«Los cacharros científicos son bellos»
Luis Castellón, el director del Museo de Ciencias del Instituto Padre Suárez, se jubila este mes después de 44 años de carrera docente
Inés Gallastegui
Martes, 9 de diciembre 2014, 01:19
Luis Castellón (Málaga, 1947) se incorporó al Instituto Padre Suárez de Granada en 1970 como 'penene' y este mes, 44 años después, se jubila. Su ... pasión por la ciencia le llevó a convertir en museo las colecciones adquiridas en las últimas décadas del siglo XIX por Rafael García Álvarez, a quien la defensa de Darwin le valió ser excomulgado y ver sus libros quemados en una hoguera pública por orden del arzobispo. Por el Museo de Ciencias han pasado todas las promociones de estudiantes del Padre Suárez en los últimos veinte años y miles de visitantes procedentes de otros colegios e institutos.
-¿Cuándo descubrió su vocación?
-Mi padre era un maestro republicano represaliado y vivía prácticamente escondido, dando clases particulares. Así estuvo hasta los años setenta, cuando lo readmitieron en el magisterio con todos sus trienios. Cuando me dio a luz mi madre, en la habitación de al lado estaba mi padre explicando trigonometría, y la matrona le decía: 'Ángeles, no chilles que se le van los alumnos a tu marido'. Así que a mí no me echaron polvos de talco, sino polvos de tiza. Yo la enseñanza la he mamado.
-¿Por qué se convirtió en profesor de ciencias?
-Me gustaban las ciencias. Cuando me incorporé a la Universidad de Granada no había Biológicas y me metí en Geológicas. Cuando terminé la carrera me quedé tres años de profesor en la Facultad e inmediatamente después pase al Instituto Padre Suárez de 'penene'. En un intervalo de cinco meses aprobé las oposiciones de la agregaduría y la cátedra y he seguido de catedrático de instituto hasta el día de hoy.
-¿Cómo era el instituto en 1970?
-Bastante diferente al de hoy. Una compañera mía dice siempre que los profesores entonces íbamos a congresos, a jornadas, a simposios... Hoy vamos a talleres. La nomenclatura lo dice todo. El concepto de enseñanza era muy distinto al de hoy. Y fíjese que he dicho enseñanza, no educación. Creo que una buena enseñanza al momento da como fruto una buena educación, y me parece que a veces se pone el carro antes de los caballos.
-¿A qué se refiere?
- Antiguamente la enseñanza era obligatoria hasta los 10 años. Después, con la EGB, fue obligatoria hasta los 14. Y al querer hacerla obligatoria hasta los 16 ha habido una distorsión de intereses. Yo aplaudo que los estudiantes estén hasta los 16, pero el sistema para que se queden no es el correcto. Cuando en Estados Unidos se hizo algo parecido, quienes lo defendían reconocían que había sido un nuevo Pearl Harbour. Siempre sale la cuestión, con algún tinte demagógico, de que en los setenta solo estudiaban los pudientes: eso hay que matizarlo. Hoy se le da acceso a cualquier clase social a los estudios, pero entonces tampoco era tan difícil.
Lo antiguo y lo viejo
-¿En 1970 ya existía el museo?
-No. Estaban todas las piezas distribuidas en lo que se llamaban los gabinetes, los laboratorios de Ciencias Naturales y de Física y Química, pero no para uso y disfrute del personal. Si acaso servían como complemento a alguna explicación en el aula.
-¿Todas las piezas fueron adquiridas por Rafael García Alvarez, director del instituto en las últimas décadas del siglo XIX?
-Las de Ciencias Naturales, sí, y las de Física y Química, indirectamente también, porque cada vez que este hombre era director del instituto, y lo fue en tres ocasiones en el siglo XIX, potenciaba enormemente la adquisición de patrimonio. La propia biblioteca se enriqueció gracias a García Álvarez, aunque él no era profesor de Lengua y Literatura: era un hombre muy preocupado por el patrimonio cultural y educativo del instituto.
-¿En qué estado se encontraban los objetos?
-Me imagino que en el siglo I un romano le daría a un cántaro el valor de un cántaro, y no se plantearía que veinte siglos después tendría el valor que tiene. Hay que distinguir lo antiguo y lo viejo, ¿estamos? Estas son cosas antiguas, que forman parte del patrimonio histórico científico, con un valor a veces incalculable. Por ejemplo, yo enseño una cajita con fragmentos del globo de Gay-Lussac y son cuatro trozos de hule; pero eso en manos de un buen profesor sirve para explicar qué significó científicamente la ascensión de Gay-Lussac en su globo en 1804, por qué se hizo desde el patio del conservatorio de París... Da un juego que entusiasma. Y el objetivo de este tipo de exposiciones es que, al terminar, la visita resulte corta y las personas salgan con más preguntas que como entraron.
