dos líneas de publicación abiertas:una de historia financiera, y a partir de mediados de los 90, una sobre montañismo, que, medida en kilos, ha dado más fruto que la anterior», dice sonriendo. Compañero inseparable del padre Ferrer, legendario descriptor y prescriptor de nuestra Sierra, continúa recorriéndola, con los pies y la pluma. «Ahora estamos preparando una edición con unos profesores malagueños sobre una excursión de un grupo de montañeros a mediados del siglo XIX entre Lanjarón y el Mulhacén, que escribieron un diario sobre la misma».
Le ponemos en un aprieto al preguntarle sobre si, a tenor del origen de la última gran crisis, los banqueros leen historia económica, porque tenemos la impresión de que no. Su respuesta es clara y rotunda:«Cuando el interés por ganar dinero rápido se sobrepone a la conservación y mantenimiento de las empresas, a la sensatez y la profesionalidad, ocurre lo que hemos visto».
Lector de al menos dos libros a la vez uno profesional y uno de literatura, ahora anda con El ruido del tiempo, de Julian Barnes, sobre Shostakovich. Es su vocación:unir dos mundos siempre. El económico y el histórico, el musical y el literario, y por supuesto, la montaña, que forma parte de su vida.
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