Beethoven, puerta grande para un festival
Granada aplaudió una vez más al gran genio de la música, cuyos sones de libertad pusieron broche de oro a la noche inaugural del Festival
ANDRÉS MOLINARI
Sábado, 20 de junio 2015, 02:31
Comenzar con Beethoven es pisar sobre seguro. Así camina este año nuestro Festival, que en esta primera jornada sinfónica ha echado un pie sobre terreno ... prieto e infalible, como es la séptima del genio de Bonn, mientras el otro ha escalonado hacia lo novedoso y poco hollado de su producción musical.
Y la verdad que es un riesgo encomendar la sesión inaugural a una orquesta de las llamadas con afinación barroca o si se quiere con los instrumentos originales. La Orchester Wiener Akademie es un conjunto poco conocido en España y mucho menos en Andalucía, en cuyo territorio la única oportunidad de oír una buena orquesta extranjera es el festival de Granada. Y la verdad es que en esta su presentación en Granada decepcionó y no poco.
Bajo la dirección de Martin Haselböck trató de mirar a Beethoven más con los ojos cándidos y casi pedestres del siglo XVIII que con la tersura y compostura del siglo XIX, y tal vez por eso o por su completo desconocimiento de la acústica del Carlos V, casi destroza la séptima del genio de Bonn. Un timbal demasiado subrayado y protagonista en exceso, al que no le hubiese venido mal un punto a algodón en sus baquetas, junto a un metal harto disonante y un viento algo zumbón acallaron casi por completo a la cuerda, siempre intentado ella poner orden en el desconcierto, incluso alcanzando cierto grado de consecución cuando las violas entonan las bellísimas frases iniciales del allegretto. Pero ni la colocación de los chelos más adentro de los violines segundos ni los aspavientos desmesurados del director lograron ordenar el caos, en el que siempre se escuchaban más las individualidades casi ad libitum que el conjunto bien empastado.
Pero nobleza obliga. El lleno absoluto aplaudiendo con generosidad y lo mismo el palco de autoridades en el que se dieron cita el Presidente del Parlamento Andaluz, el nuevo Consejero de Sanidad, el alcalde y varios parlamentarios, concejales... y desde Madrid el Subdirector del INAEM.
Cuando el escenario se oscureció se fue haciendo la luz. Bernarda Borbo cantó con dulzura y afinación el aria Ah! Perfido, con innegables ecos de Eurídice, y la orquesta fue componiendo su verdad de buena para acompañar y peor para protagonizar.
Pero el segundo plato de la noche era el Egmond redivivo. El dramaturgo británico Christopher Hampton, que nos entusiasmó con sus Amistades Peligrosas aquí ha vuelto su mirada atrás y nos seduce con una visión del Egmont de Goethe al que le puso música Beethoven. Y como vehículo la voz del actor Charles Dance ¿Dos alemanes vistos por dos ingleses en una noche andaluza? Esa es la Europa de verdad, no la de mercaderes y banqueros que se amenazan como críos en el patio de una escuela, sino la de palabras bellas, música inefable e historia imperecedera sobre la opresión domeñada por el canto de libertad.
Charles discreto en su cometido, más lector que actor, muy aferrado a la carpeta y algo cadencioso en su fraseo. Más rápido en el decir que insinuante en el gesticular. Su inglés elegantemente pronunciado, por suerte traducido en letras de luz sobre la piedra. Ni trágico ni irónico, sólo inglés.
Turbión sonoro
Aquí es cuando la orquesta se mostró mas solvente y decidida, corrigiendo errores que emborronaron toda la primera parte. Aquí mostró un atisbo de delicadeza, un ardite de melosidad, una alícuota de grandeza.
Cuando la orquesta toma el papel de banda del batallón o de pincel con el que describir batallas, entonces sí. Entonces es brío y música, turbión sonoro que mantiene su contención para que Bernarda cante y Charles hable. Porque así es Beethoven que usa la orquesta para describir el fragor de la batalla, el dolor por la injusticia o ese canto final de libertad que estremece al más frío corazón humano.
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