«La Sierra es mi casa, no lloro más porque no me quedan lágrimas»
Impotencia e indignación por el daño a una comarca en auge turístico | Empresarios advierten de que el flujo de visitantes al Valle se puede resentir por el incendio, «aunque aún es pronto para valorar»
Jorge Pastor
Granada
Domingo, 11 de septiembre 2022, 10:41
Aunque la agricultura sigue siendo el principal sustento de los 23.000 habitantes del Valle de Lecrín, el tejido empresarial en torno al turismo no ... ha parado de crecer en la última década. ¿Debido a qué? Pues debido, precisamente, a esa riqueza natural y paisajística que ahora mismo está siendo pasto de las llamas. Más de 3.000 hectáreas calcinadas. Los negocios que viven de los que visitan el Valle de Lecrín están más que preocupados.
Anabel Callejas abrió el bar Arca de Manuel, de Restábal, hace dos años. «El incendio nos afecta al cien por cien porque buena parte de nuestros clientes son senderistas que vienen a esta zona y a todo el Valle», relata. «Esto es una verdadera lástima». Según Anabel, «los vecinos no están resignados, están indignados». «Al menos esos son los comentarios que se escuchan en la barra», comenta. «La gente no entiende que no haya venido también la Unidad Militar de Emergencias».
Tomás Vélez, gerente de Aventura Alpujarra, lo tiene claro. «Si vivimos de los turistas y los turistas dejan de venir, vamos por el mal camino». Vélez considera que aún es pronto para valorar el impacto de la ignición en la zona. En idénticos términos se expresa Cristóbal Vandaele, director de la Alquería de los Lentos, que sí lamenta haber perdido dos reservas este fin de semana por que el humo inunda todo el Valle.
Miradores del desastre
El Parque del Calahorro, entre Albuñuelas y Saleres, se está convirtiendo estos días en uno de los 'miradores de la tragedia'. Desde este punto se observa a la perfección toda la superficie que se está calcinando a este lado de la montaña. «Esto no lo verá recuperarse ni nuestra generación ni la siguiente», asegura Manuel mientras, al fondo, se oye uno de los aviones del Infoca que derrama agua sobre otro de los frentes activos. «Yo no había visto nada igual desde el fuego de 1974 en la Carretera de la Cabra», afirma. «Esto es una desgracia, una verdadera desgracia».
A su lado, Manuel Guerrero, otro vecino de Albuñuelas, comenta que desde el Parque del Calahorro a la ladera que está en combustión no habrá más de tres kilómetros en línea recta. «Hay accidentes orográficos como el Barranco de las Cuevas o el Llano de Peña Horadada que deberían servir para contener el avance», especula. «Pero eso nunca se sabe».
En la conversación también está María Luisa, de 45 años. «De Albuñuelas de toda la vida». «Llevamos cuatro noches sin dormir, ojalá esta pesadilla acabe pronto», dice mientras minúsculos trozos de pavesas no paran de caer por todo el área.
Un avión cada dos minutos
Manuel Salaberri, labrador de 81 años, observa desde su casa el continuo trasiego de medios aéreos. «Por aquí pasan los aviones que van a cargar en el pantano de Béznar, uno cada dos o tres minutos». Manuel, que reside en el Barrio de las Escuelas de Saleres, asegura que nunca había vivido una situación así.
«¡Tienen que hacer todo lo posible por apagarlo!», grita mientras pasa otra aeronave por un cielo tenido de marrón. «Son muchos días de angustia».
Manuel, cuya familia se halla en estos momentos en plena cosecha del almendro, lamenta que el abastecimiento de los aviones se haya hecho en albercas del pago de Albuñuelas, «que se han quedado vacías». «Mejor que vayan al embalse», sugiere.
Vecinos de Albuñuelas y Saleres
«Esto es una verdadera desgracia»
El Parque del Calahorro, entre Albuñuelas y Saleres, se ha convertido en uno de los 'miradores de la tragedia'. Desde este punto se observa a la perfección toda la superficie que se está calcinando a este lado de la montaña. «Esto no lo verá recuperarse ni nuestra generación ni la siguiente», asegura Manuel mientras, al fondo, se oye uno de los aviones del Infoca que derrama agua sobre otro de los frentes activos. «Yo no había visto nada igual desde el fuego de 1974 en la Carretera de la Cabra», afirma. «Esto es una desgracia, una verdadera desgracia», lamenta.
