Josefa vuelve a casa en Vélez y cumple su última voluntad
Esta vecina, de 76 años de edad, llega a su pueblo natal desde Palma de Mallorca gracias a una ONG para descansar rodeada de los suyos lo que le quede de vida
Josefa Castilla ya está en casa. Feliz y risueña, con una sonrisa de oreja a oreja recibe a los vecinos y a los medios de ... comunicación que le dan la bienvenida a su pueblo del alma, aquel que nunca quiso dejar. «Carmela, querida, he vuelto. He vuelto para quedarme. No me pienso ir más», dice al reconocer a una de sus amigas. La veleña tiene una lucidez impropia de su tratamiento con morfina y un espíritu, una fuerza que su hija hace días que no veía brotar. A sus 76 años de edad, está en tratamiento médico y por poco no vive para contarlo. Sufre arterioesclerosis y una isquemia crónica que le ha dejado postrada en una cama.
Los sanitarios solo le habían dado unos meses pero Josefa se ha empeñado en llevarles la contraria resistiendo los achaques propios de la edad. Su última voluntad, el último sueño de Josefa, era descansar en su hogar, entre esas calles que la vieron crecer y convertirse en una mujer fuerte, amable, obstinada y cabezota. Así se lo manifestó a su hija, Ana Hernández, de 50 años de edad que, tal y como adelantó IDEAL, ha movido cielo y tierra para conseguirlo.
Ana ha logrado que Josefa viaje desde Palma de Mallorca, donde residía, hasta Velez de Benaudalla para descansar y disfrutar rodeada de los suyos lo que queda por delante gracias a la ayuda de la fundación Ambulancia del Deseo. Madre e hija llegaban en la tarde del lunes acompañadas por los tres voluntarios de la organización.
El cansancio por el largo viaje en ferri y por carretera al estar encamillada y ser imposible un traslado en avión, no pudo desdibujar unos rostros llenos de ilusión. La primera parada de Josefa no fue su casa. Se detuvo en la plaza de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, una de las vistas más reconocibles de Vélez. «Ya estamos aquí», resumian así Ana y su madre un periplo que ha durado casi un día. Con el pulgar levantado, Josefa saludaba a los medios. «Conseguido. Qué alegría me da estar aquí», aseguraba con un hilo de voz, una voz que estaba rota de la emoción.
En el interior del templo le esperaba su «San Antonio, bendito». A quien tanto le ha rezado en sus horas más bajas y críticas, entre idas y venidas al hospital. El culto y la devoción de la veleña es incalculable. Se le desparrama por los ojos en forma de pequeñas lágrimas al entrar por la puerta del Rosario. En el interior la recibe el párroco, Jose Antonio, y juntos rezan un Padre Nuestro frente al altar. «Él me ha traído aquí», indica mientras le tira un beso.
Los nervios están a flor de piel. Al lado del jardín nazarí, donde se encuentra la casa de Josefa, una multitud espera a la recién llegada. Primas, amigas y vecinas se han acercado hasta el número 16 para ver cómo está su amiga que tuvo que dejar el pueblo hace tres años al empeorar su salud. «Lloraba con una pena cuando se fue», recuerdan algunas.
Un sueño cumplido
La ambulancia abre de nuevo sus puertas y Josefa rápidamente reconoce a los que le esperan en la puerta de casa. Una amiga la pone al día y le presenta a dos de sus nietas que no ha conocido. Abrazos, besos y mucho cariño a esta mujer que prácticamente ha obrado o le han concedido un milagro. En Vélez la conocen por ser descendiente del almendrero y así, con la fuerza que tienen los almendros, Josefa ha echado raíces en la localidad y con la fuerza que tienen los almendros ha aguantado también hasta llegar a casa.
En este sueño posible ha sido imprescindible la voluntad de su hija, que irradia también felicidad. «Ha sido llegar aquí y le ha cambiado hasta la cara. Creo que el pueblo le hará mucho bien. Mi madre nos ha dado todo y se lo debía», cuenta.
Josefa dejó su pueblo para buscar trabajo en la isla, donde formó su familia con otro granadino emigrado. Esta veleña es «una luchadora». Trabajó incansablemente de limpiadora para criar a sus dos hijas. Al jubilarse, volvió a su pueblo y arregló la casa de sus padres. Sin embargo, empeoró de salud y tuvo que volver a Mallorca para recibir asistencia y quedar bajo el cuidado de sus hijas. Desde que era joven, esta veleña ha ahorrado para poder visitar su casa cada verano en unas vacaciones que no eran infinitas pero sí memorables. Ahora podrá descansar en familia y en su hogar, cerquita de San Antonio.
«Yo sabía que iba a traer a mi madre al pueblo a descansar viva o muerta y afortunadamente ha tenido la posibilidad de ser feliz y ver su pueblo una vez más», sentencia Ana.
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