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El Chambao Paco tiene su terraza junto a uno de los rincones más hermosos de la Costa Tropical, el embarcadero de Calahonda.
Sin apartar la mirada del mar

Sin apartar la mirada del mar

Chambao Paco | Playa de Calahonda

LAURA UBAGO

Miércoles, 24 de agosto 2016, 01:32

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El chiringuito debe tener algo hipnótico que no tenga un bar cualquiera. Y Chambao Paco lo tiene de sobra. Sin levantar ampollas, ni herir a los pueblos vecinos, este establecimiento tiene como paisaje, frente por frente, al rincón más bonito de la Costa Tropical. Podrán venir muchos a desmentirlo pero nadie será capaz de decir que aquello no es hermoso. Hasta con el mar revuelto tiene su encanto. Se trata del embarcadero de Calahonda, un cuadro de barquitas sobre la mar turquesa enmarcado por una gran roca. Es más fácil observarlo que describirlo. Pues allí está este chiringuito caleño con más de medio siglo de historia. Y los que le quedan.

Chambao Paco

  • -Año de apertura 1956.Propietario

  • -Plantilla 11 trabajadores.

  • -Especialidades Calderetas, arroces y pescado fresco.

El padre de Eduardo Cárdenas -actual propietario-, Paco Cárdenas, trabajaba por la zona en el arreglo de las carreteras y aquel sitio le inspiró. El resto fue una locura de la época y un chambao de cañas que se edificó de obra en 1988. Eduardo estuvo en la Marina pero se acordaba del mar de Calahonda, del chiringuito de su padre, y volvió para regentarlo. Eduardo cuenta que al principio pasaron años duros porque llegar hasta allí no era fácil. «La carretera de Granada estuvo unos años cortada por obras y había que venir por Los Guájares o por Órgiva así que imagina», dice este chiringuitero, que reconoce que Calahonda siempre ha sido un lugar de «veraneo bueno» y que también han vivido buenos tiempos. De hecho, siguiendo con el hilo de las carreteras, a Eduardo le ha venido muy bien que, por fin, se termine la A-7 y dice que este verano lo está notando mucho. La gente baja de Granada sólo para comer en el chiringuito, algo que antes costaba bastante más tiempo de volante.

«Este rincón es una preciosidad», dice el dueño de este chiringuito, que trabaja mano a mano con su mujer, Gracia, y con su hijo Eduardo (25 años), que apunta maneras para heredar este establecimiento a pie de rebalaje.

Nueva concesión

Eduardo Cárdenas está esperando a su nueva concesión, esa que le permita seguir más años sobre la arena y meterse en reformar el local. Mientras, se queja por alguna multa que le ha caído «por adecentar un poco la terraza». Esta es la penitencia de los chiringuiteros, estar en dominio público y muy fichados por la normativa cuando ellos sienten que están allí para dar servicios y vida a la playa. Sin molestar a nadie y refrescando la garganta al que no quiere ir a la playa a pasar calor.

Este chiringuitero describe cómo es un día normal de verano para él: «A las ocho estoy ya en pie comprando el pescado y así, trabajando, hasta las dos de la mañana». Pero sí, le gusta estar allí y sentirse parte de la asociación de chiringuitos -también a nivel andaluz- y pelear por las necesidades de su sector.

Eduardo es un ejemplo más. El chiringuito hay que sentirlo para sobrellevarlo. «Esto era el puerto natural de Motril», dice con la mirada allá a lo lejos, en el mar, sobrevolando las cervezas de las mesas de sus clientes de toda la vida, por los que parece que no pasa el ritmo frenético del día.

Un abuelo y un nieto (de unos siete años) se acercan a la orilla, poco a poco, cerca de Chambao Paco. «Cuando sea mayor voy a construirme una casa en la playa», dice el pequeño, que ha notado la felicidad contagiosa que aporta la arena, el mar, el sol, la luz. Y allí seguirá Eduardo Cárdenas, al pie del cañón, desde este mirador que enfoca a algo de belleza incomparable, que ya hemos dicho que lo mejor es conocer. Así que ya saben, allí está Chambao Paco, con una vitrina de pescado que también es buen paisaje.

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