-¿Cuál es la pieza más antigua?
-Un gato marmóreo disecado en 1745 que procede de la Desamortización, igual que otras 15 o 20 piezas. Algunas de ellas procedían de las misiones.
-¿Hay piezas que se han incorporado después?
-A lo largo del siglo XX se incorporaron algunas de las que están expuestas, pero pocas. En el siglo XXI se ha incorporado alguna donación. Filtramos las donaciones para que no sean reiterativas de lo que ya hay y tengan valor; si no, no las admitimos, por falta de sitio.
-¿Cuál es su pieza favorita?
-Ninguna. Todas. Hay un romboedro de calcita que sirve para explicar a los alumnos qué es un eje óptico. Si dices en clase 'Voy a explicar la anisotropía para la birrefringencia', te pueden tirar algo a la cabeza... Sin embargo, coges ese ejemplar, lo enseñas y en menos de 15 segundos se ha entendido. Esa es la utilidad de todos estos instrumentos antiguos, que de viejos no tienen nada. También son de sumo interés los ejemplares extinguidos de Sierra Nevada, algunos aparatos bellísimos de la sala de Física...
La orangutana viajera
-Habla de la belleza de los aparatos...
-En el siglo XIX las casas que fabricaban estos aparatos eran casi todas francesas o alemanas y les querían dotar de un toque artístico. ¿Por qué tiene que ser feo un cacharro científico? Es una idea de la Ilustración: una cosa científica puede ser perfectamente artística. Y hay auténticas bellezas. El resonador de Savart, las linternas mágicas... No puedo decir cuál es el que más me gusta.
-¿Hay alguna pieza que tenga una historia rocambolesca?
-La orangutana con su cría ha viajado por toda España. Procede de Sumatra, pero fue disecada aquí: es de 1891 y costó 1.100 pesetas; hoy sería imposible de conseguir. Ese ejemplar se cedió hace unos años para una exposición de anatomía humana en el Parque de las Ciencias. La restauraron, estuvo un tiempo en el despacho de Ernesto (Páramo), después se expuso, pero como la exposición tuvo éxito la alquilaron a la Casa de las Ciencias de La Coruña y de allí pasó al Museo de las Ciencias de Cuenca. Entonces yo fui a buscarla y me la traje.
-¿Cuándo empezó a funcionar formalmente el museo?
-Yo era una rata de biblioteca y en 1972 ya descubrí cosas muy valiosas, por ejemplo, un proyecto para edificar una estación alpina para hacer prácticas de flora y de fauna específica de Sierra Nevada. Se conservan los planos de Fernando Wilhelmi, el mismo arquitecto que dirigió la construcción del instituto. Después de las obras, esto no estaba en las mejores condiciones y empezamos a trabajar para montar el museo con motivo del 150 aniversario del instituto. Primero abrió la sala 2 con 2.300 elementos expuestos, después las salas 1 y 3 y el pasillo, en 1997. La parte de Ciencias Naturales hoy tiene 5.800 elementos expuestos y la de Física y Química, 600.
-¿Cómo se integra el museo en el día a día del instituto?
-Por ejemplo, el profesor de Ciencias Naturales baja y me dice que está explicando los moluscos; entonces les hago una visita específica con la colección de moluscos, que por cierto es preciosa, o el de Física y Química me pide que insista en los aparatos de mecánica fundamental y les explicamos cómo funcionan. De todas formas, hay una recomendación de la UE de que esta instrumentación científica antigua se debe restaurar hasta que funcione pero, una vez conseguido, se debe tocar lo menos posible, entre otras cosas porque no hay repuestos.
-El museo ha sufrido diversas vicisitudes. ¿No hay mucho aprecio por la ciencia en el actual sistema educativo?
-No. No hay estímulos para que la gente se interese por la ciencia. Y precisamente los aparatos antiguos están enfocados para crear dichos estímulos. Cuando vienen grupos, te dicen: 'Y estas cosas, ¿por qué no se hacen hoy? Si esto se explicara así en clase, lo aprenderíamos mejor'.
-Este es un museo a la vieja usanza. ¿Sería posible actualizar el discurso museográfico sin alterar su esencia?
-Yo no voy a decir que el discurso museográfico está mal porque lo he hecho yo. Creo que, si se enseña como se debe, el museo da bastantes frutos. El libro de visitantes así lo confirma. Cuando una cosa funciona bien, alterarla puede ser un suicidio; eso es una norma darwinista clave.
-¿Qué le parece el Parque de las Ciencias?
-Son orientaciones totalmente distintas. Aquello está basado en la ciencia recreativa y esto, en los aspectos históricos y didácticos de la ciencia. Son complementarios. A veces pienso que mucho público del que asiste al Parque de las Ciencias, si no tiene una base científica, disfruta pero no termina de asimilar lo que está viendo. Todo depende de cómo se enseñe, de la preparación previa...
-¿Cómo han cambiado los estudiantes en estos 44 años?
-Nada. Siguen siendo los mismos. La escala de valores de un crío con 15 o 16 años es exactamente la misma entonces y hoy. Puede ser que el ambiente y la preparación sean diferentes. Ahora, un niño al que no se estimula para apreciar la belleza del conocimiento sigue pasando de un curso a otro, y eso es penoso. Los que se sientan a su lado piensan: '¿Para qué me voy a esforzar?'. Eso se contagia.
-¿Cómo se lleva con los alumnos?
-Estupendamente. Y, lo que es peor, ellos conmigo también. Han pasado por mis manos la friolera de 13.000 alumnos. Y la mayoría lo pueden confirmar, incluso los que he suspendido. Hasta el 2006 he estado dando clase. Me acuerdo de la última clase que di, sobre el esqueleto humano, a los de Ciencias de la Salud. Desde entonces me he dedicado solo al museo.
-A menudo se pinta a los adolescentes como seres enganchados al móvil y las redes sociales, casi incapaces de leer y escribir. ¿Es real esa visión?
-Hay parte de cierto. Si el uso de las nuevas tecnologías se hace en positivo, puede dar unos frutos estupendos. Pero prevalece más la atracción del lado oscuro...
-¿A pesar de todo, a los chavales les gusta el museo?
-Les entusiasma. No hay más que ver los comentarios de los cientos de colegios e institutos que han pasado por aquí. Excepto este último mes, que yo me he dedicado a preparar la herencia, en los últimos siete años la media ha sido de 6.000 visitantes por curso. Y también vienen otros colectivos: grupos de mayores, asociaciones, reclusos de la prisión de Albolote, cofradías, alumnos del Master de Educación...
El museo más barato
-¿Qué va a ser del museo ahora que usted se jubila?
-Hay dos profesores del instituto que tienen mucha ilusión, José Luis Rodríguez Campra y Emilio Padilla. El museo engancha. A ver si de una vez se convence la administración de que los responsables del museo deben tener horas para el museo y horas para la visita y una mínima dotación económica. Un museo tiene que estar abierto al público. Este ha sido el museo que más barato le ha salido a la Junta de Andalucía: solo les ha costado mi nómina, que la hubiera pagado de todas formas. Una dotación específica para esto no ha existido nunca.
-Y usted, ¿a qué se va a dedicar?
-Este instituto fue el germen de la creación en 2007 de la Asociación Nacional para la Defensa del Patrimonio de los Institutos Históricos y en ella estamos aglutinados prácticamente todos los creados en el siglo XIX que tenemos patrimonio. Así que me dedicaré con más tiempo a la presidencia de esa asociación.
-¿Hay otros institutos que tengan un museo similar?
-Sí. Hay uno en La Laguna (Tenerife), otro en Cabra (Córdoba), otro en Burgos... Quizá la disposición de este cause un poquito de envidia, pero los otros no se quedan atrás. Curiosamente, solo en Castilla-La Mancha se ha elaborado una normativa para establecer una dotación de horas y de dinero para este patrimonio de los institutos. En otras comunidades son fundaciones y pueden acceder a subvenciones.
-En una época de su vida se metió en política y fue concejal del Ayuntamiento de Granada...
-Fui concejal socialista con Antonio Jara durante dos mandatos. En el primero fui concejal sin cartera, entre otras cosas porque era director del instituto. El último año de ese primer mandato y en la legislatura de 1987 a 1991 fui concejal de Medio Ambiente, Salud y Consumo.
-¿Y guarda buen recuerdo de aquel periodo?
-Hay de todo. Lo curioso es que algunos me echan de menos, pero en aquel momento buenos varapalos que nos dieron.
-¿Cómo ve la política actual?
-Mal. Sin comentarios.
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