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La Caleta, a los pies de su virgen marinera
Los devotos acompañan a la Virgen del Carmen desde su ermita hasta la plaza del Lavaero donde la esperan las barquillas para pasearla un año más por las aguas de su pueblo
La brisa salina se cuela por los callejones empedrados de La Caleta y La Guardia de Salobreña. A lo largo de la calle principal, las ... banderillas de tela se alternan en un vaivén de azules marino y blanco espuma, recordando el color eterno de los marineros. Cada elemento que decora la calle se ha dispuesto con mimo por los vecinos para sus fiestas grandes. En lo alto de la calle, la ermita de la Virgen del Carmen sobresale entre las pequeñas casas de la barriada. A las ocho en punto, las campanas de bronce estremecen el aire con un repique solemne. El sonido, profundo y resonante, se propaga por entre las callejuelas y llama a los vecinos, que se dirigen un año más a rezarle a su virgen marinera.
La pequeña plaza de la ermita se llena poco a poco de vecinos y veraneantes. Dentro del templo, la imagen de Nuestra Señora del Carmen reposa, serena, sobre su altar de madera tallada. Frente a la puerta de madera, gastada por los años, hombres y mujeres con camiseta de algodón marrón oscuro y pañuelo más claro atado a la cintura aguardan con las manos entrelazadas. Sus rostros reflejan muchas de historias que guardan La Caleta y La Guardia: marineros curtidos por el sol, mujeres mayores que han vivido medio siglo de procesiones y niños cuyos ojos relucen de ver un año más a su virgen.
Batuta al aire
Las puertas de la ermita están abiertas mientras se desarrolla la misa. Los músicos de la Banda Municipal de Salobreña afinan trompetas, saxofones y clarinetes, bajo la atenta mirada de su director Jorge García, que alza la batuta para tocar un ensayo de himno. El crujir de los metales acompaña al murmullo de la gente que se congrega en la plaza, mientras el coro de la parroquia canta sobre el altar la 'Salve Regina'. La imagen de la Virgen del Carmen se alza majestuosa sobre su trono con rosas blancas y de color rosado. Sus manos sostienen el escapulario y el cetro, símbolos de protección y guía para todos los marineros.
Paula y Valentina Martín, ambas hermanas, sujetan con delicadeza las velas en sus manos temblorosas. «Es como si el corazón de todos los devotos de la virgen latieran juntos hoy»», susurra Paula, mientras Valentina asiente con la voz quebrada por la emoción. Ambas han crecido con esta tradición marinera.
«Cuando desembarcamos en La Guardia y volvemos a la Caleta, siento el orgullo de saber que seguimos vivos gracias al compromiso de las familias que sacamos esta hermandad para adelante, pero también de todo un pueblo que late al compás de estas fiestas. Somos hijos del mar, pero, sobre todo, somos hijos de la virgen», señala Ignacio, hermano de la cofradía.
Cuando la misa termina, un silencio en la plaza precede al redoble de tambores. A los segundos, un estallido de aplausos recorre la plaza y entre vivas se pone en la calle la reina de los marineros. Los hombres y mujeres se recolocan ligeramente bajo el trono, sintiendo el peso de siglos de fe y tradición sobre sus hombros.
Balcones engalanados
La procesión comienza avanzando poco a poco y con paso firme por las calles tan estrechas y tan empinadas, que, en algunos puntos apenas dejan espacio para el trono y para los organizadores de la procesión. Mientras, al fondo, los fuegos artificiales explotan en el cielo caleteño. Los balcones angalanados con mantones de manila para la ocasión dejan ver tras ellos generaciones de devoción marinera, niños, mayores, ninguno se quiere perder el paso de la virgen. Los adoquines resuenan por el paso de los portadores al compás de los tambores, trompetas y clarinetes. A cada esquina, los menos devotos asoman sus cabezas para contemplar el paso de la virgen.
Un torrente de fieles, muchos niños entre ellos, la acompañan hasta la plaza del Lavaero entre vivas y petalás. Decenas de embarcaciones –una flotilla de 35 o 40 barcas– la esperan en la orilla. Los pequeños farolillos iluminan las pequeñas barquillas con luces que parecen luciérnagas en mitad del mar. Los hombres y mujeres de trono aseguran las andas al casco de la barquilla familiar de Ignacio mientras en tierra todos esperan su salida. Los devotos pasean por delante de la virgen a sus pequeños, asegurando una tradición que nunca acaba.
En unos minutos la escena se llena de kayaks y hasta motos de agua que llegan y animan con sus bocinas. Nadie se quiere perder la imagen. Vicente, veterano de 82 años, que lleva toda la vida en la hermandad, no puede parar de llorar, su virgen ya está embarcada. Entre los aplausos y algunas lágrimas de los devotos la virgen se adentra en el agua majestuosa, como reina de los mares. Al compás de la brisa, el pequeño barco se mece con suavidad y se pasea entre las barquillas que la esperan. Los pescadores dirigen la flotilla, cantándole a la virgen. Desde la arena los fieles observan con sentimiento.
A lo lejos el río Guadalfeo desemboca en el mar, y la barca se dirige con suavidad hacia ese encuentro de aguas dulces y saladas. El sol, ya hundido detrás de las montañas, tiñe de dorado el horizonte. La barca que mece la imagen de la Virgen del Carmen se aleja poco a poco mientras sus fieles la seguirán esperando en su eterna orilla para siempre.
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