50 días entre la vida y la muerte
Santiago tuvo un accidente de moto y estuvo varias semanas en la UCI del Hospital Santa Ana de Motril donde finalmente se recuperó
Hay historias que parecen escritas por la vida para recordarnos lo frágiles que somos… y lo fuertes que podemos llegar a ser. Historias que, cuando ... se cuentan, emocionan porque en ellas se mezclan el dolor, el miedo, la esperanza y, finalmente, la alegría de volver a empezar. La de Santiago Ortega, un hombre de 66 años de La Herradura, es una de esas historias. Durante 50 días permaneció ingresado en la UCI del Hospital Santa Ana de Motril debatiéndose entre la vida y la muerte tras tener un accidente con la moto.
Aquella mañana parecía una más. Santiago bajaba del cortijo, como tantas veces. El sol caía fuerte sobre la carretera estrecha, el olor a campo aún impregnaba su ropa y la rutina se dibujaba tranquila. Hasta que un coche apareció de frente. «Vi que subía un coche y, como la carretera era muy estrecha, decidí pararme y dejarlo pasar», cuenta hoy. Pero ahí la memoria se le corta. Después, apenas recuerda a un vecino que lo subió a su coche y aquel intento de llamar a su mujer por teléfono. Luego, nada. Un vacío. Lo que para él fue un abrir y cerrar de ojos, para su familia fue una pesadilla.
Santiago ingresó de urgencia. Sus pulmones, ya delicados, estaban gravemente dañados. Un neumotórax primero, una contusión pulmonar después… y de pronto respirar se convirtió en algo imposible sin máquinas.
El médico intensivista, Felipe Santiago, lo acompañó casi cada día, lo recuerda con claridad: «Las primeras 24-48 horas fueron críticas. Había que sedarlo profundamente y conectar una máquina que respirara por él. Era imposible que lo hiciera solo. Su situación era muy grave».
Durante semanas, Santiago estuvo dormido, luchando en silencio mientras su familia recibía noticias que, la mayoría de las veces, eran durísimas. Carmen, su mujer, estuvo allí, día tras día. Siempre. A veces sin saber si lo volvería a ver despertar.
Los días pasaban lentos hasta que llegó uno que lo cambió todo. Santiago llevaba semanas sin poder hablar. La intubación y las máquinas le habían robado la voz. Hasta que un día le colocaron una pequeña válvula fonadora. Y ocurrió. «De repente, volvió a hablar. No solo dijo una palabra, empezó a hablar con normalidad, como si nunca se hubiera ido. Fue un momento emocionante, de los que marcan», recuerda el doctor Felipe. Para su familia fue un renacer. Volver a escuchar su voz después de tanto silencio fue como volver a abrir una ventana después de una tormenta.
En la UCI cada día cuenta. Y cada pequeño gesto es vital. Raquel Rodrigo, enfermera, lo cuidó con mucho mimo durante semanas: «Había que estar pendiente de todo: la piel, los drenajes, las vías… son horas y horas de cuidados continuos. Pero lo más bonito es cuando lo ves pasar de cama a planta. Ese momento en el que cruza la puerta es como un regalo para todos».
La fisioterapia fue otro pilar en la recuperación. Lydia Jurado lo acompañó en el proceso: «Al principio solo podía hacer movilizaciones pasivas para que no perdiera masa muscular. Lo mejor fue cuando lo pusimos de pie por primera vez, incluso conectado al respirador. Y más tarde, verlo subir andando los dos pisos hasta su casa, después de todo lo vivido, fue increíble».
«Desde el primer momento, cuando ya estaba consciente, se mostraba participativo. Tenía ganas de colaborar, de hacer los ejercicios, aunque le costara. Eso marca la diferencia, porque no todos los pacientes tienen esa actitud», añade.
Una segunda oportunidad
Pero no todo fue avanzar. Hubo días en que todo parecía mejorar… y de repente todo se torcía. La doctora Ana Fuentes recuerda uno de los momentos más difíciles que vivieron: «Llevaba 30 días y parecía que iba bien. Y de pronto una infección lo complicó todo. Tuvimos que decirle a la familia que volvíamos atrás. Fue muy duro, porque cuando crees que lo estás sacando adelante y de pronto retrocedes, la sensación es devastadora»
Pero Santiago resistió. Con paciencia, con la ayuda de su familia, con la entrega de médicos, enfermeras y fisioterapeutas. Y por fin el día llegó. 8 de agosto. el paciente cruzaba por fin la puerta de la UCI. Caminaba despacio, con esfuerzo, pero caminaba. Detrás quedaban 50 días de máquinas, miedos, lágrimas y noches interminables. «Pensé que no iba a salir de la cama y que nunca volvería a hablar ni a caminar. Y cuando pude hacerlo fue una alegría enorme», dice hoy con los ojos brillantes.
Ha vuelto a casa, a su rutina poco a poco. Sube escaleras, pasea, respira sin ayuda mientras sigue siendo supervisado por sus médicos. Quizá le cueste un poco más el esfuerzo que antes, pero lo ha conseguido, ha recuperado la vida.
Y mientras él sonríe, acompañado de Carmen, la mujer que no lo dejó solo ni un minuto, queda claro que esta es una historia de amor. Amor a la vida, amor de familia y amor del equipo que lo sostuvo en los momentos más difíciles. Porque hay personas que tienen la suerte, y el coraje, de vivir dos veces. Y Santiago es sin duda uno de ellos.
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