Cervantes, en femenino plural
El Centro Lorca fue escenario del estreno absoluto de 'Mujeres cervantinas', un soso y deshilvanado homenaje del Festival al autor del Quijote
ANDRÉS MOLINARI
Lunes, 4 de julio 2016, 01:55
La variedad y la calidad suelen arriesgar amistades ambiguas: unas veces por mucho mariposear se pierde estofa, pero otras no se concibe jardín que se ... precie con un solo tipo de flor. El Festival de Granada ha de congeniar esas amistades con el riego que ello supone. Y en esa variedad, sin merma de la calidad, entra de lleno la música contemporánea, que ha de ser página ineludible en este jardín de variedades que es la cita musical granadina de cada verano. Pero que si se sirve mal se puede llegar a odiar.
Hace años el Festival dedicaba páginas monográficas a la vanguardia, como aquellas de música electroacústica, allá por el Parque de las Ciencias. Pero aquello ya pasó. Hogaño pesa mucho más el gran mamut de lo rotundamente clásico en la Alhambra, que este aleteo entomológico de la música de hoy, firmada por autores todavía vivos. Para ellos este año se ha reservado el muy infrautilizado Centro Lorca de la Romanilla. En este auditorio ya tuvimos la ocasión de admirar un precioso montaje sobre música de Aracil, y esta semana le ha tocado el turno a media docena de otros autores, casi de su generación, también expresivos a través de la música de piano.
Pero en este caso el motivo superaba en fama al plantel de compositores y mucho más a los tres intérpretes implicados. Se trataba del estreno absoluto del recital 'Mujeres cervantinas' una glosa musical sobre seis figuras femeninas de las muchas que trazó con pluma tensa el Manco de Lepanto. Un espectáculo esperado pero que decepcionó ampliamente por su resultado, generando hora y media de aburrimiento, tan sólo espabilado por un par de acordes fortísimos del piano en caja, fuera de teclado. La compositora canaria Laura Vega nos describió La Galatea, sobre la obra homónima y primeriza de Cervantes, con un mínimo rasgo pastoril, esmerándose en la delicadeza de la melodía, la suavidad y cierto zigzag entre trinos que concordaron bien con lo bucólico evocado.
Compositores de hoy
Le tocó en suerte al madrileño David de Puerto dibujar sobre el pentagrama a Costanza, la muchacha de nobleza escondida y no sólo me refiero únicamente al ardid de hacerse pasar por fregona en aquel mesón toledano siendo de alta alcurnia, sino al inmenso corazón que evanece cuando es requebrada de amor por Avedaño. El compositor salpicó de humor la anécdota y aligeró de tensión el contrapunto. Desde Puerto Rico el profesor Roberto Sierra nos perfiló con certeza a Preciosa, La Gitanilla, trazando un ambiente tenuemente andaluz, al que sólo le faltaron las castañuelas, o sonajas, como escribió Cervantes.
Argentina también lee a Cervantes y prueba de ello es la composición del bonaerense José Luis Campana sobre Catalina, la protagonista de 'La Gran Sultana', la única pieza teatral de Cervantes aludida en su noche granadina. Catalina de Ovideo es la mujer íntegra y poseedora de su propia opinión, porque a pesar de su cautiverio, trasunto del que sufrió el propio Cervantes, se resiste a los requiebros del Sultán, transige en ataviarse de mora, aunque pronto desdeña la superficialidad del atuendo, y se reafirma en sus creencias sin amilanarse por ser mujer. Juan José crea un ambiente enigmático que tal vez fue lo mejor musicalmente de la noche.
Tomás Marco, un imprescindible en la música española de nuestro tiempo, aportó su visión melódica de Dulcinea, tal vez la figura más ubérrima a la hora de generar música. Del madrileño escuchamos 'Esbozo de Dulcinea' donde exhibe su reconocida destreza en matizar colores, escoger los acordes más ecuánimes y lucir su contención a la hora de las disonancias. Y, por último, una mujer para cerrar con fiereza, exageración y teatralidad este hexaedro de mujeres cervantinas. La madrileña Consuelo Díez fijó sus ojos en Marcela, uno de los personajes más controvertidos del Quijote, por su discurso que algunos han calificado con la manoseada palabra de feminista. Una pastora que reivindica su derecho a enamorarse de quien ella desee, sin atender a presiones de los hombres, incluso a pesar de ser solicitada por Grisóstomo con tanta ansia que le llevará a la muerte ¿suicidio? causada por haber sido rechazado por ella. La autora madrileña ha titulado su pieza Canción desesperada y la verdad es que su apasionada música rima consonante con el título.
Que don Miguel los perdone
Pero lo peor estuvo en el resto. Tres intérpretes mal coordinados y peor vestidos, unas voces flojeles y mediocres, amparadas por unas diapositivas paupérrimas a base de dropes dibujos. una ofensa para la vista, una tortura para el oído y un descrédito para el Festival. Marisa Blanes, a pesar de la ofensa que le infringieron vistiéndola así, trató de salvar las naves al piano, aunque se notaba que su diminuta partitura era reflejo de la estatura del concierto.
Marina Rodríguez-Cusí adoleció de estatismo impertérrito todo el rato, influyendo su poquísima convicción escénica en la medianía de su deturpado canto, con instantes de cierto brillo, pero dominado por la futilidad estética del conjunto. Y Manuel Galiana, el peor. Un actor de su fama debió al menos aprenderse dos renglones, que no más. Y no estar todo el rato aferrado a la lectura, improvisando entonaciones y desbaratando lo que Cervantes tan bellamente entibó.
Por supuesto, en un recital cervantino como el de anoche no solo faltó calidad sino también muchas de las mujeres dibujadas por el genio de Alcalá. Una, a la que siempre le he tenido especial cariño, es a la sobrina de Alonso Quijano, la muchacha todo amor y desinterés que siempre estuvo atenta a la locura de su tío y que dialoga con él instantes antes de volverse cuerdo para morir. Por supuesto, una mujer mucho más humana y tierna que la Maritornes, tan ruda y desinhibida, que Hortigosa, tan pintiparada para el entremés, o que Segismunda, tan voluble y equinoccial. Y me viene a la memoria esta sobrina sin nombre porque incluso en la sencillez hay que ser grande como la escribió y lo fue Cervantes. No como el espectáculo de anoche que de simplón casi roza lo chabacano; más adecuado para final de curso escolar que para una noche de domingo en un Festival Internacional.
Pero es de música de lo que hablamos. Pasemos página lamentando lo que se hace en nombre de un centenario y confiemos en que nuestra descomposición de ánimo se resarza con algo por venir en este nuestro Festival. Tornemos al pentagrama porque, como nos dice Cervantes, «la música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu».
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