La ensenada a donde llegó San Patricio
Los invernaderos han convertido esta parte de la costa granadina en un vivero de supervivencia
ANDRÉS CÁRDENAS
Viernes, 15 de agosto 2014, 00:47
Siempre, en las épocas de crisis, como la actual, hay instituciones que sufren grandes cambios. Una de esas instituciones es la familia. En esta institución ... bendita han comprobado los sociólogos que en estos últimos tiempos los yernos no aman a las suegras, más bien las odian; los padres no entienden a los hijos, más bien los soportan; los hijos no saben cómo emanciparse de los padres y, en el intervalo, los explotan; los hermanos se ignoran o envidian entre sí y las parejas de los hermanos, salvo excepciones, ni se hablan. El padre, antes cabeza de familia, ha perdido la gloriosa potestad (antes era al que guardaban la mejor fruta para el postre y ahora es el que se come los yogurt caducados) y la madre, paño de lágrimas de otros tiempos, se ha emancipado y dice que no quiere ser la criada de nadie, que cada perrillo se lama su pijillo. Y todo ello, en el caso de que unos y otros se encuentren lo bastante cerca como para reconocerse y saber quiénes son.
Pero mire usted por donde la playa tiene el poder de desmentir a los sociólogos, por lo menos en la de Melicena, donde pasa los veranos una mujer que se llama Encarna con hermanos, hijos, nietos y demás familia, como se dice en las esquelas.
Encarna vive en Granada, pero sus padres eran de Melicena. En dicha playa tenían un solar que Encarna y sus cuatro hermanos han convertido en viviendas para pasar el verano. Dice Encarna que le encanta estar con su familia y, en especial, con sus nietos y sus hijos, que viven en Valencia y Tenerife y que todos los veranos aprovechan unos días para estar con ella. Cuando la conozco viene de la playa con uno de sus nietos que vive en Tenerife y dice que, a pesar de que allí hay mejores playas, prefiere pasar unos días en Melicena con su abuela.
-Es que aquí me lo paso muy bien con mi abuela, es estupenda -explica el chaval regalándole una carantoña a Encarna-.
-Me gustaría mucho hablar con usted pero tengo prisa. Tengo que preparar la comida. El baño da mucha hambre -se justifica Encarna con el orgullo de una mujer que ha sabido ganarse el respecto y el cariño de su amplia familia-.
Sin bar
Voy hacia Melicena a la hora en la que se impone el Ángelus en la cadena Cope. Desde lejos, por la carretera, se ven los cerros y montes con aspecto de estar nevados. Pero no es nieve, es el plástico de los miles de invernaderos que han convertido esta parte de la costa granadina en un vivero de supervivencia. Yo creo que aquí había que elegir entre turistas y tomates cherrys y los lugareños eligieron los tomates. Por eso las playas de allí, como las de Melicena, están huérfanas de servicios y casi de bañistas. Por no tener ni tiene ni bar en el que pedir una cerveza después de una mañana de baño.
-Aquí no hay bares. El único que ha funcionado durante estos años atrás, El Realejo, este verano no ha abierto. Hasta ahora lo regentaba una familia de rumanos, pero según creo y se dice por ahí que les piden mucho de alquiler y no les compensa.
Quien me informa de tal avatar se llama José Fernández y está pasando unos días en Melicena. Es de Albondón y muy aficionado a la trompeta. José Manuel tiene motes a pares pues también el conocido por 'el Trompeta' y por 'Caracoles'. José suele pasar la mañana sentado en un banco enfrente del bar cerrado junto con Antonio Moreno, Juan Sabio y Antonio Brao. Sus conversaciones giran en torno al pasado y a la vida.
-Entonces. ¿si quieren ustedes tomarse una cerveza en un bar.?
-Pues nos tenemos que ir a Los Yesos. Yo lo que digo es que así nunca se van a levantar sitios como este. Las pocas personas que podían venir, se van. Fíjese, yo todas las mañana ando dos o tres kilómetros para tomarme un carajillo en Los Yesos -señala José.
-Eso de no abrir el bar lo hacen porque quieren que ahorremos. Si en el fondo hay que darles las gracias -tercia Antonio Moreno con un repunte de ironía.
-A veces nos entran ganas de una cervecilla y compramos una lata fresquita en el supermercado -cuenta Antonio Brao.
Juan Sabio, que en su apellido lleva su condición de hombre experimentado- explica que lo que pasa en Melicena y en otras playas orientales de la provincia de Granada es otro ejemplo claro de la pescadilla que se muerde la cola: no hay servicios porque apenas hay gente y no hay gente porque apenas hay servicios.
-Eso sí, aquí se puede morir uno de tranquilidad -apunta Sabio.
-Oiga. ¿y esto cuando sale? Lo pregunto porque aquí no llega el periódico. Tenemos que ir hasta la Mamola a comprarlo -me dice 'Caracoles'-
-¿Tampoco tienen ustedes quiosco de prensa? -pregunto con una ingenuidad que no parece mía.
Y entonces todos se echan a reír.
La ermita
Pero lo que sí hay en Melicena, debajo de una inmensa roca, es una pequeña ermita dedicada a San Patricio. Aquella imagen tiene su historia que yo estoy dispuesto a contársela en menos de veinte líneas. Cuenta la tradición popular y San Google que unos pescadores en la Playa de Melicena sacaron de sus redes la imagen de un santo que resultó ser la de San Patricio, procedente del hundimiento de un barco irlandés. Hubo disputa entre los pescadores, pues unos eran de Melicena y otros de Albuñol, por quedarse con la imagen. Decidieron subirla a un burro que pusieron en medio de los dos núcleos de población que se disputaban el santo. Se quedaría con él el pueblo al cual se dirigiera el asno. Al final se tiró hacia Albuñol. Desde entonces, cada 17 de marzo, Albuñol rinde honores a su Santo Patrón de origen irlandés, único en la Costa de Granada y muy arraigado en la población, pues entre sus gentes, se encuentra muchos Patricios y Patricias. Pero los de Melicena, para no quedarse sin santo, han hecho una réplica y la ha puesto al socaire de un enorme peñón.
La playa tiene otra parte que llaman Las Cañas' Y es que por aquellos pagos abundan los almendros y las cañas. Desde Las Cañas se aprecia el edificio de la hacienda Santa Cruz de Casablanca y los cortijillos que parecen polluelos siguiendo a la madre naturaleza y que han hecho propios los cultivos de la vid, el olivo y los cereales, en lomas en las que cada día son más frecuentes los plásticos.
Cuando salgo de Melicena tengo la agradable sensación de que todavía hay muchos pueblos genuinos que necesitan de un santo para poder sobrevivir en la modesta intrahistoria de su presente y de su futuro.
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