La abuela que borda recuerdos con su bastidor frente al mar
Paqui Vargas, vecina de La Zubia, lleva 23 veranos bordando velos y mantillas en la playa de El Sotillo de Castell de Ferro
En la playa del Sotillo de Castell de Ferro, entre sombrillas, olas y risas de niños, hay una escena que se repite cada verano desde ... hace 23 años. No es un kiosko de los de esta época, ni un chiringuito, pero todo el mundo se para a mirar. Paqui tiene 74 años. Es vecina de La Zubia, un pueblo a los pies de Sierra Nevada. Pero cada verano hace las maletas, coge su bastidor, sus telas, sus hilos y su corazón lleno de historias, y se traslada a Castell de Ferro. Ya nadie la mira raro. Ahora, más bien, la miran con admiración. Su bastidor es su compañero. Sobre él ha tejido mantillas para todas sus nietas, velos de novia, abanicos, medias mantillas, chales, cortinas bordadas y hasta ropa de muñeca
«Llevo 23 años viniendo aquí con mis nietos. Y mientras ellos juegan, yo bordo. Me relaja. Sus nietos la conocen ya como la abuela del bastidor frente al mar. La suya es una imagen poco común: una señora con gafas de cerca, aguja en mano, y metros y metros de tul que se transforma en velos, mantillas, y hasta colchas, bajo la paciencia infinita de una costurera de toda la vida.
Cada verano, cuando llegan las vacaciones escolares, Paqui y su familia veranean en Castell. Se quedan hasta septiembre. Y cada día, en lugar de una tumbona, Paqui monta su bastidor en la playa, como si fuera una sombrilla más.
«Lo hago desde que tengo 8 años. Me enseñé sola, viendo a mi madre y a mi hermana. Luego aprendí más en un taller en Monachil. Lo que más me gusta es coser, bordar, hacer ganchillo…», cuenta mientras saca de una bolsa de tela un chal bordado con flecos largos. «Se lo hice a mi nieta para su boda. A cada una le he hecho su mantilla».
Lucía, la nieta mayor, la escucha con atención desde la toalla. Tiene 22 años y recuerda con ternura las tardes en las que su abuela le enseñaba a hacer bolsos de ganchillo.
«No hay nadie que cosa como ella», dice Lucía, de 22 años. «Desde pequeña nos ha hecho de todo: ropa para las muñecas, mantas, ligas de novia, abanicos… ¡hasta camas de ganchillo para las Monster High!».
Una tradición que no se vende
Aunque mucha gente se para y le ofrece dinero por sus trabajos, Paqui no vende nada. «Esto es para mis niñas. Todo lo que hago es para ellas. No lo hago por negocio, lo hago por amor», explica.
Dice que muchas veces se le han acercado personas en la playa ofreciéndole pagarle por un velo o una mantilla. Pero ella siempre responde igual: no. «¿Qué les voy a cobrar? Si esto está hecho con todo el cariño del mundo para mi familia».
Paqui se siente muy orgullosa de haber cosido velos de novia completos en la playa. Entre el murmullo del mar y el olor a crema solar, ha bordado puntada a puntada obras de arte que después han caminado por iglesias y salones de bodas. «Aquí sentada mirando a este mar he hecho velos de tres y hasta cuatro metros», recuerda.
«A veces me quedo hasta las 3 o 4 de la mañana cosiendo, porque no me puedo dormir. Me pongo con el bastidor o con el ganchillo, y se me pasa el tiempo volando. Es mi forma de relajarme», dice. Sus nietos ya bromean con que su abuela no duerme, borda sueños.
A su alrededor, los vecinos y veraneantes la miran con respeto y admiración. Algunos se acercan a preguntar qué está haciendo, otros simplemente se detienen a observar cómo va cobrando vida el tul en su bastidor.
«Yo vengo todos los años, y siempre la veo aquí, con su bastidor. Es una artista. Me encanta verla, porque es algo que ya no se ve», comenta Carmen Rodríguez, una vecina de Granada que veranea también en Castell.
Y no falta quien se emociona. «Me recuerda a mi abuela, que también bordaba. Es ver a Paqui y se me vienen los recuerdos», dice Ana Fernández, vecina de la localidad.
Todo tipo de bordados
Paqui no solo hace mantillas. También ha bordado cortinas, sábanas, peluches, cojines, muñecos de ganchillo y hasta ropa de Navidad. «Una vez hice una bolsa entera con cosas para las Barbies de las niñas. Con vestidos, bufandas, zapatillas, de todo. Todo hecho a mano», recuerda entre risas.
La vecina se esfuerza día tras día para dejar su legado con el arte que la vida le ha dado en sus manos. A Paqui ya le cuesta cada vez más . La ciática que padece le molesta, duerme poco, a veces se cansa antes. Pero no deja de coser. Dice que la aguja le ha ayudado más que muchos medicamentos. Que mientras cose, el cuerpo le duele menos y la cabeza se le ordena.
Lo que hace esta veraneante no se estudia en universidades ni se vende en escaparates. Pero es un todo un arte. Uno que se transmite de abuelas a nietas, de hilo en hilo, de silencio en silencio.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión