Sones de la fría Estonia en un Albaicín estival
Maren Ülevain y Kristi Mühling ofrecieron un precioso concierto de autores desconocidos y temas universales
ANDRÉS MOLINARI
Viernes, 26 de junio 2015, 02:07
Las rarezas también hacen Festival. Ciertamente no son músicas frecuentes en los programas ni partituras idolatradas por melómanos, de esas en las que aquilatan hasta ... la saciedad los matices de las versiones. Pero su lejanía, que no frialdad, no les hurta ni un ardite de belleza. Y prueba de ello fue el precioso concierto para voz y kannel que escuchamos a horas crepusculares en el palacete que habitaron los Señores de Pissa en el bajo Albaicín.
La canícula, que ya hace de las suyas en Granada, hizo abanicar los programas de mano, aunque sin rezongar, para escuchar unos cantos llegados desde la fría Estonia. Para la tarea dos mujeres entregadas. Una más extrovertida y locuaz, la otra más comedida y monacal. Ambas cercanas por la sencillez y la donosura. En los atriles autores totalmente desconocidos, pero temas universales: la danza campesina, el himno patriótico, la queja amorosa, la nana cargada de ternura.
Maren Ülevain posee una voz de soprano más popular que clásica, desdeña toda sordina en los agudos y pronuncia más con la boca abierta que domeñando su garganta. Su tono es afilado sin herir y nasal sin ganga. Muy teatral, dotada de gracejo innato y relatora en buen español de la pequeña historia de su música patria. Más sentada que en pie, interpreta a la vez que canta y pasa casi del pliego de cordel a los posos dejados por el gregoriano en aquella alejadas latitudes.
Sonidos muy gratos
Y la elegante Kristi Mühling derrochando templanza sobre su kannel, mitad arpa horizontal, mitad salterio sin macillos. Un instrumento típico del pequeño país báltico de donde son originarias estas dos mujeres. Sus manos delgadísimas y sus brazos blanquísimos fueron dos gaviotas en preciosa danza sobre el cordófono, extrayéndole sonidos inauditos, unas veces lánguidos y enigmáticos, otras rurales y pimpantes, siempre gratísimos.
Un paseo por la historia báltica, desde el viejo Albaicín, acompañados por dos mujeres de rara musicalidad, para terminar en Jaén, con esas inefables 'tres morillas' cantadas con acento boreal y tañidas con sones de cítara cirílica.
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