Una media hora de libertad que dura ya 40 años
Granada recuerda hoy el 'Cinco a las cinco' de 1976, un acto organizado para reivindicar la memoria de García Lorca y que se convirtió en el primer acto democrático multitudinario en la provincia
Pablo Rodríguez
Domingo, 5 de junio 2016, 13:51
Treinta minutos y ninguno más. Como contó entonces el gran periodista Antonio Ramos Espejo, aquel 5 de junio de 1976 Gobernación concedió a Granada «media ... hora de libertad vigilada» para gritar que no bastaba una ráfaga de balas ni cuarenta años de terror para matar al poeta. Federico estaba vivo. Lo gritó José G. Ladrón de Guevara y aún resuena en las alamedas, en las acequias, en las esquinas de un pueblo, Fuentevaqueros, que hoy lo recuerda nuevamente cuatro décadas después.
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El tiempo no ha borrado la importancia de aquellos históricos 30 minutos. El 'Cinco a las cinco' fue el primer homenaje al poeta en libertad en su tierra, pero también el primer acto democrático multitudinario de la provincia. Un logro impulsado por los míticos 33 miembros de la comisión organizadora que se enfrentaron al todavía poderoso aparato franquista para rescatar la memoria de Lorca.
«Todo partió de un cuadro», recuerda aún José Salobreña, uno de los miembros de la comisión. «Pinté un lienzo inspirado en Federico que fue expuesto en la Peña del Realejo. Allí Antonio Rodelas comentó que sería buena idea organizar un acto en recuerdo de Lorca y fue así como surgió todo». El director de la Peña del Realejo, el profesor Juan Antonio Rivas, dio luz verde a la idea y, junto a Luis Martín Altozano, conformaron un minúsculo grupo que iba a encargarse de la organización.
Como el pequeño movimiento que deviene en alud, lo que iba a ser un pequeño acto se transformó en cuestión de meses en el mayor homenaje a García Lorca de la mano de Rivas, Rodelas y Altozano. La clave fue hacer extensiva la idea a otras personalidades de la cultura y la sociedad granadina. Para ello contaron, además de con el pintor José Salobreña, con la clave actuación inicial del poeta José G. Ladrón de Guevara, el periodista Antonio Ramos Espejo o el estudiante Rafael Fernández Piñar.
Fue en febrero, en la Peña del Realejo, donde definitivamente se dio forma a la mítica comisión organizadora. En ella estaban, además de los ya mencionados, el escultor Cayetano Aníbal, el pintor Juan Manuel Brazam, el periodista Eduardo Castro, el profesor José Cazorla, el periodista Antonio Checa, los poetas Rafael Guillén y José Heredia y el abogado Antonio Jiménez Blanco. También estaban el profesor Antonio Jiménez Millán, el poeta Juan Jesús León, el profesor Nicolás López Calera, el poeta Juan de Loxa, el profesor Mariano Maresca, el dibujante Francisco Martín Morales, el redactor gráfico Ricardo Martín Morales, los poetas Enrique Morón y Justo Navarro, y el estudiante José María Ojeda. Cerraban la comisión el abogado Jerónimo Paez, el hostelero Buenaventura Porcel, la escritora Antonina Rodrigo, el profesor Juan Carlos Rodríguez, el poeta José Carlos Rosales, y los profesores Juan José Ruiz Rico, Andrés Soria y José Luis Valverde.
En total, 33 importantes miembros de la sociedad granadina que se lanzaron a buscar adhesiones, una labor en la que fue clave el papel de la familia García Lorca. «No se recuerda a menudo, pero considero que fue importantísimo el trabajo desplegado por Francisco García Lorca, el hermano de Federico. A través de él se sumaron personalidades de toda España y el mundo», asegura Juan de Loxa.
Fue así, en una labor que concitó a todos los miembros de una manera u otra, como se preparó un homenaje que tuvo su extensión en Barcelona y Madrid de la mano de gente como Eduardo Castro, Juan Carlos Rodríguez, Antonio Jiménez Blanco o Antonina Rodrigo. Aunque se vivió con ilusión, como recordaba ayer en una entrevista la propia escritora que será homenajeada hoy por su actividad en aquellos días, la organización vivió su momento más complicado con la visita a Gobernación para pedir los permisos. «Recuerdo cuando fuimos al Gobierno Civil con Antonio Jiménez Blanco para convencer al gobernador de quiénes iban a intervenir y lo poco que iba a durar. Antonio se la jugó aquel día», señala Loxa.
El poeta recuerda además una anécdota, poco conocida, que tendría efecto en el homenaje. «Hablé con Rafael Alberti y María Teresa León para que enviaran una grabación para usarla durante el acto, pero era imposible que llegara a tiempo. Fue Tino Robles, una persona muy olvidada, quien me facilitó una cinta con una grabación antigua para poder mentir bien y mentir bien era decir que Alberti la había enviado desde Roma. Me encargué de limpiarla y editarla con la fortuna -y esto sí que es mágico- de que en la misma cinta había una grabación de Pepe Caballero, el pintor que fue amigo de Federico».
Poemas y ametralladoras
«Polvo, calor, risas, lágrimas, abrazos y toda la Vega llena de gente, dentro y fuera del pueblo», así recuerda el ahora catedrático emérito de la UGR, Juan Carlos Rodríguez, aquel primer 'Cinco a las cinco'. Como otras 6.000 personas, él estuvo en la plaza de Fuentevaqueros para reivindicar la figura del autor de 'Yerma'. No pudieron con ellos las tanquetas que la Guardia Civil sacó a las carreteras, el robo premeditado de los carteles de los pueblos en las paradas del tranvía para extraviar a los participantes o las ametralladoras, resplandecientes bajo el sol, que asomaban por las azoteas.
Federico se hizo presente en Fuentevaqueros, en un enorme mural, ante una marea de banderas blanquiverdes que reclamaban libertad y cultura. Allí, con sus vecinos y amigos, pese a las ráfagas y el terror y las multas y la censura. «Sin duda fue un paso trascendental para la democracia», concluye Rodríguez. También fue un grito de media hora, solo treinta minutos, que dura ya cuarenta años.
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