A su lado, Manuel Guerrero, otro vecino de Albuñuelas, comenta que desde el Parque del Calahorro a la ladera que está en combustión no habrá más de tres kilómetros en línea recta. «Hay accidentes orográficos como el Barranco de las Cuevas o el Llano de Peña Horadada que deberían servir para contener el avance», especula Manuel Guerrero. «Pero eso nunca se sabe».
En la conversación también está María Luisa, de 45 años. «De Albuñuelas de toda la vida». «Llevamos cuatro noches sin dormir, ojalá esta pesadilla acabe pronto», dice mientras minúsculos trozos de pavesas no paran de caer en la zona.
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Manuel Salaberri, vecino de Saleres
«Por encima de mi casa pasa un hidroavión cada dos o tres minutos»
Manuel Salaberri, labrador de 81 años, observa desde su casa el continuo trasiego de medios aéreos. «Por aquí pasan los aviones que van a cargar en el pantano de Béznar, uno cada dos o tres minutos», explica. Manuel, que reside en el Barrio de las Escuelas de Saleres, asegura que nunca había vivido una situación así.
«¡Tienen que hacer todo lo posible por apagarlo!», grita mientras pasa otra aeronave. «Son muchos días de angustia».
Manuel, cuya familia se halla en estos momentos en plena cosecha del almendro, lamenta que el abastecimiento de los aviones se haya hecho en albercas del pago de Albuñuelas, «que se han quedado vacías». «Mejor que vayan al embalse», sugiere.
José Antonio Márquez, vecino de Restábal
«El fuego baja a zona de cortijos»
En Restábal también miran al fuego con preocupación desde hace cuatro días.
José Antonio Márquez, de 61 años, fotografía con su móvil el paso de los hidroaviones por la Plaza de las Escuelas de Restábal. «Qué desastre», comenta cabizbajo. «La gente en el pueblo empieza a estar alarmada porque las llamas están bajando hasta los cortijos y olivares».
José Antonio lo tiene claro: «Si hubieran limpiado el monte en invierno igual no se hubiera evitado el fuego, pero seguro que no habría sido de esta magnitud». También lamenta que se haya quitado el pastoreo.
Magdalena Tapia, vecina de Restábal
«La Sierra es mi casa, no lloro más porque no me quedan lágrimas»
La vida de Magdalena Tapia, de 81 años, está ligada a la Sierra desde que era una niña. Tanto que los pinos que se están quemando ahora son los mismos que ella plantó cuando tenía catorce años.
«La Sierra fue el pan de mi familia porque mi padre tenía un horno moruno y de allí se surtía de leña, y la gente iba a por esparto para cocerlo y hacer soguillas para el campo», recuerda.
«Llevo dos días con las ventanas cerradas y ayer metida en la cama por el miedo de sentir los aviones», afirma. «Que la apaguen ya, por favor, que la apaguen», implora mirando al campanario de la iglesia de San Cristóbal mientras en ese momento pasa un helicóptero cargado de agua.
Alejandro Reyes 'El clavo', vecino de Restábal
«El pulmón del Valle de Lecrín está ardiendo»
Alejandro Reyes 'El clavo', carpintero de Restábal, se acostó hoy a las cuatro de la mañana siguiendo con sus prismáticos la evolución del fuego sobre la Sierra de Restábal. «Cambió el viento de poniente a levante y se reavivaron las llamas», asegura.
Alejandro, de 46 años, no disimula su angustia desde el jueves por la tarde. Desde que él mismo vio una columna de humo cuando hacía un trabajo en Albuñuelas.
«La Sierra es el pulmón del Valle de Lecrín, pero también es paisaje y es vida», asegura con rabia. «Se ha quemado toda la repoblación con pinos mediterráneos y canarios que se hizo hace 80 años».
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